Una persona, un ministro excelente, está en continuo estado de desarrollo. Siempre está consciente de que la jornada del ministerio es una larga carrera que requiere persistencia en la búsqueda de la excelencia. Sabe que siempre hay algo nuevo que aprender, un rasgo de carácter que mejorar, una nueva lectura que hacer, una nueva destreza que añadir. Se trata de una persona que está en perpetuo estado de crecimiento, en continuo estado de auto superación y mejoramiento de su desempeño en el servicio cristiano.
Cuando digo eso, veo en mi mente una flecha viajando perpetuamente en el firmamento hacia un blanco que ni se ve de tan lejos que está, y la flecha nunca llegará a su blanco. Así debe ser el siervo, la sierva de Dios, siempre creciendo, siempre desarrollándose, siempre buscando un nivel superior de desarrollo, sea en el nivel de dominio personal y de desarrollo de su carácter, superación de defectos, crecimiento de su conocimiento ministerial, relaciones con sus feligreses, con sus colegas, hijos, familia, etc.
Es decir, es una búsqueda continua de perfeccionamiento, de superación personal, de llegar a ser cada vez más y más como Jesucristo y de nunca pensar, “Ya llegué”. En todo aquello que define excelencia, la sierva de Dios, el siervo de Dios, está siempre buscando cómo puede mejorar, cómo puede quitarle un pedacito más a esa estatua de mármol que está siendo construida y perfeccionada, cómo puede llevarla a reflejar más y más la configuración precisa de Jesucristo, que es el modelo por excelencia.
Me suscribo entusiastamente a las palabras del apóstol Pablo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13 y 14).
Ya sea en el ministerio a tiempo completo, o en cualquier área de nuestro servicio al Señor, adoptemos una ética de superación perpetua. Si nos proponemos vivir la vida cristiana así, Dios no se cansará de intervenir a nuestro favor y enviar sus nutrientes espirituales sobre nosotros, a fin de que lleguemos a ser siervos extraordinarios que reflejen la excelencia de su Padre celestial.