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Cuando la maternidad se siente invisible

Muchas de las responsabilidades y tareas diarias de la maternidad pasan desapercibidas para el mundo exterior. Es habitual que las madres nos sentimos abrumadas y poco valoradas mientras mecemos a bebés inquietos, limpiamos lo que se ha derramado y corregimos el mismo mal comportamiento por enésima vez. Nadie sabe por lo que estoy pasando. Mi trabajo parece invisible.

En Occidente hay un gran impulso para validar a las madres y llamar la atención sobre la supuesta invisibilidad de la maternidad. Las apps sobre crianza realizan encuestas y publican informes sobre lo mucho que hacen las mamás. Las mamás blogueras (que nunca me han conocido) escriben que «me ven», y los memes me proclaman una «supermamá».

Cuando siento que mi labor es invisible o insignificante, me ayuda saber que otras mujeres han sentido lo mismo, y ciertamente aprecio las palabras de aliento. Pero como madre cristiana, debería saber mejor que nadie que nada de lo que hago es invisible. Todo lo que hago —o dejo de hacer— es plena y completamente conocido por Dios.

Dios lo ve todo
Por un lado, la omnipresencia y la omnisciencia de Dios deberían ser un gran consuelo para mí. Dios ve todo el trabajo duro, rutinario y abrumador que hago. Pero esta misma realidad también debería ser profundamente seria. Si Dios está conmigo cuando nadie más lo está, entonces también mira lo que nadie más mira. Si soy sincera, me gustaría que algunos de mis pensamientos y acciones permanecieran invisibles.

Una cosa es que una mamá influencer que no me conoce me diga: «¡Mamá, te vemos!». Otra cosa muy distinta es que Dios diga: «Sé todo lo que has hecho». En medio de la noche, cuando estoy sola, Dios me ve quejándome mientras levanto a mi bebé y conoce mis pensamientos amargos hacia mi esposo.

Cuando siento que mi labor es invisible, puede envanecerse en mis pecados secretos porque parece que no hay nadie a quien rendir cuentas. Al fin y al cabo, nadie está cerca para verme gritar a mis hijos, descuidar disciplinarlos con amor o malgastar una tarde en mi teléfono.

Pero nada está escondido de Dios. Él ve todo mi pecado, incluso un corazón quejumbroso. La verdad de la omnisciencia de Dios debería ser tanto un profundo consuelo cuando me siento abrumada y aislada como una fuerte advertencia cuando me siento tentada a pecar.

Lucha contra la mentira de la invisibilidad
¿Qué podemos hacer las madres cuando nos sentimos invisibles y abatidas o tentadas a pecar? La sabiduría bíblica muestra que es importante llevar nuestras luchas y tentaciones a la luz de la comunidad cristiana. Al decir a los demás que estamos abrumadas, les invitamos a que nos ayuden a soportar nuestras cargas (Gá 6:2).

Un elemento clave para compartir nuestras cargas es confesar nuestros pecados unos a otros (Stg 5:16). Si vamos a combatir la mentira de la «invisibilidad», debemos hacer que reunirnos para rendir cuentas sea una prioridad regular.

Sí sé que voy a reunirme con mi grupo de rendición de cuentas el jueves por la noche, puedo estar menos tentada a pecar el miércoles. Cuando los demás saben cómo pasó el tiempo, cómo hablo de mi esposo y cómo responder a situaciones desagradables, recuerdo que Dios también ve esas cosas.

Pero encontrar o crear un grupo sólido de rendición de cuentas puede ser un reto. Si tu iglesia no ofrece una estructura de rendición de cuentas, es posible que tengas que crear tu propio grupo. Empieza por asistir regularmente a un estudio bíblico semanal o a un grupo de compañerismo y toma nota de las mujeres cuya fe admiras y que viven en tu zona (en un radio de quince minutos es lo ideal).

Piensa en los propósitos, el formato, la hora y el lugar de tu grupo de rendición de cuentas y luego invita a un grupo selecto de mujeres a unirse. No te desanimes si te rechazan. La meta no es un grupo grande sino uno comprometido y consistente. Reconoce que dar prioridad a este tipo de relaciones será costoso en términos de tiempo, energía emocional y planificación (como contratar a una niñera o reunirse cuando los niños están en la escuela).

Vale la pena el esfuerzo
Si soy sincera, a menudo no siento ganas de hacer el esfuerzo. Agotada al final del día, puede que prefiera ver en Instagram reportajes sobre madres con exceso de trabajo y padres perezosos, que me hacen sentir «vista», en lugar de levantarme del sofá e invertir en relaciones reales con otras hermanas en Cristo. Es fácil sentir una conexión con las cuentas de mamás en línea que expresan nuestras frustraciones de sentirnos invisibles, pero tienden a alimentar nuestras quejas en lugar de ayudarnos a crecer en gratitud y contentamiento.

Lo que sí ayuda es buscar la rendición de cuentas en persona, continua y comprometida con otros creyentes. Cuando cultivamos estas relaciones —especialmente con mujeres en otras etapas de la vida, ya sean solteras, casadas sin hijos o con nidos vacíos, además de otras madres jóvenes— recordamos que nuestra experiencia actual en la maternidad no es el único llamado difícil. Todas mis hermanas, ya sean madres jóvenes o no, se enfrentan a retos diarios y también pueden sentirse invisibles.

Al confesar honestamente mi pecado a otras hermanas, ya no me siento como una supermamá. Me siento expuesta. Pero cuando ellas oran por mí, me animan en la verdad y me señalan al verdadero superhéroe —el Señor Jesús— ya no siento la necesidad de validarse a mí misma.

No existe tal cosa como una mamá invisible o una supermamá. Pero hay mamás que son completamente conocidas, perdonadas y amadas en Cristo. Él nos ha llamado a vivir en la luz como Él está en la luz. Si permanecemos en Él, no debemos temer que nuestra labor sea en vano.

 

Fuente:
KIRA NELSON

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