Un gran problema humano contemporáneo es el cansancio. «Qué cansado o cansada estoy» repiten muchas personas todos los días. Otros simplemente dicen: «No aguanto más» y hay otra frase que escuchamos con frecuencia: «Que va, así, no hay quien pueda». Todas estas expresiones denotan que quien las dice está al borde de sus fuerzas. El cansancio más grave no es el físico. Por más extenuada que esté una persona, una noche de sueño, o a veces simplemente un buen baño nos hacen sentir como nuevos. Hay otro cansancio que no desaparece tan fácilmente. Se acumula un día tras otro y al despertar cada mañana nos parece que tenemos por delante una montaña inaccesible, imposible de escalar. ¿Te has sentido alguna vez así?
Tal cansancio tiene la característica de aniquilar nuestros deseos de vivir. Y con frecuencia lo logra independientemente de nuestras condiciones físicas, económicas o del lugar donde vivamos. Las personas se cansan —aunque a veces acostumbramos a pensar que no— en todas las partes del mundo. Ya sea que vivas en La Habana, Nueva York, Buenos Aires o en cualquier ciudad de Europa, el cansancio que destruye el ánimo y nos paraliza es universal. Lo provocan situaciones recurrentes que, ya sean familiares, sociales o personales, no solo escapan a nuestro control, sino que se constituyen compañeros o compañeras inseparables de nuestra vida.
“Todos los días es lo mismo”, me decía hace poco un hombre desesperado por una situación familiar a la que él, tras muchos años de esfuerzos y buenas intenciones no le veía solución. Yo escuchaba sus palabras y observaba la casa donde vivía. Allí había todo lo necesario para una vida cómoda, libre de preocupaciones y aun mucho más. Si fuera por dinero, este hombre podía resolver el problema que le afligía. Pero él añadió: “Mi vida es en un infierno y estoy cansado, muy cansado”.
Lo irónico es que quienes lo conocen piensan que él tiene una vida envidiable, exitosa y sin problemas. Hago esta historia para que mis lectores comprendan que estar cansado hasta el punto de no creer tener más fuerzas es una experiencia común. Si te sientes así, te aseguro que no estás solo o sola en este mundo. Todos, con demasiada frecuencia, solemos sentirnos de esa manera.
Es por ello que las siguientes palabras de Jesús parece que nos acarician: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Para ti y para mi son palabras muy consoladoras. En un mundo en el que constantemente vivimos en guerra contra muchas situaciones y personas que nos agreden, ¡qué bueno es saber que nuestro Señor es manso y humilde de corazón y está dispuesto a dar descanso y paz a nuestras almas!
Muchos no creen que el yugo de Cristo sea fácil, tal como dice el texto, pero todos aquellos que lo hemos probado sabemos que es cierto. La vida es mucho más fácil —y más reposada— cuando estamos unidos a Cristo.
¡Dios les bendiga y les guarde!