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Deja de excusar tu pecado y confía en tu Abogado

No hay momento de la historia de la iglesia en la que los creyentes no hayan sido tentados a excusar sus pecados y apartarse de la vida a la que Dios nos llama.

Vemos un ejemplo de este peligro en la primera carta del apóstol Juan. El apóstol nos habla sobre cómo vivir en una época donde hay confusión sobre el carácter de Dios, el significado de andar en la luz y lo que Cristo hizo por nosotros. Juan escribió a una audiencia perpleja ante los falsos maestros que habían salido de entre ellos: hombres sin santidad, con mala doctrina y con las pretensiones de tener un conocimiento más profundo de Dios al que solo ellos tenían acceso.

Todo en la carta nos deja ver que estos falsos maestros decían que ya no tenían pecado, pues según ellos tenían una unción especial de parte de Dios. De esta forma buscaban excusar su vida en las tinieblas. Por eso Juan escribe lo siguiente al hablarnos sobre qué significa en verdad caminar en la luz:

Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros (1:8-9).

La iglesia en nuestros días no puede permitirse olvidar las lecciones urgentes que este pasaje y los versículos siguientes contienen para nosotros.

No excuses tu pecado
Juan está enfatizando que alguien que no admite su pecado no tiene la verdad en él. No está caminando en la luz y no está experimentando el perdón de Dios. ¿Te das cuenta del peligro de vivir excusando nuestros pecados?

Los creyentes a menudo podemos caer en esa trampa, en especial cuando nos acostumbramos a ella con los años. A los chismes los llamamos «compartir peticiones de oración»; a la falta de amor cuando hablamos la verdad a quienes piensan distinto a nosotros, lo llamamos «contender por la fe»; cuando alguien nos dice que no debemos ver películas piratas o que debemos cuidar las cosas con las que llenamos nuestra mente, muchos dicen: «Ay hermano, no seas legalista».

Juan nos confronta en este punto. Nos deja ver que no podemos recibir el perdón de Dios si primero no confesamos a Él nuestro pecado. Y en esto somos llamados a ser específicos sobre nuestros pecados para arrepentirnos y poder caminar en la luz. Juan dice: «Si decimos que no tenemos pecado (en singular, refiriéndose a nuestra condición como pecadores) nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros». Luego dice: «Si confesamos nuestros pecados…», hablando en plural de nuestros pecados (vv. 8-9, énfasis añadido).

Todos los días necesitamos abandonar las excusas para el pecado porque la verdad es que pecamos todos los días y necesitamos perdón

Debemos confesarlos, en plural. Juan no quiere que pensemos en el pecado de manera abstracta. Él es claro y quiere que nosotros también lo seamos ante Dios y los demás, confesando nuestros pecados ante otros cuando es necesario. Cualquiera puede decir: «Ah, todos somos pecadores», pero confesar y abandonar actos específicos de pecado es otra cosa. Esto último es lo que debemos hacer si queremos caminar en la luz.

Ahora bien, ¿qué significa confesar tu pecado? La palabra «confesar» significa «decir lo mismo». En otras palabras, significa estar de acuerdo con Dios en que es verdad lo que Él dice de tu pecado. Se trata de admitir nuestra culpa; de llamar a lo malo como lo que es: malo. Por eso Juan sigue diciendo: «Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros» (v. 10).

No importa cuánto tratemos de excusar nuestro pecado, Dios es claro en Su palabra. Si decimos que no necesitamos de Su perdón, o actuamos como si no lo necesitamos, entonces estamos diciendo: «Señor, Tú eres mentiroso». Y de Dios nadie puede burlarse, y ante Él no valen las excusas o el tiempo que llevamos asistiendo a una iglesia. Me gusta cómo lo dijo un predicador llamado George Morrison: «Envolverte a ti mismo en excusas es estar desnudo delante del gran trono blanco».

Para los que tenemos mucho tiempo siendo cristianos, esta es una tentación seria, porque de alguna forma creemos que estamos mejor con Dios que alguien que va llegando a la fe. Pero la verdad es que todavía somos pecadores que dependemos del amor y el perdón de Dios. Todos los días necesitamos abandonar las excusas para el pecado porque la verdad es que pecamos todos los días y necesitamos perdón.

Te invito a preguntarte: ¿Cuáles son las excusas que estás presentando delante de Dios para no confesar y abandonar un pecado específico en tu vida?

Hoy en día somos expertos en culpar a los demás por nuestras acciones pecaminosas: «La sociedad nos hace así»; «Mis padres me enseñaron a ser así; «Ah, es que las otras personas me impulsan a actuar así»; «Ah, es que estoy bajo presión». Pero las circunstancias en realidad solo sacan a relucir lo que ya hay en tu corazón.

