Todos hemos experimentado alguna vez el poder destructivo que tienen las palabras. Lo hemos vivido en el matrimonio, en nuestras familias e incluso en nuestras iglesias. Sin importar el contexto, sabemos por experiencia que las palabras tienen el poder de dañar profundamente a las personas y las relaciones (Stg 3:6).
Esta triste realidad debería hacernos comprender que hablar con amor y sabiduría no brota de nosotros en forma natural. Por el contrario, lo que naturalmente sale de nuestros labios es la necedad de nuestra carne (Ro 3:13; Gá 5:19-20). Entonces, si queremos crecer en esta área, debemos ser intencionales en aprender a hablar como personas que han nacido de nuevo.
Los que estamos en Cristo somos nuevas criaturas y debemos transformar nuestra manera de vivir (2 Co 5:17). Por eso es necesario que seamos llenos de las palabras inspiradas por el Espíritu (Col 3:16) y el libro de Proverbios es especialmente valioso en este sentido, porque nos muestra cómo Dios ha delineado el uso apropiado de nuestras palabras.Estos son cuatro consejos que Proverbios nos da para crecer en el uso sabio de nuestra lengua y así honrar a nuestro Señor:
Habla menos y escucha más
Piensa por un momento: ¿cuántos problemas podrías haber evitado en tu vida si tan solo hubieses aprendido a guardar silencio? Una y otra vez, Proverbios nos recuerda que:
«El que guarda su boca y su lengua, / Guarda su alma de angustias» (21:23).
«En las muchas palabras, la transgresión es inevitable» (10:19).
«El que responde antes de escuchar, / Cosecha necedad y vergüenza» (18:13).
«El hombre prudente guarda silencio (11:12).
«El que mucho abre sus labios, termina en ruina» (13:3).
No obstante, la realidad es que nuestra tendencia natural es totalmente opuesta: somos prontos para hablar, lentos para escuchar y rápidos para enojarnos (cp. Stg 1:19).Por tanto, debemos ser críticos y sinceros al evaluarnos: ¿cuán bueno soy escuchando a los demás? ¿Me intereso genuinamente en lo que otras personas me dicen? ¿Suelo interrumpir a otros mientras hablan para poder hablar yo? Reflexiona en estas y otras preguntas similares para evaluar tus palabras y tu corazón.
Piensa antes de hablar
Nuestro problema con las palabras no es solo que las usamos en exceso, sino que también las usamos sin prudencia. Considera en cuántas ocasiones has dicho cosas inadecuadas por hablar de una forma precipitada. Proverbios dice:
«El corazón del justo medita cómo responder» (15:28).
«Hay más esperanza para un necio que para la persona que habla sin pensar» (29:20 NTV).
La persona sabia piensa antes de hablar. Por un lado, esto significa que antes de hablar debemos preguntarnos: ¿qué impacto puede tener lo que voy a decir? ¿Podrían mis palabras ser hirientes en algún sentido? ¿Estaré edificando o dañando a la persona con lo que diga? Debemos entender que nuestras palabras pueden tener efectos reales y duraderos en la vida de los demás. Con nuestra lengua podemos desanimar, herir o enojar a otros y esto puede tener consecuencias desastrosas en nuestra propia vida (Pr 10:14; 18:7).
Por otro lado, también significa que debemos considerar el momento para hablar. Puede que lo que tengamos que decir sea bueno, pero tal vez no es el momento apropiado para decirlo. Proverbios nos recuerda: «A todo el mundo le gusta una respuesta apropiada; / ¡es hermoso decir lo correcto en el momento oportuno» (15:23 NTV). El punto no es solo dar un buen consejo, sino darlo en el momento correcto (25:11). En resumen, piensa tanto en lo que vas a decir cómo en qué momento lo vas a decir.
Habla para edificar
Proverbios nos enseña cuál debe ser el propósito de nuestras palabras:
«Las palabras amables son como la miel: / dulces al alma y saludables para el cuerpo» (16:24 NTV).
«Las palabras del justo animan a muchos» (10:21 NTV).
«Los labios del justo dan a conocer lo agradable» (10:32).
La persona sabia usa su lengua para edificar a otros. La lengua del sabio es constructiva, en contraste con la lengua del necio que busca destruir y dañar. El sabio «Abre su boca con sabiduría, / Y hay enseñanza de bondad en su lengua» (31:26).
Esto debe llevarnos a evaluar nuestro corazón: ¿Qué caracteriza mi forma de hablar? ¿Soy una persona que constantemente critica o habla mal de otros? ¿Busco que mis palabras bendigan y edifiquen a los demás?
Antes de hablar, escoge aquellas palabras que puedan tener el impacto más positivo en la vida de la otra persona. Incluso si debemos confrontar a alguien, tenemos que recordar que «con misericordia y verdad se corrige el pecado» (16:6 RV60). Nuestras palabras nunca deben ser como «golpes de espada» hacia nuestro prójimo, sino como medicina para sus huesos (12:18).
Habla en busca de paz
Sin importar cuán sabiamente busquemos aplicar los consejos anteriores, la tensión y el conflicto serán inevitables en las relaciones humanas. En esos momentos debemos ser cuidadosos, pues nuestra respuesta puede ser el agua que apague el fuego o la chispa que lo encienda. Proverbios declara:
«La blanda respuesta quita la ira; / Mas la palabra áspera hace subir el furor» (15:1).
«El hombre indigno planea el mal, / Y sus palabras son como fuego abrasador» (16:27).
La persona sabia utiliza sus palabras como un pacificador (1 P 3:11; Ro 14:19). La manera en que respondamos al conflicto puede marcar la forma en que ese problema se desarrolle. Nuestras palabras pueden ser como espadas que promueven la violencia (Pr 18:6; 10:11). Sin embargo, nuestro deber no es responder mal por mal, sino usar nuestras palabras para promover la paz, aún en medio de la trinchera.
El corazón y la lengua
Estos consejos serán útiles solo para aquellos que entienden que el problema con nuestra lengua viene del corazón. No busques solamente cambiar tu conducta. Recuerda que «de la abundancia del corazón habla [la] boca» (Lc 6:45). Si hay alguien que piensa ser un cristiano maduro, pero no refrena su lengua, entonces «engaña a su propio corazón» y la «religión del tal es vana» (Stg 1:26).
Entender la importancia del uso de nuestra lengua debería hacernos acudir en arrepentimiento a Dios en busca de restauración. Si has fallado en vivir conforme al estándar de Dios, mira al Señor Jesús, «el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaron, no respondía ultrajando» (1 P 2:22-23). Es solo en Cristo y en el poder de Su Espíritu que el fuego de nuestra lengua puede ser apagado.