¿Quién ganó el partido de anoche? ¿Cuándo juegan de nuevo? Abres la computadora para consultar los resultados y, durante el proceso, los anuncios son inescapables. No podrías evitarlos aunque lo intentaras. Las apuestas deportivas han llegado con fuerza.
Los anunciantes tampoco malgastan su dinero. En febrero de 2024, se calcula que 68 millones de estadounidenses apostarán más de 23 000 millones de dólares en la Super Bowl. Esto no es ninguna sorpresa, ya que en 2023 las apuestas deportivas alcanzaron los 120 000 millones de dólares. Eso supone 360 dólares por persona en Estados Unidos. Probablemente, las apuestas deportivas hayan llegado ya a tu iglesia e incluso puede que se hayan instalado en tu propia casa. Si aún no lo han hecho, los corredores de apuestas están llamando a la puerta.
Las apuestas deportivas se han infiltrado en el ecosistema deportivo. ¿Cómo deben responder los cristianos?
Un problema de mayordomía
Algunos responden sugiriendo que apostar, en cualquier forma, incluidas las deportivas, es imprudente y no aporta nada significativo al mundo real. El dinero apostado, en última instancia, pertenece a Dios, por lo que no administrarlo bien equivale a malversarlo en Su contra. Además, Él nos da a cada uno una vida para vivir y existen mejores inversiones para el dinero y el tiempo utilizados en las apuestas deportivas.
Las apuestas deportivas también se han convertido en una especie de caballo de Troya que ha facilitado otras formas más nefastas de apuestas, así como la adicción a ellas. Las apuestas deportivas funcionan como una puerta de entrada al amplio mundo de las apuestas por Internet, sobre todo para los jóvenes que normalmente no irían a un casino. Las empresas de apuestas, movidas por su rentabilidad, ven un retorno de la inversión del 500 % cuando convierten a un aficionado a los deportes que apuesta en un jugador de casino.
No debería sorprendernos que el deseo de emociones y ganancias pueda llevar las apuestas deportivas ocasionales a formas de juego en línea las veinticuatro horas del día. Al fin y al cabo, Pablo advierte a Timoteo: «Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Ti 6:9-10).
¿Apuestas deportivas «responsables»?
El argumento de la mayordomía tiene peso, sin duda, y los cristianos sobrios deberían tener una categoría para el terreno resbaladizo, especialmente en actividades tan estrechamente relacionadas con la codicia.
Sin embargo, cada vez cobra más fuerza una racionalización común: ¿qué pasa con las apuestas deportivas «responsables»? Las apuestas deportivas son ahora legales en muchos lugares, por lo que el estigma social ha disminuido. ¿Acaso no gastamos dinero en otras aficiones y actividades? Entonces, ¿qué puede haber de malo en apostar con un presupuesto limitado, especialmente mientras se sigue centrado en disfrutar de la experiencia deportiva con los amigos? ¿No hay lugar para mejorar e intensificar la experiencia de ver deportes?
Pero, más allá del problema de la mayordomía y del riesgo de una adicción a las apuestas, otros aspectos de las apuestas deportivas apuntan a una realidad seria y preocupante: estas ponen en juego algo más que nuestros recursos. Las apuestas deportivas son imprudentes e incluso pecaminosas, debido a la forma en que moldean nuestra visión del riesgo, corrompen la naturaleza del deporte y no aman al prójimo.
1. Las apuestas deportivas distorsionan nuestra visión del riesgo
Las apuestas deportivas distorsionan nuestra visión del riesgo y entorpecen nuestra capacidad para el gozo verdadero y duradero. Aunque las empresas de apuestas presentan las apuestas deportivas como una forma de aumentar el disfrute, en última instancia esta práctica fomenta el riesgo con el fin de obtener una recompensa económica inmediata.
El libro de Proverbios advierte contra eslóganes de apuestas como «cuanto más juegues, más ganarás». Proverbios 13:11 aconseja: «La fortuna obtenida con fraude disminuye, / Pero el que la recoge con trabajo la aumenta». O considera Proverbios 28:20: «El hombre fiel abundará en bendiciones, / Pero el que se apresura a enriquecerse no quedará sin castigo». Las apuestas deportivas condicionan nuestros corazones para que amen el riesgo en aras de una ganancia financiera inmediata, y perseguir tal riqueza conduce a la destrucción.
No debemos concluir, sin embargo, que nunca debemos correr riesgos. «El que observa el viento no siembra, / Y el que mira las nubes no siega», declara el Predicador en Eclesiastés 11:4. En lugar de ver perspectivas sombrías y negarse a correr riesgos empresariales que honren a Dios, el Predicador pide humildad y trabajo fiel ante el «Dios que hace todas las cosas» (Ec 11:5-6).
Dos son los factores que distinguen al empresario fiel del apostador deportivo. En primer lugar, mientras que el apostador deportivo busca acumular riqueza rápidamente, el empresario fiel tiene como objetivo crear riqueza. El empresario cristiano busca amar al prójimo proporcionando un bien o servicio a un precio justo. Las apuestas deportivas no aman a nadie más que a sí mismas e incluso en eso fracasan.
En segundo lugar, el empresario fiel asume un riesgo, pero también intenta mitigarlo en las áreas que puede controlar. Así, asume el riesgo con sabiduría y fe, mientras que las apuestas deportivas aumentan los riesgos para obtener mayores ganancias. En otras palabras, las apuestas deportivas nos enseñan a asumir riesgos de forma equivocada.
