
“Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Romanos 15:5-6
Volver a la iglesia del pastor Núñez no estaba en mis planes, pero sí en los de Dios.
El sábado, mi hijo y mi nieto salieron a jugar deporte como siempre. No hablamos de nada especial, no planeamos nada el domingo, pero ya Dios lo tenía todo escrito en su agenda celestial.
Esa noche, bien tarde, me puse a orar y a escuchar alabanzas como acostumbro. No pedí nada, pero en la madrugada tuve un sueño:
Vi a un ex rector con su esposa, entre una multitud. Y Me dijo:
¡Qué bueno verte! Ven, abraza a mi esposa, y luego a mí.
Desperté conmovida, orando por ellos sin saber por qué.
En la mañana, mi hijo me sorprendió:
Madre, prepárate. Paso a buscarte para ir al templo.
No era la iglesia que yo había pensado visitar, pero entendí en mi espíritu esa voz antigua que le habló a Abraham:
«Toma ahora a tu hijo, tu único, al que amas… y ofrécelo…» (Génesis 22:2)
Y guardé silencio.
Entramos juntos al altar.
La palabra que trajo el pastor fue clara y poderosa:
Romanos 15-5-6- y Juan 17:22 — «Haznos uno».
Unidad en la familia. Unidad en la iglesia. Unidad con Dios.
La exhortación fue hermosa ante la+ predicación de la Palabra.
«Bendígandase entre ustedes. Esposos con esposas, padres con hijos, madres con sus hijos… Abrácense, honrarse y háganse uno.»
Mi hijo me abrazó con fuerza y lloró.
Fue un momento profundo, espiritual, eterno.
La presencia de Dios estaba ahí.
Casi al finalizar, sentí en mi espíritu arrodillarme. Oré por el ministro.
La adoración fue tan intensa, tan real, que la gloria de Dios nos envolvió.
Entonces ocurrió algo divino:
El ex rector y su esposa los del sueño se acercaron y me dijeron:
«Déjanos bendecirte con el abrazo que soñaste.»
Y lo hicieron.
Luego abrazaron a mi hijo.
No fue casualidad.
Fue la respuesta de Dios a una fe que espera, que ora, y que obedece en silencio.
Ese día entendí que cuando Dios nos hace uno, todo cobra sentido.
No hay reloj, no hay distancia, no hay esfuerzo humano:
hay gloria, hay abrazo, hay unidad.
Y como dice Romanos 15, esa unidad no es para nosotros solamente…
Es para que a una voz, glorifiquemos a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo