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Cristo, verdadero conquistador

Cuenta la historia de Cuba que el Indio Hatuey fue el primer rebelde que se rebeló contra la dominación española a finales del siglo XV (1492-1500). La rebelión de Hatuey fue sofocada y fue condenado a morir en la hoguera por rebelde y por hereje. ¿Su herejía? Se negó a aceptar a un Dios que los españoles trataron de imponerle y que para Hatuey era el símbolo de la destrucción, la muerte, la esclavitud y el despojo. Dicen que cuando Hatuey ya estaba presto a morir el sacerdote Bartolomé de las Casas le ofreció a Cristo para “ir a vivir en el cielo”. Hatuey le dijo: -`si ustedes van al cielo con todas las barbaridades que han hecho con nosotros, ¡yo no quiero estar allí!` Y fue quemado vivo en una zona del oriente cubano que desde entonces se llama Yara.

La historia del Cacique Hatuey es de mucha actualidad. Las personas se niegan “ir al cielo” porque cada vez ven menos patrones en los cristianos que sean dignos de imitar y de desear. Ya pocas veces se valora al cristiano por las apariencias de piedad y sus conocimientos bíblicos, sino por lo que hace, por la vida que manifiesta de manera natural y sin fingimiento como hijo de Dios. El cristiano es blanco cada día del juicio de sus semejantes en todos los sentidos. Si prometemos el cielo y decimos que somos herederos del Reino y la gente nos juzga como poco idóneos para merecer lo que les prometemos en el nombre de Jesús, es mejor callar y no testificar.

Cuentan que las palabras del Cacique Hatuey al negarse ir al cielo por el testimonio inhumano de los primeros cristianos españoles que vinieron a América, fueron para el Padre las Casas una verdadera inspiración para convertirse desde entonces en un defensor de aquellos infelices aborígenes de nuestros pueblos y un cronista de las barbaridades cometidas por los cristianos conquistadores.

La iglesia de Cristo es responsable de testificar, no de conquistar almas. El conquistador es Cristo, el que cautiva los corazones de tal manera que se hace irresistible para el alma quebrantado. Cada cristiano es una piedra en el edificio espiritual construido sobre la Roca que es su hijo Jesús. Nunca prometa a otros el cielo si Ud. no está seguro que su fe y su vida cristiana estén cimentadas sobre Cristo, la Roca. Nadie le creerá. Muéstreles una vida cristiana de amor (a Dios y a los demás), fidelidad, gracia y paz y deje al Espíritu mover las pasiones humanas y mostrarles el verdadero rostro de Jesús.

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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