
Todos atravesamos noches largas donde las lágrimas parecen interminables. Esas noches representan tiempos de pérdida, dolor, enfermedad o incertidumbre. Sin embargo, la Palabra nos asegura que esos momentos no son para siempre. El llanto tiene límite, pero la fidelidad de Dios no lo tiene.
El Señor nos recuerda que Su favor permanece todos los días de nuestra vida, aun cuando no lo veamos en medio de la oscuridad. Lo que hoy parece una carga imposible de llevar, mañana puede convertirse en testimonio de victoria.
Cuando confiamos en Él, el amanecer trae consigo una nueva esperanza. La noche da paso a la luz, y con ella, a la alegría que solo Dios puede dar. Él cambia el lamento en baile, la tristeza en gozo y la desesperanza en fe renovada.
Si hoy tu corazón está cansado y tus ojos llenos de lágrimas, recuerda: el dolor tiene fecha de vencimiento, pero el favor de Dios es eterno. Aférrate a esa verdad y espera el amanecer, porque tu alegría ya viene en camino.