Además, los cristianos asumen riesgos del evangelio en aras del gozo eterno. Jesús nos llama a entregar nuestra vida para ganarla (Lc 9:24). Pablo llama a la muerte en Cristo ganancia para el que muere (Fil 1:21). Hechos 15:26 describe a Pablo y Bernabé como «hombres han arriesgado su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (énfasis añadido).
Mientras que las apuestas deportivas condicionan a las personas a asumir riesgos para obtener golpes inmediatos de dopamina o una rápida recompensa económica, los cristianos asumen riesgos pensando en Cristo y en las almas inmortales. Por tanto, debemos evitar participar en actividades que nos enseñen a pensar en el riesgo de forma inadecuada.
2. Las apuestas deportivas corrompen el deporte
Las apuestas deportivas no solo distorsionan nuestra visión del riesgo, sino que también corrompen los santos propósitos de Dios para el deporte. El mismo Dios que creó al monstruo marino para que jugara en las profundidades del océano (Sal 104:26) creó a los seres humanos para que disfrutaran del mundo que nos ha dado (Ec 3:12-13). El juego santo de hoy, como descanso momentáneo de las cargas de la vida cotidiana, nos ayuda a mirar con esperanza hacia la nueva creación que nos espera mañana.
Aunque no sean utilitarios en esencia, los deportes también pueden beneficiar a la humanidad. En particular, la competencia puede cultivar el dominio propio y la destreza, aunque debemos tener cuidado con la envidia que acecha a la puerta (Ec 4:4). En su mejor expresión, el deporte puede sacar lo mejor de los competidores.
Sin embargo, las apuestas deportivas corrompen tanto el juego imaginativo como la competición atlética. Al reducir el juego a victorias y derrotas —o, peor aún, a márgenes de puntos o apuestas durante el partido—, el resultado sustituye al juego en sí. Ciertamente, el apostante tiene más en juego en relación con el resultado, pero ya no puede disfrutar del juego por la simple belleza del mismo o los matices de la competencia.
No solo eso, sino que cada vez más jugadores de deportes profesionales se han visto arrastrados por la avalancha de apuestas deportivas. Los aficionados a estos deportes tienen motivos para preocuparse cuando se ha descubierto que los jugadores apuestan en sus propios deportes, apuestan en su propio equipo y apuestan en su propio rendimiento personal; a veces incluso apostando a que no rendirán bien y luego abandonando el partido por una «lesión».
Las apuestas deportivas corrompen la naturaleza del deporte y su propósito, y también incitan a los jugadores a participar en la corrupción, por lo que no es aconsejable que los cristianos formen parte de un sistema tan dañino y perjudicial.
3. Las apuestas deportivas carecen de amor al prójimo
Supongamos que te va muy bien con las apuestas deportivas. Eres uno de los pocos que burlan el sistema y ganan una cantidad decente de dinero haciéndolo. La pregunta entonces es «¿quién pierde?». En realidad, las apuestas deportivas no son un juego de suma cero, sino de suma negativa. La casa, por definición, debe ganar. Para ello, las casas de apuestas deportivas presentan sutilmente las probabilidades de modo que, si los apostantes apuestan una cantidad de dinero igual a ambos equipos, las casas de apuestas deportivas seguirán ganando dinero.
La Escritura establece el mandamiento de «amar al prójimo como a uno mismo», que Jesús afirma como uno de los dos —junto con el amor a Dios— de los que depende toda la Ley y los Profetas (Lv 19:18; Mt 22:37-40). Pablo exhorta a los cristianos en Filipenses 2:4: «No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás».
Los corredores de apuestas no pueden perder dinero. Por lo tanto, para que tú ganes, tu prójimo tiene que perder. Así, al quedarte con el dinero de tu prójimo (posiblemente contribuyendo a una adicción destructiva a las apuestas), también consigues beneficios para la casa de apuestas deportivas depredadora. Las apuestas deportivas carecen de amor al prójimo.
Esta falta de amor requiere arrepentimiento, aunque se haga sin intención o por ignorancia (Nm 15:27-31).
Guarda tu corazón
Proverbios dirige una advertencia a todos los que quieren seguir el camino de la sabiduría:
Con toda diligencia guarda tu corazón,
Porque de él brotan los manantiales de la vida.
Fíjate en el sendero de tus pies,
Y todos tus caminos serán establecidos.
No te desvíes a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal (Pr 4:23, 26-27).
Las apuestas deportivas nos llaman por un camino torcido, el cual moldeará nuestros corazones lejos de la vida. Promete placeres, pero en el mejor de los casos son fugaces y llenos de riesgos impíos. Ese camino se desvía de los gozos profundos y duraderos que provienen de seguir los designios de Dios en las maneras de Dios.
Así que sí, las apuestas deportivas han llegado con fuerza. ¿Y cómo debemos responder? Puede parecer que no podemos evitar las apuestas deportivas o, al menos, los anuncios. Pero como las apuestas deportivas distorsionan nuestra visión del riesgo, corrompen el deporte y carecen de amor al prójimo, participar en ellas es imprudente e incluso pecaminoso. No arriesgues tu corazón ni a tu prójimo por un rápido beneficio económico.