La Biblia está llena de historias ejemplares para mostrarnos que Dios nos usa para expandir Su mensaje y Su obra en esta tierra a pesar de nuestras debilidades e imperfecciones. No somos perfectos todavía, todos tenemos flaquezas y fortalezas. Dios nos llama aunque tenemos defectos. Una de las cosas que corresponde hacer a los pastores es trabajar con los líderes de la iglesia y alimentar al rebaño.
Hace años serví en un Comité de Mediación que había en nuestra asociación para ayudar a las iglesias a resolver malos entendidos entre pastores y diáconos, entre diáconos y otros líderes, o entre los líderes y la congregación. Por las experiencias que vivimos llegamos a la conclusión de que esos problemas surgen por falta de comunicación. Los pastores y los líderes están para ayudar a los que sienten que su mente descansaría si pudieran saber de quién es la culpa de lo sucedido o si descubrieran al culpable. Los desacuerdos entre miembros de la iglesia se pueden solucionar si los líderes, incluyendo al pastor, detectaran las características de los que demuestran o no justicia y equidad, y si pusieran en práctica los pasos que deben tomar para lograr la reconciliación y la recuperación.
1. Es necesario conocer a las personas.
En la iglesia, como en todo lugar donde se reúnen personas diferentes; hay quienes se caracterizan por ser conciliadores y otros que no lo son. Hay personas felices e infelices, dependiendo de las circunstancias que les ha tocado vivir. Hay quienes consagran su vida a Dios y quienes asisten a la iglesia como si fuera un club social. Hay hombres naturales, cristianos carnales y cristianos espirituales: (1 Corintios 2:14,15 y 3:1-3). Esto nos demuestra que no debemos esperar que todos reaccionen a las crisis de la misma manera, sin embargo, sí podemos ayudarles a comprender y a vivir la vida cristiana y plena.
2. Es necesario que los líderes sean íntegros.
La palabra integridad quiere decir “de una sola pieza”, que no tiene doblez. Es difícil que la gente preste atención a líderes o pastores que provocan desavenencias. Quien dice una cosa y hace otra, generalmente, no es una persona de confiar. Andar como Dios quiere, hablar lo que es bueno y edificante, rechazar la extorsión, el soborno y las ganancias deshonestas, negarse a escuchar o a planear acciones turbias y desviar sus ojos del mal es lo que la Biblia define como características de los que andan con Dios. (Leer Isaías 33.15-16a.). El pastor y sus líderes deben tener este mismo sentir.
3. Es necesario reconocer que cualquiera puede fallar.
Ni el pastor ni sus líderes deben imponer sus posiciones, al contrario, deben ser y vivir como siervos de Dios y servidores de los demás. Pueden equivocarse, fallar y hasta fracasar, pero en lugar de echarle la culpa a otras personas, deben pensar qué pueden aprender. Quien le echa la culpa de su fracaso a otro no reconoce que debe superar sus limitaciones y vencer sus debilidades. Los pastores y líderes deben asumir la responsabilidad por lo que dicen y actuar consecuentemente. Deben ser razonables y justos a la hora de reconocer sus errores. Deben perdonar y pedir perdón si es necesario. Deben admitir que sus razonamientos no serán eficaces si no están evidenciados por la Palabra de Dios.
4. Es necesario ayudar a los que buscan culpar a otros.
Hace unos días vi un letrero en un auto que decía: “Eso de amar al prójimo lo dije en serio”. Y es cierto, Jesús sabe lo mucho que nosotros nos amamos a nosotros mismos. Por eso es que en Gálatas 5:14-15 Pablo se lo dice a las iglesias de Galacia, y hasta llegó a llamarles “insensatos y necios” (Gálatas 3:1 y 3) debido a sus controversias. Por supuesto, sus líderes estaban involucrados en esos problemas y no lo resolvieron oficialmente hasta ir a un concilio en Jerusalén. (Hechos 15; Gálatas 2:12, 5:2).
Es muy fácil que las personas culpen a los demás para eludir su responsabilidad, y es muy difícil enfrentar a esas personas con su realidad. Eso forma parte de la labor del pastor y sus líderes. Sin soberbia, sin rencor e imparcialmente deben ayudar a los demás a reconocer que no son jueces para condenar a nadie, ni que tampoco deben ser cómplices de los que actúan de forma dudosa. En su lugar, deben enseñarles a descubrir si su fe obra por el amor (Gálatas 5.6); porque el amor por Dios y por los demás nace como resultado de haber sido perdonados.
• La integridad facilita la credibilidad: si eres íntegro la gente te creerá.
• La responsabilidad promueve la ejemplaridad: si eres responsable la gente seguirá tu ejemplo.
• La sinceridad despierta la conformidad: si eres sincero la gente aceptará lo que dices.
Quien cree, sigue el ejemplo y se conforma con vivir de acuerdo a la semejanza de Jesús que reflejan el pastor y sus líderes, entenderá que asumir el compromiso de sus propias acciones y aprender de sus experiencias, buenas o malas, le ayudará a comprender que Dios llama y capacita a personas comunes, que se equivocan y pueden empezar de nuevo. La madurez espiritual no tiene límites.