Quebranto del corazón sin fruto de arrepentimiento es hipocresía. Un corazón arrepentido vive el quebranto desde lo más profundo del alma. El quebranto sincero es de por sí fruto de un corazón arrepentido. Dios nos lleva a los quebrantos de la vida para sacar lo mejor del hombre interior, para hacer visible su amor y compasión, para recordarnos que él es el autor de la fe, el artífice de toda consolación. El arrepentimiento es un ejercicio diario y por eso hay que ponerse a cuentas con Dios todos los días. Somos demasiado frágiles y no deberíamos de exteriorizar demasiada santidad, sin antes examinarnos ante la palabra de Dios y desnudar nuestra alma delante de él clamando por misericordia. El rey David lo hizo y fue un hombre conforme al corazón de Dios.
Vivimos vidas demasiado agitadas, apenas sabemos cómo redimir el tiempo: las obligaciones en el hogar, las preocupaciones necesarias hacia los miembros de la familia, el trabajo; todo confluye en complicidad para que no nos acerquemos a Dios como debiéramos y le hablemos de nuestras faltas y no pasa un día sin que fallemos en algo. Tal vez no le dimos importancia cuando murmuramos contra el vecino o el hermano de la iglesia, quizás Dios pueda entender las razones por las que le negué la palabra al que ofendió a mi hijo; al fin y al cabo Dios me perdona porque sabe que lo amo. No hay tiempo para la tristeza por la falta cometida porque Dios me quiere con el gozo de la vida cristiana. Un día tras otro y el pecado se acumula como la basura que no se quiere botar.
Un comentarista bíblico expresaba muy sabiamente que comparecer ante el Señor es el deseo del justo y es el terror del hipócrita. Así es, verdaderamente. Si el propio Dios no ha producido tristeza en tu corazón por la falta cometida, no hay deseo de arrepentirse…porque no existe una verdadera relación con Dios. Es doloroso comparecer ante el Señor cuando somos conscientes que le fallamos, pero es necesario, si no imprescindible. La vida cristiana se mide por la intimidad con el Señor. La plenitud de Dios se hace real cuando somos sensibles a la voz del Espíritu, a su palabra que redarguye para que nos humillemos con el corazón quebrantado. Entonces Dios bendice. Pablo le escribía a los corintios: “La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte” (2 Co 7.10)
Lo más sabio es comparecer ante el Señor. Él nos conoce bien y ha prometido no rechazar al corazón que se quebranta como fruto de arrepentimiento. ¿Estás triste por algún pecado cometido que te roba horas de sueño y se hace insoportable el dolor? Esa es la tristeza que proviene de Dios. ¡Humíllate! Búscale con todo tu ser y arrepiéntete de corazón. David conocía los efectos del arrepentimiento y la humillación delante de su (nuestro) Dios. “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido”. (Sal 34.18)
El alma puede abatirse, y el corazón puede estar hecho pedazos, pero no olvides que él es el mejor restaurador si acudes a su presencia y le muestras los dos con plena humillación. Dios bendice a los humildes y calma las tempestades de la conciencia si nos volvemos a él sin esperar retribución, sino un breve sorbo de su agua viva que renueve nuestro interior, que refresque el corazón.
¡Dios bendiga su Palabra!