La Biblia nos enseña que de nada le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma. El alma humana es inmortal, por lo que, conociendo las leyes espirituales de Dios, debemos estar siempre dispuestos a oír y escuchar Su palabra. Al humillarnos ante Su augusta presencia y recibir la gracia de Su amor inefable, nos unimos a Él, permitiéndole ser el dueño de nuestra vida y produciendo en nosotros la obediencia a Su voluntad.
Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio en sacrificio a Su único Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3-16). Además, en Mateo 28-19-20, Jesús nos hace evangelistas comprometidos con el mensaje de la salvación del alma del pecador, llamándonos al arrepentimiento y a la conversión en un nuevo hombre y una nueva mujer, libres del yugo de la esclavitud del pecado.
Estos hombres y mujeres, con corazones que laten al ritmo de la voluntad y la morada de Dios, se convierten en verdaderos seguidores de Cristo, comprometidos a vivir y compartir Su mensaje de amor y redención.