A veces desesperamos. Nuestra propia humanidad se nos viene encima y el Señor nos observa en el conflicto carnal de magnificar nuestra voluntad o esperar simplemente que él obre para que los vientos soplen a nuestro favor
Jesús esperó por el Padre, aun sabiendo de antemano su destino de sangre y sufrimiento, pero puso por delante su papel de Redentor del mundo frente a una muerte cruel. Esperó a que sus discípulos maduraran y le conocieran realmente antes de ascender hasta la diestra del Padre; esperó a que los suyos le conocieran, pero le despreciaron y le humillaron; a pesar de nuestras rebeliones esperó pacientemente por ti y por mí.
Los cristianos no tenemos corazonadas, sino revelación. Cuando tengas el sentimiento de una introspección sobrenatural, ahí está Dios intentando llamar tu atención, queriendo hablarle a tu alma para llevarte al campo de lo espiritual. Cuando él te dice que esperes; espera, porque en esa esperanza está lo mejor por venir para tu vida; confía y busca en tu corazón la voz del Señor para evitar malas decisiones. La mayor parte de los descalabros que suceden al cristiano ocurren porque su impaciencia les lleva a decidir humanamente lo que ya Dios decidió y desea revelarle. He ahí una de los beneficios y necesidades de vivir en comunión con Dios practicando una vida de oración.
David fue un hombre conforme al corazón de Dios por su entera comunión con él. Salvo dos terribles descalabros, resultados de tristes decisiones en su vida, supo deleitarse en la presencia del Señor, aun en los peores momentos de crisis de su vida. Dios estaba tan arraigado en su alma (su mente, su voluntad y sus decisiones) que al hablarle, parecía que le hablaba al mismo Dios. “¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues lo he de alabar otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (Sal 43.5) Subrayado mío.
Esta es una declaración poderosa de David. La salvación que hemos recibido de Dios nos hace alabarlo. ¿Acaso esperar en él no es una forma hermosa de alabarlo? ¿Entonces por qué turbarse y desesperarse si sabemos de sobra que Dios está en el control de nuestras vidas? A menos que no lo hayamos entronado en nuestro ser…y aquí puede estar nuestro problema; en esas zonas “ocultas” de nuestro ser que no rendimos todavía al Señor de Señores. Pero nada queda oculto delante de nuestro creador.
Hay montones de cristianos turbados y alicaídos que no conocen la bendición de esperar en el Señor y se estrellan contra los muros de la desesperación y la impaciencia. La impaciencia puede convertirse en un laberinto espiritual que por más que intentes recorrer para encontrar la salida, te lleva a las frustraciones y la amargura. Dios quiere que aprendas a esperar en Él. En su constante diálogo con Dios, en momentos en que las fuerzas humanas parecían desfallecer, David le decía a su alma “Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de El viene mi esperanza” (Sal 62.5-Subrayado mío-). La confianza en que Dios responde cuando se espera en Él, debería minar todo nuestro ser hasta hacer que lo alabemos con todo el corazón. “Porque en ti espero, oh Señor; tú responderás, Señor, Dios mío.” (Sal 38.15)
Se aplica aquí lo que ya hemos escuchado de la pluma de muchos: creer en Dios o creerle a Dios. Dios bendice (responde) cuando confiamos en sus planes y desechamos los nuestros. La carne, enemiga de Dios y cómplice del diablo, intenta arrastrarnos al vendaval que produce la desesperación. La desesperación nos lleva a menudo a la desobediencia y al endiosamiento. Pero nuestro Señor es un Dios de esperanza y desea bendecirnos: “Y el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Ro 15.13). Dios te está diciendo: ¡espera en mí!
¡Dios bendiga su Palabra!