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Dios es constante

Pensar diferente, te separa de las masas. La persona próspera, bendecida, no le tiene miedo a las transiciones, a esos momentos donde parece haber inestabilidad, pero son momentos de cambios. La gente tiene miedo a esos momentos, porque en ellos hay cierres; para que exista un verdadero cambio, algo tiene que detenerse y dar paso a otra cosa. Y no a todos les gusta que acabe algo que, por algún tiempo, trajo provisión; tenemos nuestra alma conectada en ese lugar o a esa persona. Pero, hasta que no dejes de temer al cambio, no podrás prosperar.

La persona que prospera abraza los cambios, y los cierres y transiciones que esos cambios traen. La persona mediocre se resiste a cambiar, sufre su pasado, los cambios, las transiciones y los cierres que tiene que hacer en su vida.

“Mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu. No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios. Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría. Buena es la ciencia con herencia, y provechosa para los que ven el sol. Porque escudo es la ciencia, y escudo es el dinero; mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores.” Eclesiastés 7:8-12

Salomón dice que mejor es el fin de un negocio, su cierre; y dice que el problema es que tu primera reacción es enojarte, y ese enojo lo que trae es necedad a tu vida. Entonces, no puedes ver las oportunidades, las bendiciones que vienen detrás de todo; no puedes ver todo lo que Dios va a hacer contigo; no puedes ver que ese negocio ya iba de mal en peor; no puedes ver que tienes que transicionar a las nuevas etapas.

Cuando pierdes oportunidades financieras, de negocios, las lamentas; y, a veces, se pierden oportunidades por no estar dispuestos a transicionar, a cambiar basado a lo que está ocurriendo. Hace un año, un huracán destruyó nuestro templo; este hecho, puso fin a una época, a un edificio, al tiempo que vivimos en ese lugar, y definitivamente nos entristecimos.

Pero, si nos enojamos por lo que pasó, no encontramos sabiduría, llegaría la necedad, y eso lo que hace es no permitirte ver las oportunidades, los cambios que vienen, y cómo puedes transformar todo para bendición. Nos entristecimos por la pérdida de nuestro edificio, pero al mismo tiempo nos alegramos, porque es una oportunidad para empezar algo desde cero, algo nuevo, un edificio más costo-efectivo para los tiempos que vivimos; ahora podemos poner nueva tecnología que economice electricidad y ayude al ambiente; podemos hacer las cosas de manera más práctica. El pasado fue bueno, era el mejor edificio hace unos 30 años atrás, pero hoy Dios tiene algo nuevo, algo mejor.

Es importante que, cuando llegue el fin, te abras a lo nuevo, abraces lo nuevo, aprendas a aprovechar ese momento. La gente mediocre se enoja, pelea, se embrutece. Cuando estás enojado, no puedes abrirte a nuevas ideas.

Probablemente te haya pasado que, en un momento de discusión, has dicho algo que no debiste decir; cuando el coraje se va, te das cuenta de lo mal que hiciste, abres tus ojos y puedes ver ese momento como una oportunidad, y comienza tu mente a aclararse. El enojo nubla tus emociones, tus pensamientos, tu manera de pensar, impide que veas con claridad lo nuevo de Dios. Dios cierra cosas por ti, que tú nunca hubieras tenido la valentía de cerrar por ti mismo; porque Él no puede darte cosas nuevas, si tú no eres capaz de hacer cierres y aprovechar los cambios.

Lo importante hoy es que tú entiendas que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
Los métodos cambian, las cosas cambian porque tienen que mejorar, pero Jesucristo sigue siendo el mismo. Mientras, en tu vida, tú ves todo cambiar, puedes también ver algo que es constante: Jesucristo; la palabra que Dios te ha dado, su promesa. En un mundo de tanta inestabilidad, muchos sufren los cambios porque, a veces, los cambios nos llevan a tiempos de caos y ansiedad donde no sabemos qué hacer, nuestros planes se desvanecen. Si en tiempos de cambios, de transición, te enojas, la necedad llega, te quejas de Dios, ves todo lo negativo, y no puedes ver al Dios que es constante, en medio de todo.

Hay personas que no son constantes, tú no puedes contar con ellas; pero, si con alguien puedes contar para siempre, es con Jesucristo; él es el mismo ayer, hoy y siempre, y las promesas que él te dio no cambian. La palabra de Dios dice que aun los dones son irrevocables; luego de que Dios te da algo, no te lo quita. Para algunos es difícil entender
esto, pero ni aún tu pecado puede cancelar la promesa de Dios para ti. Si eres capaz de arrepentirte y ponerte en orden con el Señor, lo puedes volver a obtener.

Jacob, en el momento más importante de su vida, en el libro de Génesis, cuando se encuentra huyendo porque engañó a su padre y tuvo que salir huyendo, se encuentra solo, sin nada; allí tiene un sueño donde una escalera sube hasta cielo, ángeles suben y bajan; y oye la voz
de Dios que le dice que iba a hacer aquello que le había prometido a su abuelo. Dios no había cambiado; sin importar que Jacob estuviera allí solo, que hubiera engañado a su padre, Dios
estaría con él todo el camino. Moisés, al sacar el pueblo de Egipto, lo que quería era la certeza de que Dios iría con ellos. Sabía que pasaría por momentos de transición, momentos difíciles, complicados, duros; pero sabía también que, si Dios iba con él, todo estaría bien.

La gente mediocre no puede ver la consistencia de Dios. No pueden ver a Dios en todas partes, no pueden ver que Él está presente. Lo que Él te prometió, a pesar de los cambios
naturales, se va a cumplir, se va a completar. Esa gente se enoja, se embrutece, se desespera, se pone cada vez peor y toman peores decisiones en su vida.

La diferencia entre un próspero y un mediocre es que el próspero acepta los cambios, las transiciones, el fin de las cosas para abrirse para recibir lo nuevo que Dios tiene; el mediocre se aferra al pasado y, cuando llegan los cambios, se enoja; y el que se enoja por el fin de algo, se vuelve necio y no se abre a lo nuevo de Dios.

Fuente:
Pastor Otoniel Font

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