Si nosotros queremos sociedades desarrolladas, culturas prósperas, familias bendecidas, que la bendición y la promesa de Dios corra en nuestras familias, hay leyes espirituales que tenemos que entender. Una de las leyes más hermosas que permite que las naciones se desarrollen y las sociedades, las ciudades, las iglesias, las familias se desarrollen y pueda entrar la prosperidad de Dios, está en dar, dar; adoptar una ética en toda la vida de ser generoso y de dar.
Y eso tiene que ver con la gracia, que es la fuerza motriz de toda relación entre Dios y el hombre, porque todas las relaciones de Dios con el hombre son por gracia. Si no, ya Dios nos habría destruido hace tiempo por nuestro pecado y nuestras repetidas ofensas contra su ley y su santidad. Dios es un Dios de Gracia, de perdón y de generosidad para con sus criaturas. Y nosotros tenemos que imitar a nuestro Padre viviendo vidas de gracia, de siempre dar. Y no me estoy refiriendo solamente a dinero, aunque eso es una parte importante.
[quote_center]Entonces Elías le dijo: «No temas; ve, haz como has dicho, pero primero hazme una pequeña torta de eso y tráemela; después harás para ti y para tu hijo.»1 Reyes 17:13[/quote_center]
Me refiero a ser generosos con todos, con nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras energías, nuestros conocimientos, y nuestro dinero y nuestras posesiones. Tenemos que adoptar una actitud generosa con todos.
Eso incluye también el perdonar, incluye el tolerar, incluye el obviar e ignorar las ofensas; incluye el amar al débil y preferir a la persona humilde. Todo eso es parte de ese elemento, de esa ética de dar, dar, dar. El que vive así es una persona bendecida. Siempre recibirá del Padre, y vivirá una vida de paz y provisión.
Dite a ti mismo: “Yo voy a ser un dador generoso. Voy a ser una persona conocida por mi generosidad y voy a ser generoso con los demás y con todo lo que yo tenga. Y voy a dar en el nombre del Señor siempre. Voy a repartir a siete y a ocho, como dice el escritor del Eclesiastés. Y en toda ocasión que yo pueda ayudar a alguien y bendecir a alguien con mis dones, mis posesiones, con una palabra de estímulo, lo voy a hacer, siempre en el nombre del Señor, como un acto espiritual, como algo intencional. No porque me pongan presión para hacerlo, no porque yo quiera manipular a Dios haciéndolo; no porque me gusta que la gente diga ‘oh, qué persona más espléndida’, sino porque al hacerlo yo estaré entrando en un pacto secreto con mi Dios. Y aunque nadie más me vea, mi Dios me va a ver y me va a bendecir”.
Porque yo testifico que según sus posibilidades, y aun más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad.
2 Corintios 8:3