Articulos

¡Dame ese monte!

Volvamos a las promesas de Dios y hablemos de la lealtad, de la integridad que premia el Señor. El anciano Josué repartía la tierra que el Señor daba por heredad a su pueblo y el guerrero Caleb a sus ochenta y cinco años venía a pedirle a Josué la heredad que Dios le había prometido hacía 45 años. La vida de Caleb había sido una vida dedicada completamente al Señor. Josué y Caleb eran sobrevivientes de una generación perdida en el desierto, los únicos espías fieles que trajeron buenas noticias a Moisés tras explorar la tierra que Dios daría a su pueblo en heredad (Números 13:3–33). Cuarenta y cinco años no es poco tiempo de espera. El Señor le había conservado la vida (Josué14:10). Atrás quedaban mil batallas guerreadas en favor del pueblo de Dios. “Ahora pues, dame esta región montañosa de la cual el Señor habló aquel día, porque tú oíste aquel día que allí había Anaceos con grandes ciudades fortificadas…” (Josué 14.12a).

Para muchos la conquista había terminado, para Caleb no. La heredad que Dios le daba requería aún de sus fuerzas para conquistar las montañas de Hebrón. No era cualquier monte. Caleb tenía los méritos militares y espirituales suficientes para pedir a Josué un territorio conquistado y allí disfrutar los últimos años de vida con su familia, pero él prefirió continuar sirviendo al Señor con la confianza de que Dios permanecería a su lado y le acompañaría en la empresa. “Tal vez el Señor esté conmigo y los expulsaré como el Señor ha dicho.” (Josué 14.12b). Hebrón era tierra de gigantes y de ciudades amuralladas, de manera que la tarea sería difícil. Tendría que luchar para poseerla y derribar todos los obstáculos para ver sus sueños hechos realidad. Dios da y promete bendiciones, pero la iglesia no debe recibirlas con los brazos cruzados. Tiene que poseerlas, arrebatarlas al enemigo, derribar las murallas para entrar y “ver” la gloria de Dios.

Por cuatrocientos shekalim de plata compró Abraham a los heteos una cueva en Hebrón para enterrar a Sara. Los restos del propio Abraham, de Isaac y de Jacob descansan allí también y es hoy el segundo lugar más sagrado del judaísmo. Años después de ser conquistada por Caleb llegó a ser una ciudad de refugio para los levitas, ministradores de la adoración en el templo. David fue ungido Rey por los ancianos en Hebrón (2 Samuel 2:11). Caleb, con su actitud y fidelidad a Dios, contribuiría también a hacer de Hebrón una ciudad de referencia para los cristianos de la posteridad.

La iglesia de Cristo es también heredera de las promesas de Dios. A dos mil años de fundada por Jesús, todavía debe enfrentar oposiciones y comprender sus desafíos. No puede ser pasiva; tiene una misión. La iglesia que se contenta con porciones de promesas y no sigue adelante, se estancará irremediablemente, envejece sin ver los propósitos de Dios hechos práctica en su historia. El cristiano que se conforma con deleites fragmentados y temporales, no disfruta con los años la vida cristiana a plenitud. El Señor premia al que permanece y persevera, a la iglesia que lucha por poseer la heredad, a la que no se satisface con la historia contada, sino que hace su propia historia guiado de la mano de Cristo. Es un problema de actitud. Los años en Cristo generan un estado de gracia plena en la vejez; sea de la iglesia o del cristiano como individuo.

La actitud y carácter en Cristo hacen perdurar los sueños e infunden aliento para aprovechar nuevas oportunidades de servir al Señor. El ¡dame ese monte! de Caleb es un grito valiente de asalto a los imposibles que propicia el Dios que hace todo posible, es el de penetrar y visionar los sueños de Cristo para su iglesia “a pesar de los gigantes y las murallas”, es visionar el Reino de Dios desde el presente, ya consumado en la Canaán del cielo que nos espera. Dios no premia sólo por las victorias, sino también por la actitud. Caleb pudo ver hecha realidad la promesa de Dios por su integridad, por su honestidad, por su convicción de que Dios peleaba al lado de su pueblo, por su inagotable vigor para continuar sirviendo a su Señor. Ejemplo hermoso tenemos en Caleb, en su voluntad de lucha y en su amor por la obra de Dios. Pidámosle a él su monte y él nos acompañará a conquistarlo.

¡Dios bendiga su Palabra!

Lectura sugerida: Josué 14

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba