LA ESTRELLA DE LA MAÑANA BRILLÓ EN BELÉN
Con el nacimiento de Jesús en Belén de Judea, se activó el cumplimiento profético de la anunciación del Mesías en el Antiguo Testamento que, durante su vida en la tierra y ascensión a los cielos, comprende 268 profecías cumplidas.
Belén es símbolo de la expresión más sublime de amor manifestado por el Padre al enviarnos a su Hijo amado para ser como uno de nosotros en este mundo (Jn 3:16). El cielo beso la tierra en Belén cuando el unigénito del Padre nació en un pesebre (Lc 2:7); los angelitos del cielo en fiesta alegraron los corazones de los hombres al entonar el cantico “In Gloris Excelsis” en los campos de Belén (Lc. 2:13-14).
La sublime manifestación del Mesías entre los hijos de los hombres, se produjo en el contraste de la humildad y la grandeza, sobrenaturalidad y gloria proclamada. La belleza de Belén es Jesús, la hermosura radiante de aquella noche de paz es Jesús. Él es la razón que une el polvo de sus pies (Is. 66:1). Los pastores le ofrecieron su adoración (Lc. 2:15-20), y los sabios del oriente presentaron sus dones (Mt. 2:11). En Belén, nació el amor, nació la esperanza de los hombres. En Belén brilló la luz eterna (Jn 8:12). Nació el sol de justicia para irradiar el caliente del amor de Dios a los corazones de los hombres (Mal. 4:2).
La sobrenaturalidad de su presentación en el templo de Jerusalén (Lc. 2:21-38), y sabiduría e inteligencia de adolescente (Lc. 2:46-47), son piedras preciosas del Reino, pinceladas solemnes de su sagrada presencia entre los hombres.
SU MINISTERIO PÚBLICO
Aludiendo al ministerio público de Jesús de Nazaret, el profeta evangélico proclama: “mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia… Pues al fin llenará de gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Is. 9:1-2). La favorecida Galilea de los gentiles se constituyó en el escenario de los hechos de grandes milagros, prodigios y señales del Señor, pero también la Samaria, Perea y Judea fueron testigos oculares de la sobrenaturalidad ministerial del Mesías anunciado.
La palabra viva que anuncia su misión profética dice: “el espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de la venganza del Dios nuestro. A consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, oleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría, en lugar de espíritu angustiado; serán llamados arboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Is. 61:1-3).
Esta sagrada proclama, define la sublimidad del ministerio público de Jesús, el Mesías, cuyo testimonio descansa en los cuatro evangelios, su infinito amor por la gente, profunda compasión, solidaridad inigualable, comprensión insospechada de los problemas y males de la gente, su corazón perdonador (expresado en la noble disposición de otorgar nuevas oportunidades al ser humano caído) y su disposición de servir a las multitudes sin buscar algún beneficio personal a cambio. En los 3½ años de ministerio público, se entregó al pueblo: abrió los ojos de los ciegos, dio habla a los mudos, levantó a los paralíticos, los sordos escucharon, los sordo-mudos escucharon y hablaron, resucito a los muertos, sanó a los leprosos, alimentó a los hambrientos, perdonó a los pecadores, levantó y restauró a los caídos, trajo esperanza a los desfallecidos y vida plena a los entristecidos, y libertó a los oprimidos por espíritus inmundos. Sus enseñanzas sublimes siguen siendo norte en el mundo de hoy; su nombre es Jesús.
OBRA DE REDENCIÓN
MUERTE DE CRUZ
La pluma fluida de Pablo dice que Cristo Jesús se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp. 2:7-8). Y en la epístola a los romanos proclama: “mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, cristo murió por nosotros… porque siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:8 y10).
Siendo Rey, adorado y reverenciado por querubines y serafines, se hizo hombre y murió en una cruz de muerte vergonzosa, como morían los convictos y esclavos, para que recibamos cien veces más en este mundo más el inigualable don de la vida eterna (Jn 6:47 y 17:3).
RESURECCIÓN DEL SANTO DE DIOS
En el impresivo de Pablo a la iglesia de Corinto dice: Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las escrituras (1 Co. 15:3-4), y si Cristo no resucitó vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho (1 Co. 15:17 y 20).
En tanto, que a los filipenses dice: Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Flp.2:9-11).
Con la resurrección inicia la exaltación del hijo de Dios que es la recompensa del Padre por su disposición de humillarse hasta la muerte de cruz. Venció a satanás, la muerte, el pecado, las fuerzas de las tinieblas y la condenación eterna. Se llama Jesús, el Mesías del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por su persona, nombre y triunfo somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Ro. 8:37).
LA ASCENCIÓN
“Y el Señor después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios” (Mr. 16:19), “y aconteció que bendiciéndolos se separó de ellos, y fue llevando arriba al cielo (Lc. 24:51). La ascensión es la expresión de triunfo del Mesías sobre los poderes de las tinieblas que se encuentran alojados en las regiones celestes (Ef. 6:12). El apóstol Pablo puntualiza: “el que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef. 4:10). El Señor victorioso fue recibido con honores en el Reino de los cielos a lo que alude David, en palabras proféticas: “alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotros, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria (Sal. 24:9-10).
EL SENTARSE A LA DIESTRA DEL PADRE
Sentarse a la diestra del padre significa sentarse a la justicia de Dios, como lo hizo el hijo de Dios, una vez ascendió a los cielos. David profetizó: Jehová dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies (Sal. 110:1), y el escritor a los hebreos proclama del Mesías: “el cual siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas” (Heb. 1:3). El sentarse a la justicia del Padre habla del triunfo del Señor en la obra de redención. Propósito que será completado con la manifestación del reino de Dios, con Jesucristo como Rey.
LA TRASLACIÓN DE LA IGLESIA
“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por lo tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:16-18). El arrebatamiento o traslación de la iglesia es la soberana esperanza del pueblo de Dios; los que esperamos ser levantados sabemos que vivimos días proféticos. El que da testimonio de estas cosas dice: “ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).
2DA. PAROUSIA DE CRISTO
Pablo dice a los tesalonicenses: “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo… cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirados en todos los que creyeron” (1 Ts.1:7-8 y 10). Un mayor detalle es relatado en (Ap. 19:11-21), de cómo viene con sus santos y ángeles de luz a destruir el reino efímero del Anticristo y sus ejércitos de maldad en la batalla de Armagedón (Ap. 16:16).
REINO MILENIAL
“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venia una como un hijo de hombre, que vino hasta el anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará y su reino uno que no será destruido” (Dn. 7:13-14). En tanto que Juan, el escatólogo, dice: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6). En este momento profético de la historia de la salvación lo que más le interesa a Dios es la instauración de su Reino con Jesucristo como Rey.
La petición “venga tu reino” de la oración modelo (Mt. 6:10), ruega al Padre que su reino venga a los corazones de los hombres, con el nuevo nacimiento en Cristo. Además, la invocación es que se manifieste el reino físico de Dios a través de su Mesías, el Señor Jesucristo, su Hijo eterno. En el cuerpo de gloria su pueblo resplandecerá, como las estrellas a perpetua eternidad delante de su soberana presencia (Dn. 12:3).
El ángel Gabriel, mensajero de reino, le dijo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc. 1:31-33). Significa que Jesús, el Hijo de Dios, es el mismo de Belén y el Reino. Nació en Belén para manifestar el amor de Dios, y reinará por los siglos de los siglos para revelar la sublime justicia de Dios. Coronado está a la diestra de la majestad en las alturas, y reina en los corazones de hombres y mujeres que le aman. Un día su reino universal será visible, y lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David (Is. 9:7).
Si no has abierto tu corazón a su señorío, recíbele como único salvador personal.
Iglesia Jesucristo Fuente De Amor