Los grandes hombres y mujeres de la Biblia fueron sometidos a prueba por nuestro Dios. Algunos lo supieron después de soportarlas y salir triunfante; otros quizás jamás se enteraron y Dios nos las reveló a nosotros mucho tiempo después. Lo cierto es que responder como Abraham ante el reconocimiento de la voluntad de Dios detrás de la prueba (sacrificar a su hijo Isaac), muestra un grado superlativo de fe. “Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único” (Heb 11.17). Esta es la medida de la fe que todos anhelamos. Decir -heme aquí Señor, aquí estoy, pruébame- es de por sí una inmensa prueba.
Para saber si se trata de una prueba se debe ser sensible a la voz de Dios. Lo más fácil es “reprender” al diablo ante la incertidumbre (¿estoy siendo tentado por el diablo o es que Dios quiere refinarme con sus pruebas?), lo cual no siempre parece una reacción espiritual, sino carnal. El consejo, si hubiera dudas, es buscar el rostro de Dios en oración y sumergirse en lo sobrenatural para entender qué es lo que quiere enseñarnos el Señor con el evento.
Dios quiere ver el corazón de sus hijos al ponerlos a prueba y a veces emplea el doloroso método de la humillación. Durante cuarenta años el pueblo de Israel fue puesto a prueba por Dios en el desierto para ver si este cumplía sus mandamientos (Dt 8.2). A través del profeta Jeremías Dios le habla a su pueblo: Por eso, así dice el Señor Todopoderoso: «Voy a refinarlos, a ponerlos a prueba. ¿Qué más puedo hacer con mi pueblo?›› (Jer 9.7). La pregunta de Dios es válida para estos tiempos de la iglesia de Jesucristo y en un contexto tan hostil que todo parece venir del diablo. ¡Cuidado iglesia! La prueba es tribulación y sufrimiento, es desconsuelo y amargura bajo el total control de Dios para llevar al cristiano a un plano espiritual superior, para comprender la necesidad de una constante y férrea comunión y relación con el Señor de Señores.
Si David no hubiera sido puesto a prueba constantemente reconociendo sus faltas y rebeliones contra Dios y arrepentido de sus pecados, jamás el Señor le hubiera concedido el privilegio de llamarlo un hombre conforme a su corazón. Ni Job hubiera sido restaurado, ni Elías llevado al cielo, ni Daniel hubiera emergido vencedor desde el foso de los leones. Todo se trata de la fe. La prueba acrisola el corazón del creyente y hace que la fe traspase el umbral de lo sobrenatural. La prueba, una vez reconocida que viene de parte de Dios, puede ser la respuesta que has estado esperando y él quiere concederte la bendición de una manera especial. Dios bendice al que soporta la prueba con fe y lo fortalece para caminar confiado…incluso en la oscuridad.
Nadie ha dicho que pasar la prueba es fácil. ¿Habrá prueba mayor que el madero y los clavos que soportó el Cordero inmolado por nuestras culpas? De cierto que no la hay. Por esa gloria venidera que tendremos en Cristo, la esperanza indubitable de nuestra fe, vale la pena vivir y hasta padecer. Que el Señor nos acompañe siempre en la experiencia de sus pruebas, nos afirme y fortalezca. En la cruz del cristiano, las huellas imprescindibles de una salvación ganada por gracia y por la preciosa sangre de Cristo, son y serán las gloriosas pruebas de nuestro amado Redentor en el diario caminar.
¡Dios bendiga su Palabra!