Es una vieja máxima que la naturaleza no puede superarse a sí misma. El agua proveniente de la punta del cerro sólo subirá tan alto como su fuente; pero, a menos que se ejerza alguna extraordinaria presión sobre ella, nunca subirá más alto. Lo mismo sucede con la naturaleza humana.
La Escritura nos informa que es extraordinariamente depravada; no podemos esperar que de una naturaleza pervertida procedan las buenas obras. ¿Acaso pueden emanar aguas dulces del pozo amargo? De la misma manera que el veneno no crece en árboles saludables que dan frutos saludables, tampoco pueden crecer frutos saludables en árboles venenosos. No busquemos buenas obras en la naturaleza depravada como tampoco deberíamos buscarlas en la vid de Soreco en la vid de Gomorra. No podemos esperar encontrar buenas obras provenientes de la naturaleza del hombre; en verdad es vano e inútil pensar que las buenas obras se puedan originar en el hombre natural.
Ustedes se preguntarán: “¿de dónde provienen, entonces?” Nuestra respuesta es que las buenas obras provienen de una conversión real, producida por el Espíritu de Dios. Hasta el momento de nuestra conversión, no hay ni la más mínima sombra de bondad en nosotros. A los ojos del mundo podremos tener buena reputación y ser respetables, pero a los ojos de Dios no somos nada de eso. Si pudiéramos ver en nuestros corazones como miramos a veces los rostros de otras personas, veríamos muchas cosas allí que ahuyentarían de nuestras almas la simple suposición de buenas obras, antes de que nuestro corazón sea cambiado. Cuántas cosas no hay en el mundo que ponemos sobre nuestras mesas y que incluso comemos, que si fueran puestas al microscopio, tendríamos miedo de tocarlas, pues veríamos toda clase de criaturas repulsivas que trepan y se arrastran sobre ellas, ¡cosas inconcebibles! Y lo mismo sucede con la naturaleza humana. Una vez que el corazón humano es colocado bajo el microscopio de la Escritura, y lo vemos con un ojo espiritual, lo vemos tan depravado e inmundo, que quedamos muy convencidos que mientras no tengamos un nuevo corazón y un espíritu recto, sería tan imposible encontrar buenas obras en el hombre inconverso e injusto, como ver fuego ardiendo en medio del océano. Las dos cosas serían igualmente incongruentes.
Nuestras buenas obras, si es que las tenemos, brotan de una conversión real. Además, emanan de una constante influencia espiritual ejercida sobre nosotros, desde el tiempo de la conversión hasta la hora de la muerte. ¡Ah!, cristiano, tú no tendrías buenas obras si no tuvieras una influencia renovada día con día. Descubrirías que la gracia que te fue dada en la primera hora no es suficiente para producir fruto hoy. No es como plantar un árbol en nuestros corazones, que de sí mismo produce fruto naturalmente, sino que la savia sube de la raíz que es Jesucristo. Nosotros no somos árboles independientes, sino que somos pámpanos injertados en la vid viva. ¡Buenas obras, yo sé de dónde provienen ustedes! Vienen flotando en la corriente de la gracia, y si yo no tuviera esa corriente de gracia fluyendo siempre, nunca encontraría buenas obras que surgieran de mí. ¿Buenas obras de una criatura? ¡Imposible! Las buenas obras son dones de Dios, son Sus perlas escogidas, que hace descender con Su gracia.
Y además, nosotros creemos que las buenas obras surgen de la unión con Cristo. Nosotros creemos que en la medida que un hombre se reconozca y se sienta uno con Jesús, será más santo. El propio hecho que Cristo y el cristiano se conviertan en uno, vuelve al cristiano semejante a Cristo. ¿Por qué el carácter de un cristiano es semejante al carácter de Cristo? Únicamente por esta razón: porque él es injertado y unido al Señor Jesucristo. ¿Por qué ese pámpano produce uvas?
Simplemente porque ha sido injertado a la vid, y por tanto participa de la naturaleza del tronco. Así que, cristiano, la única manera por la que puedes producir fruto para Dios es siendo injertado en Cristo y unido con Él. Ustedes, cristianos, que piensan que pueden caminar en santidad sin guardar una perpetua comunión con Cristo, han cometido un grave error. Si quieren ser santos deben vivir cerca de Jesús. Las buenas obras brotan únicamente allí. De aquí sacamos las más poderosas razones contra cualquier cosa que se parezca a la confianza en las obras; pues como las obras son únicamente el don de Dios, cuán completamente imposible es que un hombre que sea injusto, inconverso e impío, produzca alguna buena obra por sí. Y si son dones de Dios, cuán poco mérito puede haber en ellas.