En los tiempos de la Biblia, las cosas se hacían de ciertas maneras específicas, diferentes a como hoy las hacemos. La Palabra nos muestra, por ejemplo, cómo se realizaban la siembra y la cosecha. Cuando tenemos un pan, tenemos más que solo pan; Tomó meses hacer ese pan, fue un proceso de sembrar una semilla, tener expectativa de que Dios enviara su lluvia para que esa semilla creciera, la expectativa de una grande cosecha, tomar la semilla, procesarla para producir ese pan. Así que, cuando tomamos el pan, lo que vemos es el resultado de la siembra y la cosecha. Esto nos muestra la importancia de realmente concientizar ese principio de la siembra y la cosecha.
“7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 8 Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. 9 No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. 10 Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.” Gálatas 6:7-10
Hay cinco principios que son básicos y gobiernan la ley de la siembra y la cosecha:
Tu cosecha depende de lo que tú siembres. No puedes engañarte a ti mismo ni a Dios. A veces, esperamos resultados diferentes, cosechas diferentes, sin estar sembrando la semilla correcta. No puedes esperar una cosecha diferente a la que has estado sembrando. Pero sí puedes poner toda tu fe, si la semilla que siembras tiene relación con la semilla que esperas. Así que, antes de identificar la semilla, debe identificar la cosecha, para entonces buscar la semilla. ¿Qué cosecha quieres? Busca la semilla correcta.
Tu cosecha depende de si siembras o no. Tú no puedes esperar resultados porque otro haga el esfuerzo; Tú tienes que sembrar. Tú no puedes depender de la cosecha de otra persona; Tú tienes que depender de tu propia cosecha.
Tu cosecha depende de cuánto tú siembres. La cantidad que recibes depende de la cantidad que estés sembrando.
Tú cosechas, de acuerdo a lo que siembras. El que siembra abundantemente, abundantemente va a cosechar. La cantidad y la consistencia en tu dar determina también parte de tus resultados. Tú puedes comenzar con una semilla pequeña, y esa semilla se multiplica; Cuando una semilla te trae fruto, dentro de ese fruto hay más semilla. Así que, una sola semilla, puede provocar grandes resultados a través de los tiempos.
Tu cosecha depende del terreno donde siembres. Muchos siembran en el lugar incorrecto, pensando que su semilla puede cambiar el terreno, la condición del lugar donde siembran. En la parábola, un sembrador se encuentra con cuatro terrenos, la semilla era la misma, pero tuvo cuatro resultados diferentes. La semilla sembrada no cambió la condición del terreno; Si era malo, no lo cambió, sino que produjo de acuerdo a la capacidad de cada terreno. Tienes que mostrarte generoso y amar a todos, pero tú no puedes depositar tu preciosa semilla en cualquier lugar. El terreno donde siembras es un factor determinante para la cosecha que vas a tener. Si estás sembrando en un lugar, y no estás viendo resultados, tienes que buscar el lugar correcto. Quizás estás dando a alguien que no merece tu dádiva; Todo el mundo merece tu ayuda, tu amor, tu respeto, y de tiempo en tiempo puedes dar la mano a cualquier persona, pero hay terrenos que tú no vas a cambiar; Hay gente que, por más que tú des, no van a cambiar, son mala tierra. Tienes que identificarlos sin frustrarte; Cada vez que identificas un mal terreno, da gracias a Dios; Ya sabes dónde no sembrar. Peor sería seguir sembrando allí y nunca descubrir que es mal terreno, desperdiciar tu tiempo, tu semilla, tu trabajo.
Si tú quieres resultados económicos en tu vida, tienes que saber en dónde estás invirtiendo cada semilla; La semilla de tu tiempo, la semilla de tu amor; Puedes amar a todos, pero no con la misma intensidad; La gente a tu alrededor merece tu tiempo, pero no la misma cantidad. Invierte en aquellos que han probado ser buena tierra, un lugar donde siembras una semilla y tienes resultados, recompensa.
Identifica los buenos terrenos a tu alrededor. No tengas miedo en probar, como lo hizo el sembrador. Seguramente, luego de identificar cada terreno, aquel sembrador solo sembró en la buena tierra; Quizás, cambió la condición de alguno de los otros terrenos, pero no podría sembrar más en ellos, mientras siguieran en esa condición.
El resultado final de tu semilla, es traerle gloria al Señor. Él es el Dios de la cosecha. El apóstol Pablo decía, claramente: Apolo sembró, yo regué, pero el crecimiento lo da Dios. Cuando tú tienes claro que el resultado de la semilla es algo milagroso y que le trae gloria a Dios, entonces conectas tu vida al proceso divino de la multiplicación. No importa los principios que tú conozcas, todo sigue siendo un misterio. La ciencia puede conocer cómo maximizar la tierra, la semilla, los frutos; Pero lo que ocurre detrás de todo eso, es un misterio. En ese misterio está Dios. No podemos darle la gloria al hombre; Damos reconocimiento a la sabiduría que el hombre ha obtenido, pero damos gloria a Dios porque, aunque el hombre llevó agua a esa semilla, el que hace que de esa pequeña semilla salga un grande árbol, es el Dios Todopoderoso. Así que toda cosecha, al fin y al cabo, viene a ser un testimonio para la gloria de Dios. Cuando aprendes esto, te inspiras a sembrar y tu vida cambia para siempre.
Detrás de tu semilla, hay una mano poderosa que se mueve a favor tuyo.