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Cultivando la Fe en Nuestros Hijos. Una Guía para Padres Cristianos

La primera vez que asistí a la iglesia sin mis padres, estaba en mi último año de secundaria. Ese domingo por la mañana, uno de mis padres no se encontraba bien y el otro estaba de viaje. Como hacía poco que me había convertido al cristianismo, pensé: Tengo automóvil y licencia de conducir. ¿Qué me lo impide? Puedo ir yo mismo.

Eso es exactamente lo que ocurrió. Me resultaba extraño interactuar con todos esos adultos yo solo, pero no dejaba de pensar: Hago esto porque es algo que quiero.

Todos los padres que intentan educar a sus hijos en la fe anhelan esto. Los llevamos a la escuela dominical, luego al servicio, luego a una reunión separada del grupo de jóvenes. Oramos antes de las comidas, hacemos devocionales familiares tan a menudo como podamos y vigilamos con atención su consumo de los medios de entretenimiento.

Pero puede que nos preocupe que nuestros hijos se rebelen. Podemos darnos cuenta de que para cada límite que establecemos, ellos encuentran una manera de evitarlo. Puede que mientan sobre cuánto oran o leen la Biblia. Cuando lleguen a la universidad, puede que rechacen todo lo que les enseñamos y tomen un camino diferente.

Estamos llamados a criar a nuestros hijos en la disciplina y la instrucción del Señor (Ef 6:4). ¿Cómo podemos hacerlo de tal manera que su fe se convierta en algo propio?

Aunque no hay garantías ni fórmulas, el apóstol Pablo trazó un buen modelo del papel que pueden desempeñar los padres: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento» (1 Co 3:6). Estas son cuatro maneras en las que podemos hacer el trabajo de cultivar.

1. Conoce tu papel
Mi hijo juega al baloncesto y, en algunos partidos, veo a los padres reprender públicamente a sus hijos con expectativas que van más allá del nivel de destreza o de las capacidades naturales de los niños. Nunca funciona.

Del mismo modo, no podemos forzar el crecimiento de la fe de nuestros hijos. Nuestro propósito como padres es plantar y regar, nada más. Aunque esto pueda parecer fatalista a primera vista, es una verdad liberadora.

Cuando comprendemos nuestro papel, nos libramos de la frustración cuando nuestros esfuerzos por controlar —gritar, castigar, recompensar, forzar, restringir y criticar— no dan fruto o, peor aún, conducen a la rebelión. No estoy diciendo que evites disciplinar o poner límites a tus hijos adolescentes. Debes hacerlo. Al hacerlo, recuerda que no puedes fabricar un cambio en el corazón.

En cambio, nuestro papel es señalar a nuestros hijos a Cristo, enseñarles acerca de Su gracia y misericordia, y confiar en que el Espíritu haga Su obra. Responder a la misericordia y a la gracia de nuestro Señor será siempre una motivación más fuerte para nuestros hijos que cualquier medida que podamos imponer.

2. Aprópiate de tu fe
Cuando trabajaba en el ministerio de jóvenes, conocí a una madre que se lamentaba de que su hija nunca parecía apasionada por su fe o por la iglesia. Ella no expresaba interés en asistir a los estudios bíblicos en grupos pequeños que teníamos para estudiantes de secundaria y preparatoria.

Le pregunté si ella como madre participaba en alguno de los grupos pequeños de adultos. Me dijo que no y me dio las razones que yo esperaba: su horario de trabajo era demasiado apretado, tenía que hacer malabarismos con sus responsabilidades y le resultaba muy difícil encontrar el tiempo. Tan amablemente como pude, le pregunté: «¿Se da cuenta de por qué su hija no tiene interés?». Creo que ambos sabíamos que la respuesta a su queja era obvia.

¿Cómo puedes esperar que tus hijos se apropien de su fe si tú no te apropias plenamente de la tuya? Recuerda el dicho: «El comportamiento se adquiere, no se enseña». Gran parte de la crianza no consiste en averiguar cómo embaucar a nuestros hijos para que hagan lo que nosotros queremos que hagan. Es averiguar cómo vivir una vida que nos gustaría que nuestros hijos imiten.

Se ha hablado mucho de los efectos nocivos del uso constante del teléfono en los niños, pero ¿los padres hemos aprendido a dejarlo? Queremos que nuestros hijos tengan el hábito de leer la Biblia a diario, pero ¿nosotros lo hacemos? Queremos que se sometan a sus maestros y a nosotros como autoridades, pero ¿hacemos lo mismo con nuestros jefes y líderes ministeriales? ¿Cómo podemos formar a nuestros hijos para que se apropien de su fe si nosotros mismos no nos apropiamos de ella?

3. Enséñales a pensar
Es más fácil decir a nuestros hijos lo que tienen que pensar que enseñarles a pensar por sí mismos. Es difícil y complicado debatir puntos de vista diferentes y a menudo erróneos sobre la vida. Es menos estresante y más sencillo decirles a nuestros hijos que hagan lo que nosotros pensamos que es correcto y cerrar cualquier discusión.

Esto es especialmente cierto en el ámbito de la fe. Los niños necesitan espacio para debatir puntos de vista diferentes, sobre todo cuando hay grupos de cristianos que tienen perspectivas distintas sobre el mismo tema.

Cuando mis hijos hacen preguntas de tercer orden relacionadas con la fe, suelo decirles: «Hay cristianos que piensan así y otros que piensan de otra manera. Así es cómo llegaron a sus conclusiones». Luego dejo que mis hijos analicen por su cuenta los distintos puntos de vista. Creo que así se apropian más de sus opiniones.

Hay momentos en los que el evangelio es claro sobre un tema y necesitamos ser firmes en nuestras respuestas. Pero incluso en esos casos, ayuda a tus hijos a entender otros argumentos y a reflexionar sobre el complicado proceso para que puedan tener más confianza a la hora de afirmar su fe. No temas los puntos de vista opuestos al evangelio —no pueden hacernos daño— sino más bien considéralos como una oportunidad para enseñar pacientemente a tus hijos a interactuar con ellos en la sabiduría del Espíritu.

4. Confía en el proceso
Queremos que nuestros hijos viajen en línea recta. No sabemos si tenemos la confianza necesaria para gestionar un desierto de dudas y pruebas. Los periodos de incertidumbre en la vida de nuestros hijos pueden hacernos sentir ansiosos y frustrados.

Por el contrario, espera estas temporadas de prueba y enfrentarlas de forma directa, caminando pacientemente junto a tus hijos. Si tu hijo adolescente te hace una pregunta difícil, no tengas miedo a decir «no sé», pero no lo dejes ahí. Dedica tiempo a investigar los temas difíciles junto a él o ella. No desestimes la lucha, ya que puede ser un paso en el camino hacia la apropiación de la fe.

La muerte y resurrección de Jesús no fue una victoria únicamente sobre las consecuencias del pecado, sino también sobre su poder. Ese mismo poder del Espíritu Santo cambia los corazones y nos lleva de la muerte a la vida.

Puede ser una tarea desalentadora renunciar al control de la vida de nuestros hijos y confiar en que seguirán al Dios que los creó. Pero, de todos modos, nunca podríamos conseguirlo, por mucho que lo intentáramos. Nuestro papel consiste en confiar primero en el poder de Dios para nuestras propias vidas y luego en la ayuda que necesitamos para guiar a nuestros hijos hacia Él. Nosotros plantamos y regamos, pero es Dios quien hace crecer la fe de nuestros hijos.

 

Fuente:
Steve Eatmon

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