El que busca a Dios con sinceridad, lo encuentra y esto es válido también para el que no cree. La religión busca a Dios desde la perspectiva del comportamiento, del hacer y emprender tareas para agradar a Dios, buscar su aprobación y con ellos sus bendiciones. Pero él busca al que espera en su intimidad, al que se consume con un fuego interior en todo su ser, cuerpo y alma y se deja “llenar” por el Espíritu, en obediencia, dependiente de su control y soberanía. Buscar a Dios es, en primer lugar, un acto de fe y la fe es el oxígeno del que ama al Señor, persevera y permanece en él.
Conozco a personas que dicen estar buscando a Dios pero a la vez admiten no tener fe. Eso es imposible. Me atrevo a afirmar que a Dios no le importa ese tipo de búsqueda que no se somete a su dependencia; se quieren bendiciones, pero no sujeción. “El SEÑOR es bueno con los que dependen de él, con aquellos que lo buscan” (Lm 3.25)
Buscar a Dios no es un sencillo ejercicio de espiritualidad, es algo más que postrarse o exhibirse el domingo en actitud de presunta adoración, no es andar de vigilia en vigilia o asistir a todas las reuniones de matrimonio. El Señor quiere mucho más que eso. David le decía al Señor que sólo los de manos limpias y corazón puro…recibirán su bendición y tendrán una correcta relación con su salvador (Sal 24. 3-6). Sólo en Cristo encontramos perdón de los pecados, sólo en él llegamos a ser pueblo de Dios. El que busca a Dios con fe lo encuentra, pero sólo en su hijo Jesús lo hallamos, porque sólo en él hay salvación. Manos limpias significa haber sido renovado en el Espíritu para hacer lo bueno y desechar lo malo. Corazón puro es reconocer que Dios, por medio de Jesucristo, ha quitado el corazón de piedra y en su lugar ha puesto un corazón carne. El profeta Ezequiel avizoró los tiempos de redención y la renovación de nuestro espíritu, ahora vivo por la gracia de Dios: “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne” (Ez 36.26)
¿Buscas a Dios? Sólo hay una forma de hallarlo hoy. Él quiere presentarte a Jesús; a través de él lo conocerás. “…y el Verbo era Dios” (Jn 1.1). Pero también los cristianos no debemos cesar en nuestra búsqueda constante de Dios. A veces es difícil, porque se siente que las manos no están tan limpias y el corazón no es tan puro como Dios quisiera, pero él lo sabe todo. Aun así, él sabe cuándo honrarnos inmerecidamente con su gracia y su bendición. “Busquen al SEÑOR y su fuerza, búsquenlo continuamente” (1 Cr 16.11). Si sientes que ya lo has hallado, no te engañes; debes continuar buscándole desesperadamente, apasionadamente. No hemos llegado a la meta, no estamos en el cielo todavía.
Mientras Dios nos bendice por su gracia y bondad, su búsqueda es nuestra meta de hoy; reencontrarlo, en el acto de servirle a él y a los demás, en el ejemplo que damos a nuestros hijos, en el amor sacrificial que profesamos a nuestro cónyuge, en el desprendimiento hacia nuestros hermanos de la fe. ¿Oración? Sí, como si en el derramamiento del alma nos fuera la vida. ¿Escuchar su voz en palabra y en las circunstancias en que se hace audible? Pues, claro. Pero Dios quiere todo nuestro ser.
Buscar a Dios de continuo debe ser la meta y las bendiciones por su gracia, de seguro vendrán. Pon atención a esta hermosa promesa de los labios de Dios: “… sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad” (Hch 11.6)
¡Dios bendiga su Palabra!