En algún momento de nuestras vidas todos hemos sido despreciados por alguien, la pregunta es:
¿Cómo reaccionamos a este desprecio? Tal vez sentimos molestia, aunque digamos que no pensamos en eso. Este tipo de sentimiento nos lleva, sin darnos cuenta, a diversos tipos de ataduras que no podemos ver ni tocar, pero sabemos que están allí, en nuestra alma y que causan dolor. Ahora bien, pensemos en cuál es la atadura más dolorosa que hemos experimentado en nuestra alma y entonces analicemos lo siguiente: La falta de perdón, esto lo podemos ver en la parábola del siervo despiadado en Mateo 18:21-35.
Mateo 18:24-27 NVI 1984 Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro.* 25 Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. 26 El siervo se postró delante de él. ‘Tenga paciencia conmigo –le rogó–, y se lo pagaré todo.’ 27 El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad.
Este siervo fue perdonado por su amo, pero él no perdonó al que le debía. Los que fueron testigos del perdón que dio el primer amo se indignaron y le hicieron saber lo que había hecho el siervo y éste lo castigo severamente hasta que pagó el último centavo que debía. Muchas veces somos capaces de recibir perdón, pero no somos capaces de perdonar y esta falta de perdón puede tener un respuesta hostil hacia aquellos que lo piden. La hostilidad es una acción reactiva de injuriar o descalificar a otro, pero esto no es agradable al Señor.
Otra atadura es el resentimiento, que es tener un enojo o pesar de algo.
Colosenses 3:13 LBLA soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene
queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
¿Estamos haciendo lo que el Señor nos pide al perdonar a todos aquellos que nos ofenden? Esto puede darse en todas nuestras relaciones personales, en casa, en la iglesia, en nuestros trabajos.
Las palabras “ya no te soporto”, “ya no te aguanto”, a veces son parte de nuestro vocabulario, pero esto está en contra de lo que dice el mandato que nos da el Apóstol Pablo al decir que debemos soportarnos los unos a los otros.
El resentimiento es solo un eslabón que, si no se deja atrás, puede provocar amargura. La amargura es un sentimiento de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber
sufrido una desilusión o una injusticia; sin embargo, el Señor nos habla al respecto de este sentimiento:
Hebreos 12:15 LBLA Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados;
Muchos de nosotros hemos recibido en algún momento una injusticia, pero si no exponemos esta situación y no es sanada, entonces este sentimiento se va enraizando hasta que refleja lo que hay dentro de nosotros. Entonces podemos ver lo importante del perdón.
La depresión es otra atadura que no es más que un estado mental de profunda tristeza.
Mateo 26:38 RV 1960 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.
Cuando dejamos que la tristeza se apodere de nuestra vida, se llega al momento de no querer ni levantarnos de la cama, pero el Señor nos puede dar el aliento necesario para ver que cada día hay una nueva misericordia de Él.
Otra atadura es el desprecio, que está concatenada con las demás que hemos mencionado.
Esta atadura debemos tomarla en cuenta, pues todos en alguna oportunidad hemos sido menospreciados o hemos caído en menospreciar a alguien. El desprecio es la actitud que muestra la falta de respeto hacia otra persona a través de un trato injusto y despectivo.
Cuando una persona se siente despreciada siente que ha sido herida en su dignidad. Se trata de un gesto de humillación a través del que una persona trata a otra con actitud de superioridad. Es necesario que nos examinemos y determinar si en nosotros no hay el sentimiento de grandeza para despreciar a otros. El estar regidos por leyes y reglamente en nuestra vida cotidiana o trabajo, no se debe servir para enseñorearse de otras personas y darles un trato inadecuado aún si están bajo nuestra autoridad, esto es desprecio.
Romanos 8:31-35 NVI 1984 31 ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?
Romanos 8:37-39 NVI 1984 37 Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios,* ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
En este pasaje no hay ningún espacio para desprecio para ninguna persona. Por ello es muy Importante que si nos sentimos despreciados, determinemos cual fue la situación o circunstancia que nos ha hecho sentir de esta forma, debemos exponerlo para que no quede en nuestra alma.
El rechazo es muy doloroso, si alguna vez hemos experimentado desprecio, y lo comparamos con las demás ataduras que hemos sentido, el desprecio tiene algo que va directamente al corazón y especialmente a nuestra alma, no es superficial, llega al núcleo de nuestra identidad, es decir, a lo que pensamos y sentimos de nosotros mismos.
Uno de los personajes de la Biblia que fue despreciado fue José; la atención de su padre hacia él generó celos en sus hermanos y después desprecio. También Moisés fue objeto de desprecio, por las personas que fueron llevadas por el desierto. Otro que fue despreciado fue David, por Saúl, el hecho de que hicieran una canción para David y no para Saúl hizo que éste lo despreciara y después lo persiguiera. El apóstol Pablo también fue despreciado, a tal extremo que querían matarlo, y cómo no hablar del Señor Jesucristo, pues también fue objeto de desprecio.
Veamos ahora las raíces del desprecio. Cuando rechazamos a alguien o a algo, comunica un mensaje directo al alma al decir cosas como: no eres digno, no encajas, no te queremos, no perteneces, no eres apto para esto. Una de las peores características del desprecio es que nos priva de lo que Dios quiere hacer en nuestra vida: vida eterna, amor, perdón, felicidad, comunión, vida plena.
Todos hemos pasado por penas, sufrimiento y rechazo, pero lo importante es cómo lo manejamos dado que muchos al sentirse despreciados terminan en drogas, prostitución o en el alcohol. El principio del desprecio puede ser desde que estamos en el vientre, que se quería tener un varón y el bebé que venía era una niña, se desprecia a la hija. Otra fase del rechazo es el físico, personas que no están contentas con su aspecto físico. También se puede producir por recuerdos de algún maltrato por parte de los padres o bien experiencias vividas en la niñez.
Puede ser producido también por problemas en el hogar, una palabra de rechazo que puede finalizar en un divorcio.
Ahora bien, veamos las formas que hay de poder vencer el desprecio:
Sentido de pertenencia
El sentirnos parte de algo, en este caso que somos Hijos de Dios.
Romanos 8:16 LBLA El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, Sentido de Valía Sentir que somos dignos, que tenemos valor, y que Dios nos ama. La sangre de Cristo nos da valor.
Juan 3:16 LBLA Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Sentido de competencia
Sentir que podemos hacer cualquier cosa que Dios nos permita hacer.
Filipenses 4:13 LBLA Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Estas tres actitudes forman una base para llegar a la estatura del Varón Perfecto. Al no sentirnos aptos nos haremos a un lado, al no sentirnos dignos nos estancaremos y al no sentirnos que pertenecemos nos apartaremos, pero podemos ser libres de estas cosas y llegar a ser plenos en Cristo.