Una promesa contra tus excusas
Cuando nos acercamos a Dios en confesión gozamos de esta promesa gloriosa que Él nos presenta en Su Palabra: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (v. 9).

¿Puedes ver que el resultado de la confesión es contrario a nuestra intuición? La fidelidad y justicia de Dios, en vez de ser razones para apartarnos de Él o envolvernos en excusas, son más bien la razón para acercarnos a Él y ser honestos sobre nuestra condición.

Tal vez piensas: «Pero, Señor, mis pecados son inexcusables, ni siquiera yo mismo puedo perdonarme». Dios te dice: «Yo soy fiel y justo para perdonarte y limpiarte ante Mí».

Tal vez piensas: «Pero, Señor, ni siquiera yo mismo puedo limpiar mi historial de pecados. La gente a mi alrededor jamás olvidará las cosas malas que hice». Dios te dice: «Yo soy fiel y justo para perdonarte y limpiarte ante Mí».
Tal vez piensas: «Pero, Señor, llevo años viniendo a la iglesia y todo este tiempo he persistido en pecados secretos y en mis pensamientos pecaminosos delante de ti». Dios te dice: «Yo soy fiel y justo para perdonarte y limpiarte ante Mí».

Tal vez piensas: «Pero, Señor, a veces mi arrepentimiento es pobre. Aunque estoy arrepentido, no he llorado por mi pecado como debo hacerlo». Dios te dice: «Yo soy fiel y justo para perdonarte y limpiarte ante Mí».
¿Alguna vez has sentido el peso de esta promesa?

En otras palabras, si Dios no te perdona y limpia, cuando vienes a Él confesando tus pecados, Él sería injusto e infiel.

Una de las cosas más trágicas de la iglesia en nuestros días es que hemos perdido de vista el impacto y lo polémico del evangelio; en cierta forma, nos hemos acostumbrado a él. Piensa en esto: Dios promete salvación a toda clase de pecadores que se arrepienten de sus pecados y creen en Jesús. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo puede Dios perdonarnos sin dejar de ser justo? De eso trata toda la Biblia y de eso trata la obra de Cristo en quien debemos confiar.

Confía en Cristo, tu Abogado.
Es gracias a Cristo que podemos caminar en la luz y ser limpiados de nuestros pecados: «Si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Jn 1:7, énfasis añadido).

Juan se está refiriendo a Su muerte en la cruz cuando habla de la sangre de Jesús; y cuando dice que nos limpia, se refiere a que ella remueve delante de Dios la mancha de nuestro pecado que rompía e impedía nuestra comunión con Él. Podemos presentarnos limpios ante Dios y gozar de comunión con Él.

¿Puedes ver cómo esto nos muestra la gracia de Dios?
No son nuestras propias obras las que nos limpian de pecado. Tampoco nuestras ceremonias o reuniones de la iglesia. No es nuestra reputación ni nuestros esfuerzos. No son nuestras excusas ante Dios y ante los demás. No son los años que tenemos viniendo a la iglesia. Tampoco es nuestro conocimiento de la Biblia o las experiencias espirituales que hayamos tenido. Ni siquiera nuestra propia fe o arrepentimiento, como si estas cosas por sí solas nos hicieran merecedores del perdón.

Lo único que nos limpia es la sangre de Cristo. Esto debería quitar nuestra confianza de las demás cosas que no pueden limpiarnos.

Más adelante en su carta, Juan dirige aún más nuestra mirada a Cristo para explicar cómo Dios puede ser fiel y justo al perdonarnos. Juan no quiere que pequemos, porque eso rompe nuestra comunión con Dios, pero quiere alentarnos y brindarnos seguridad. Él quiere recordarnos quién es Jesús para nosotros:

Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado, para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2:1-2).

Cristo es nuestro abogado ante el Padre y la propiciación por nuestros pecados (los de la iglesia) y los del mundo entero (que en el contexto se refiere a que la obra de Cristo es suficiente para salvar a cualquier persona en todo el mundo que crea en Él).

¿Qué significa que Cristo sea entonces nuestra propiciación? La palabra griega, traducida como propiciación aquí, significa quitar nuestra culpa ante Dios y purificarnos. Pero también significa apaciguar la ira de Dios que tú y yo merecemos por nuestra maldad e idolatría.

De esto trata el evangelio: no de lo que nosotros hacemos por Dios, sino de lo que Él hizo por nosotros. Este es un mensaje de gracia radical

Mientras los dioses falsos de la antigüedad eran caprichosos y malvados, y demandaban sacrificios para ser apaciguados o manipulados, el Dios verdadero es fiel y justo, y Él mismo entrega a Su Hijo, lo más valioso para Él. Dios provee por Su amor el único sacrificio por el cual podemos gozar de comunión con Él. De esto trata el evangelio: no de lo que nosotros hacemos por Dios, sino de lo que Él hizo por nosotros. Este es un mensaje de gracia radical.

