Es el momento en que la Iglesia de Jesucristo debe adentrarse en la cercanía con el Amado.
«Oh, sí él me besara con besos de su boca, porque mejores son tus amores que el vino», expresó la sunamita en el primer capítulo del Libro de Cantares (Cantares 1-2).
En la antigüedad, el vino simbolizaba alegría, sugiriendo regocijo, placer y celebración. En el Nuevo Testamento, Cristo se presenta como un gozo nuevo, superior al vino tradicional que envolvía a Israel en placeres efímeros. Él se declara como un vino nuevo para su pueblo, un don que produce plenitud de gozo y deleite a su diestra.
Algunos pueden pensar que este relato trata solo de la relación natural entre Salomón y la sunamita, históricamente es así. Sin embargo, espiritualmente va más allá de una conexión física entre un hombre y una mujer. ¡Oh, si me besara con besos de su boca! El beso habla de aliento, intimidad, revelación, del mismo aliento de Dios. Estos versículos de Cantares reflejan el espejo de la Iglesia de Dios. La sunamita representa una Iglesia que se despoja de lo antiguo para vestirse con lo nuevo. Es la iglesia espiritual, un alma diferente, la que Jesús está buscando, que no se conforma con experiencias espirituales momentáneas, sino que busca constantemente una relación íntima con su Amado.
Hemos sido creados por Dios para tener relaciones: primero con Él y luego entre nosotros. Amar a Dios sobre todas las cosas es nuestra primera prioridad, según estableció Jesús. El mandato se basa en amar a Dios con toda la mente, toda el alma y todo el corazón (Juan 13:34-35): «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros».
Amar a Dios implica emplear todas nuestras fuerzas y luego amar al prójimo como a uno mismo, siendo el inicio de una buena relación. El primer amor eterno nos fue dado por Dios, quien no escatimó ni a su propio hijo entregándolo para morir en una cruz por toda la humanidad.
Dios es amor, y aquel que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Decimos amar a Dios pero si no amamos a nuestros hermanos, el amor de Dios no está en nosotros. Observamos a nuestro alrededor y vemos familias separadas, engañadas por las mentiras de Satanás que les hacen creer que el amor ha muerto, sin comprender que el amor nunca muere. La infidelidad y la pornografía son solo algunos de los males que afectan las relaciones matrimoniales, cuando en este ámbito debería prevalecer una comunicación franca y sincera entre los cónyuges.
Tanto el hombre como la mujer deben permitir que Dios abra sus corazones y toque lo más profundo de su ser, permitiendo que el amor fluya desde lo más profundo de su ser. En el Cantar de los Cantares (capítulo 1-2), vemos cómo la sunamita anhela ser besada por su Amado con besos de su boca.
Ella anhelaba intimidad, estar con el ser amado, ser mimada, atendida y acariciada por aquel que amaba su alma.
En la actualidad, muchos hombres han olvidado el trato que deben darle a sus mujeres, dejando que los años pasen sin recordar que esa mujer a la que conquistaron sigue siendo una princesa en busca del rescate de su don Quijote.
¿Qué mujer no anhela ser besada por la boca de su Amado? ¿Qué mujer no se identifica con la sunamita? ¿Qué mujer no está sedienta del amor de su Amado? No hay mayor deleite para una mujer que el amor de su esposo; es mejor el amor de su Amado que el vino.
Esta mujer anhelaba entrar en intimidad con su Amado, una intimidad donde sus perfumes quedaran impregnados en su piel, donde llevar su nombre fuera como el mejor de los perfumes. Sabía que él era admirado por las doncellas, pero a pesar de esto, deseaba ser atraída hacia él.
Había un deleite que no quería perder. «Corramos hacia la recámara, vamos a intimar, porque nos vamos a gozar y voy a recordar tu amor». Ese es mi deleite: entrar en Su presencia y disfrutar del amor del Padre. Es el momento de que la Iglesia de Jesucristo entre en la intimidad con el Amado, con el Deseado de todas las gentes.
Enamorémonos de Jesús; tan solo al pronunciar su nombre, él será sumamente cuidadoso. Expresemos palabras de amor llenas de emoción, pronunciemos su Nombre y permitamos que su fragancia llene nuestra alma y nuestra habitación. Cuando la fragancia de Cristo llena un lugar, se experimenta una profunda sensación de la Gloria de Dios.
Él desea tocar lo más profundo de nuestro ser, así como la sunamita anhelaba el beso más profundo, para permitirnos adorarle en Espíritu y en verdad.
Dios quiere que lo conozcamos íntimamente, de manera que podamos compartir nuestra experiencia personal con otros. ¿Has visto su rostro? ¿Has escuchado sus palabras de amor? ¿Has sentido su toque?
Comencemos a mirar Su rostro y a contemplar Sus ojos. Él desea ver lágrimas de amor en nuestras mejillas. El Señor quiere que lo conozcamos de una manera que no lo hemos conocido hasta ahora.
Dios quiere despertar nuestro corazón al amor. Démosle otra oportunidad y permitámonos ser amados, comencemos a amar y percibamos el perfume del Señor que está inundando nuestra habitación ahora. El Señor quiere despertar nuestro corazón a la adoración. Nos ha despertado la capacidad de adorarlo. No perdamos esta gran oportunidad de entrar en nuestras cámaras y sumergirnos en las aguas profundas de la adoración a Él, Jesucristo, Rey de Reyes, y Señor de Señores.