Cada hecho humano está regido por el tiempo. Nacemos a cierta fecha y ese es nuestro cumpleaños, y celebramos aniversarios de boda, de asociaciones comerciales, de eventos de familiars, y conmemoramos aniversarios de muertes o de hechos ya antiguos, sean nacionales o internacionales. El tiempo, que es infinito, lo dividimos, para comprenderlo mejor, en segundos, minutos, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, centenaries, milenios, eras y eons, pero todo es una continuidad eterna, y una escuela grande con un juez imparcial y severo.
En el 2016, asumí junto a mi hoy esposa, el compromiso de casarnos. Fue un período donde nos conocimos más y donde se iba moldeando todos los eventos de ese día. Ella me pidió, ya que extrañaba a su padre, que la boda se celebrase el que hubiese sido el día de su cumpleaños, acepté, y así quedó fijado la fecha 29 de abril de 2017.
Ese día fue una locura y, especialmente del lado de la novia, se notaban los nervios. Se celebra el matrimonio, que fue una ceremonia emotiva. Finalmente, se llega a la recepción, y ahí se pudo compartir con familiars y amigos cercanos.
Esa es una foto de la recepción. La novia, Laura Alfau, y el novio que era yo, mi madre, que estaba regia para la ocasión, una querida tía que era una doctora y un ser humano maravilloso y que la tuberculosis arrebató de este mundo hace relativamente poco y una mujer admirable, Margarita García, quien ha mantenido vivo al Tabernáculo Prensa de Dios y cree en ese proyecto como nadie.
Se van a cumplir 36 meses de esa foto, y si vemos, hay cosas que ya han cambiado, pero los recuerdos y los sentimientos no desaparecen. Me siento afortunado, y parte de ese sentir se nota en esa foto, ya que 4 mujeres muy significativas en mi vida estuvieron ahí conmigo y me siguieron acompañando en sus distintos papeles: esposa, madre, tía, jefa, orientándome o simplemente escuchándome.
Hace mucho, un escritor decía que no entendía por qué las mujeres luchaban por la igualdad, cuando eran mucho mejores que los hombres. Creo que tenía toda la razón.
Creo que estos 36 meses, en mi caso, han sido una escuela. Todos los días uno aprende a conocer lo esencial del otro, de sobrellevarlo, de tratar de tener metas en común, de reírse y de llorar, y en ocasiones, estar en silencio. Y eso forma parte de ese regalo tan complejo de Dios, que es la vida.