Por mucho tiempo he observado silente a personas seguramente bien intencionadas opinar sobre este tema tan común en el día de hoy. Pero, muchas de las personas que emiten su opinión la basan en su previa formación cultural y/o doctrinal y no en la ciencia ni en la palabra de Dios.
Permítanme expresar mi opinión, que como humano que soy, no estará exenta de ambos elementos, pero, sí con el conocimiento básico de ambos campos.
La depresión es un trastorno del humor, “una enfermedad” que afecta el estado de ánimo, la conducta y el rendimiento de las personas y nadie está exento de ella. Los trastornos depresivos afectan a personas de cualquier edad, condición económica, nivel educativo o cultural.
El problema conque se ha luchado en la sociedad es con la estigmatización de la misma, porque muchos no piensan que el cerebro al igual que cualquier órgano se puede enfermar.
La comunidad médica internacional está de acuerdo en que actualmente 350 millones de seres humanos a nivel mundial la padecen y de ellos 800,000 en edades productivas terminarán en la complicación más frecuente que es el suicidio. La posibilidad aumenta en todo paciente adulto con diagnóstico de episodio depresivo o trastorno depresivo recurrente no tratado.
No toda depresión es grave, puede ir desde la simple melancolía, hasta problemas conductuales serios, pero, en todo caso es tratable y manejable habiéndose logrado buenos resultados con tratamiento médico y consejería psicológica.
Por otra parte, los trastornos depresivos se encuentran asociados con abuso de alcohol y drogas, promiscuidad sexual, conductas delictivas y con aumento de la violencia y de la agresividad, así como de trastornos de la conducta alimentaria.
En todo caso para considerarse el diagnóstico, siempre deben estar presentes al menos dos de los tres síntomas considerados típicos de la depresión: ánimo depresivo, pérdida de interés por cosas que antes lo eran y de la capacidad para disfrutar y aumento de la fatigabilidad, trastornos del apetito, del sueño, y de la conducta sexual cuando la duración del episodio sea de al menos dos semanas.
Se han encontrado niveles aumentados de hormonas cortico-suprarrenales y su nivelación ha servido como ayuda en el tratamiento de la misma.
Ahora bien, si la depresión es una enfermedad, es raro que alguien, -no importa cuál sea su edad, sexo, profesión, o confesión de fe-la sufra? La respuesta obvia es No. Entonces porqué asombrarse si un cristiano, Judío, musulmán o ateo la sufra? Porqué levantar una polvareda si un abogado, doctor, ingeniero, político o pastor la sufre? Ahora bien, nadie puede juzgar y mucho menos condenar a alguien porque quiera terminar con un dolor para el cual no encuentra alivio, si ni siquiera ha estado en sus zapatos y cuando entre los síntomas de la misma está la anhedonia o pensamientos de muerte. Esa puerta estará abierta mientras esté la enfermedad.
Estoy justificando la salida extrema? En ninguna manera. Pero, nosotros no podemos enfrentarnos en debates estériles de si debe o no debe, de si puede o no puede, de si se salva o no quien tal cosa hace, cuando como seres pensantes y amorosos que somos debemos buscar soluciones a la problemática que según los últimos reportes médicos ocupará en los años por venir los primeros dos lugares de incapacidad laboral.
Cómo podemos ayudar? Reconocimiento que estamos ante una verdadera pandemia médica y social.
Mostrando empatía por quienes la sufren.
Creando conciencia de esta realidad para que en los años venideros no seamos señalados como los cazadores de brujas del siglo 21, que no reconocieron el mal que enfrentaban y no ayudaron a su eliminación.
Y sobre todo orar por la salud de aquellos que la padecen y en vez de demonizarlos, liberarlos de la carga de la culpa y condenación asociada con ella.
Por último, no cree usted que Dios es más bueno que nosotros? Y que está interesado en la salvación de todas sus criaturas? Pues, dejémosle a El, la decisión de quien se salva y quién no, total, el ofendido por el pecado fue El, y quien proveyó la salida fue El. Nuestro trabajo es echar nuestro pan sobre las aguas.
Culmino con este pensamiento que leí recientemente en un artículo periodístico: “La cruz de Cristo no fue una necesidad impuesta por una divinidad deseosa de compensar su propio nombre ofendido, sino para que todo dolor humano sea vivido en el dolor de Dios al ver el sufrimiento de su hijo”