Jesús es la propiciación por nuestro pecado, y Juan nos explica que cuando los creyentes pecamos, Jesús también es nuestro Abogado ante Dios. Él presenta delante del Juez Su propiciación por nosotros y se pone de nuestro lado para que podamos tener comunión con Él y andar en la luz.

El Hijo se presenta ante el Juez y expone los hechos a nuestro favor: Su vida perfecta por nosotros y Su muerte propiciatoria. Es como si dijera: «Ya Yo pagué la deuda que esta persona merecía pagar: soporté el castigo voluntariamente para vindicar Tu justicia en obediencia a Ti y como muestra de Tu amor por este pecador» (cp. Ro 5:8). Y entonces el Juez del universo escucha el caso que el Hijo hace a tu favor y da Su veredicto: «Eres perdonado; eres inocente».

Este es el corazón del evangelio. La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. Dios es fiel y justo para perdonarnos. Cristo es nuestra propiciación y nuestro Abogado.

¿Qué significa esto para ti?
Ser absuelto de condenación es algo que cambia la vida de cualquier persona que antes estaba acusada de algún delito.

Hace un par de años hubo un juicio mediático entre un actor famoso y una actriz por difamación y abuso en el matrimonio. No sabemos todo lo que pasó y podemos estar seguros de que hubo pecado en ambas partes. No quiero poner a ninguno de los dos como buenos ejemplos de moral. Pero, al final, el hombre fue declarado inocente y estas fueron las palabras que compartió después:

A través de los medios de comunicación, se me formularon denuncias falsas, muy serias y hasta criminales… Ya había dado la vuelta al mundo dos veces en un nanosegundo y tuvo un impacto sísmico en mi vida y mi carrera. Y seis años después, el jurado me devolvió la vida. Me siento verdaderamente empequeñecido.

Este hombre, según sus palabras, puede volver a tener un nuevo comienzo; fue vindicado ante las acusaciones. Aunque esto en su caso no significa que haya sido perdonado, sí significa que ya no necesita seguir defendiéndose por este caso porque ya tuvo abogados que hicieron un trabajo fenomenal y consiguieron la victoria ante el juez.

Tenemos a un Abogado perfecto ante el tribunal más alto en el universo y eso nos llena de seguridad para toda la vida

Si este hombre puede sentirse tan agradecido por esto, ¿qué hay de nosotros cuando pensamos en lo que tenemos en Cristo, nuestro Abogado, quien por el amor del Padre y por el valor redentor de Su obra en la cruz obtiene para nosotros un veredicto infinitamente más importante cuando en verdad somos culpables?

En Jesús, el jurado no nos devuelve la vida… el jurado que es Dios nos da vida (Jn 3:16). Y esto lo cambia todo en nuestras vidas:

  • Significa que ya no tienes que envolverte con trapos de excusas delante de Dios, porque puedes presentarte cubierto delante de Él por el perdón que tienes en Cristo.
  • Significa que ya no tienes que buscar justificarte a ti mismo cuando Dios es quien te perdona. Si Él ya te perdonó y limpió, mucho menos tienes que vivir poniendo excusas ante los demás. Puedes vivir en honestidad y sin temor.
    Significa que ya no tienes que vivir siendo tu propio abogado y dándote explicaciones a ti mismo
  • constantemente. Tenemos a un Abogado perfecto ante el tribunal más alto en el universo y eso nos llena de seguridad para toda la vida.
  • Significa que ya no tenemos que minimizar nuestro pecado, porque la persona más justa conoce completamente nuestro caso y nuestra maldad y decidió ofrecerse en nuestro lugar, perdonarnos y abogar a nuestro favor.
  • Significa que ya no tienes que pretender ser perfecto porque en Cristo eres libre para reconocer tus fallas y poder enderezar tus pasos.
  • Significa que ya puedes dejar tus sentimientos de culpa por tus pecados donde deben estar: en el pasado, porque ahora Dios te ha perdonado.
  • Significa que ya no tienes que seguir buscando llenar tu vida con las cisternas vacías de este mundo (Jer 2:13), porque en Cristo puedes andar en la luz al tener comunión con Dios.

Cuando consideras todo esto, la pregunta final no es si eres pecador o no; no es si Cristo es poderoso para salvarte o no; no es si tus pecados son grandes o pequeños (pues no hay pecados pequeños ante un Dios infinito que es luz).

Ya sabes las respuestas a estas preguntas. Ahora la pregunta que te queda es: ¿Estás caminando en la luz o no? Esa es una pregunta para hacernos a diario.

No temas caminar en la luz cuando ya tienes un Abogado perfecto a tu favor.

Fuente:
Josué Barrios

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