En tiempos de incertidumbre, donde el mundo cambia a velocidades que nos asombran y agotan, hay una verdad que permanece inquebrantable: la tranquilidad de Dios está cargada del amor de Jesucristo. No es una calma vacía, sino una paz viva, sostenida por Aquel que es eterno.
Jesucristo no varía, ni se adapta a las modas ni a las crisis del momento. Él es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13- 8). Por eso, cuando todo tiembla, su presencia ofrece un descanso verdadero.
Hoy más que nunca, necesitamos volver a esa fuente de serenidad. No es evasión, es fortaleza. No es indiferencia, es confianza.
Que esta verdad alumbre tu mente y abrace tu corazón.
Tómate un momento hoy. Detén el ruido, abre tu corazón y busca al Príncipe de Paz. Él sigue esperando con los brazos abiertos para darte una tranquilidad que no se acaba.
