
Filipenses 2-13 me recuerda algo que sostiene mi fe cada día: «Porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito.» No es la aprobación humana lo que define mi caminar, sino el hecho de que es Dios mismo quien pone en mí tanto el deseo como la capacidad de hacer lo que agrada a Su voluntad.
He aprendido que, muchas veces, el camino que Dios me señala puede ser incomprendido, criticado o hasta rechazado por otros. Sin embargo, en mi corazón sé que si Él me ha hablado y me ha dado una misión, es porque hay un plan mayor que quizás los demás no logran ver.
Cuando enfrentó críticas o humillaciones, recuerdo que la aprobación que realmente importa es la de Dios. Su voz y Su dirección son las que me sostienen. Y aunque duela el rechazo, la obediencia a Su palabra siempre trae fruto y me asegura que Su propósito se cumplirá en mi vida.
Jesús mismo me fortaleció con estas palabras en Mateo 5-11-12: «Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos.»
Por eso decido confiar. Decido mantenerme firme, aunque el camino sea difícil, porque sé que Dios está obrando en mí aun en medio de la adversidad. Y si Él aprueba lo que hago, nada más importa.