No esperes a que hayas pagado todas las cuentas y que hayas comprado la ropa de tus hijos y que todo esté bien, para entonces comenzar a darle al Señor. Eso no es las primicias, eso es las «ultimicias». Muchos cristianos somos expertos en las “ultimicias” pero no en las primicias.
Comenzamos esta serie de meditaciones sobre la generosidad con la historia de la viuda de Sarepta, a quien Dios usó para darle de comer al profeta Elías durante una gran hambre que había en todo la región. Conocemos la historia: Cuando Elías llega a la casa de la viuda, esta se prepara para comer el último bocado que le queda junto a su hijo, para después abandonarse a morir.
De paso, ¿Por qué es que Dios escoge las situaciones más extremas? Muchas veces para mostrar su poder. Él quiere dejar establecidas leyes espirituales, de que no es conforme a la fuerza del hombre, sino con el poder de Dios. Y entonces Elías llega allí, a una viuda primeramente, y después a una viuda miserable y pobre y le pide a esa viuda que le dé de comer.
Dios iba a usar la fe de esa pobre viuda para mostrar que con Él todo es posible, que si le creemos y damos un paso de fe, Él es fiel y poderoso no sólo para darnos lo que necesitamos, sino para también usarnos para ser de bendición a otros.
Elías le pide a la viuda que primero le haga una torta a él de lo poquísimo que le queda, y que luego coman ella y su hijo, prometiéndole que si así hace, no le faltará ni harina ni aceite hasta que pase la sequía: “No tengas temor; hazme a mí primero una pequeña torta, y trémela; y después harás para ti y tu hijo” (1 Reyes 17:13).
Elías estaba estableciendo otro principio espiritual que nosotros ahora extraemos de la Escritura y lo aplicamos en el siglo XXI, y que va a bendecir tu vida, va a bendecir tu economía, tus hijos, tu familia: Dale a Dios primero. Dale a Dios las primicias de tu economía.
Dios siempre dice “dame a mi primero”. Dios quería meter a esta mujer en la zona de la incomodidad. Porque es en esa zona donde se desata el corazón de Dios, donde fluye la bendición, donde fluye la gracia. Es ahí donde nosotros tenemos que aprender a darle a Dios y a darle a los demás. Cuando esta mujer obedeció al profeta Elías, y el principio espiritual que su petición encarnaba, se desató la bendición y la prosperidad. Y dice la Biblia que “el aceite no menguó ni el aceite escaseó en todo el tiempo que Elías estuvo con ella”, hasta que terminó el hambre en el país.
Y fíjese que después de eso su hijo tuvo una grave enfermedad y murió, y como Elías estaba allí, revivió a su hijo también. Porque la bendición de los padres se extiende a los hijos. ¿Tú quieres que tus hijos sean bendecidos en el futuro? Si tu quieres una familia próspera, hijos bendecidos, sé generoso para con Dios. Dale siempre a Él primero, y Él bendecirá tu casa y tus generaciones.
Hay que darle al Señor en todas las áreas: dinero, profesión, intelecto, tiempo, energías, perdón, gracia, todas las cosas hay que repartir, repartir, repartir. Da generosamente y no te preocupes. Siembra “a siete y a ocho” y verás cómo siempre vas a poder cosechar. Lo que sembraste aquí, se tomará un tiempecito, pero ya hará tiempo que habrás sembrado en otra parte, y mientras viene lo otro, podrás cosechar de lo que sembraste primero. Entonces puedes recoger de esto y después de lo otro, y siempre vas a tener semillas que van a estar brotando y dando frutos.
La bendición va a fluir en tu vida continuamente si eres generoso para con Dios. El Señor te dice hoy, “Entra en la zona de la incomodidad”. Dale a Dios primero. No te dejes intimidar por tus circunstancias limitadas. Da de lo poquito que tienes, y siempre aparta las primicias para Dios. Este principio espiritual te seguirá todos los días de tu vida, y la fuente de tu bendición nunca se secará.