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Consecuencias de la caída del hombre

Las consecuencias de la caída de Adán afectan a toda su posteridad y a la creación entera. Consistiendo, pues, la vida espiritual de Adán en estar unido con su Creador, su muerte fue apartarse de Él. Y no hemos de maravillarnos de que con su alejamiento de Dios haya arruinado a toda su posteridad, pues con ello pervirtió todo el orden de la naturaleza en el cielo y en la tierra.

“Porque sabemos que toda la creación gime a una, dice san Pablo… Porque la creación fue sujetada a vanidad”  (Rom.8:22, 20).

Todo esto es debido a que padecen una parte del castigo que mereció el hombre, para cuyo servicio fueron creados.

Así, pues, si la maldición de Dios lo llenó todo de arriba abajo y se derramó por todas las partes del mundo a causa del pecado de Adán, no hay por qué extrañarse de que se haya propagado también a su posteridad. Por ello, al borrarse en él la imagen celestial, no ha sufrido él solo este castigo, consistente en que a la sabiduría, poder, santidad, verdad y justicia de que estaba revestido y dotado hayan sucedido la ceguera, la debilidad, la inmundicia, la vanidad y la injusticia, sino que toda su posteridad se ha visto envuelta y encenagada en estas mismas miserias.

Ésta es la  caída del hombre, Satanás tentando a eva, el pecado de adan corrupción que por herencia nos viene, y que los antiguos llamaron pecado original, entendiendo por la palabra “pecado” la depravación de la naturaleza, que antes era buena y pura. Lucha de los Padres de la Iglesia contra la “imitación” de los pelagianos.

Sobre esta materia sostuvieron grandes disputas, porque no hay cosa más contraria a nuestra’ razón que afirmar que por la falta de un solo hombre todo el mundo es culpable, y con ello hacer el pecado común. Ésta parece ser la causa de que los más antiguos doctores de la Iglesia hablaran tan oscuramente en esta materia, o por lo menos no la explicasen con la claridad que el asunto requería. Sin embargo, tal temor no pudo impedir que sugiriera Pelagio, cuya profana opinión era que Adán, al pecar, se dañó sólo a sí mismo, y no a sus descendientes. Sin duda, Satanás, al encubrir la enfermedad con esta astucia, pretendía hacerla incurable. Mas como se le convencía, con evidentes testimonios de la Escritura, de que el pecado había descendido del primer hombre a toda su posteridad, él argüía que había descendido por imitación, y no por generación. Por esta razón aquellos santos varones, especialmente san Agustín, se esforzaron cuanto pudieron para demostrar que nuestra corrupción no proviene de la fuerza de los malos ejemplos que en los demás hayamos podido ver, sino que salimos del mismo seno materno con la perversidad que tenemos, lo cual no se puede negar sin gran descaro.

Pero nadie se maravillará de la temeridad de los pelagianos y de los celestinos, si ha leído en los escritos de san Agustín qué desenfreno y brutalidad han desplegado en las demás controversias.

Ciertamente es indiscutible lo que confiesa David: que ha sido engendrado en iniquidad y que su madre le ha concebido en pecado.

“He aquí, en maldad he sido formado,  Y en pecado me concibió mi madre”. (Sal. 51,5).

No hace responsables a las faltas de sus padres, sino que para más glorificar la bondad de Dios hacia él, recuerda su propia perversidad desde su misma concepción. Ahora bien, como consta que no ha sido cosa exclusiva de David, sino que con su ejemplo queda de mostrad la común condición y el estado de todos los hombres. Por tanto, todos nosotros, al ser engendrados de una simiente inmunda, nacemos infectados por el pecado, y aun antes de ver la luz estamos manchados y contaminados ante la faz de DIOS. Porque, ¿”quién hará limpio a lo inmundo”?; nadie, como está escrito en el libro de Job (Job 14; 4). “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie”. Solo Jesucristo puede hacerlo.

¿Cuál fue la causa de la caída del hombre?

Una de las causas de la caída del hombre fue la incredulidad.

Mas, como no pudo ser un delito ligero, sino una maldad detestable, lo que Dios tan rigurosamente castigó, debemos considerar aquí qué clase de pecado fue la caída de Adán, que movió a Dios a imponer tan horrendo castigo a todo el linaje humano.

Pensar que se trata de la gula es una puerilidad. Como si la suma y perfección de todas las virtudes pudiera consistir en abstenerse de un solo fruto, cuando por todas partes había abundancia grandísima de cuantos regalos se podían desear; y en la bendita fertilidad de la tierra, no solamente había abundancia de regalos, sino también gran diversidad de ellos.

Hay, pues, que mirar más alto, y es que el prohibir Dios al hombre que tocase el árbol de la ciencia del bien y del mal fue una prueba de su obediencia, para que así mostrase que de buena voluntad se sometía al mandato de Dios. El mismo nombre del árbol demuestra que el mandato se había dado con el único fin de que, contento con su estado y condición, no se elevase más alto, impulsado por algún loco y desordenado apetito. Además la promesa que se le hizo, que sería inmortal mientras comiera del árbol de vida, y por el contrario, la terrible amenaza de que en el punto en que comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, moriría, era para probar y ejercitar su fe. De aquí claramente se puede concluir de qué modo ha provocado Adán contra sí la ira de Dios.-No se expresa mal san Agustín, cuando dice que la soberbia ha sido el principio de todos los males, porque si la ambición no hubiera transportado al hombre más alto de lo que le pertenecía, muy bien hubiera podido permanecer en su estado!. No obstante, busquemos una definición más perfecta de esta clase de tentación que nos refiere Moisés.

Cuando la mujer con el engaño de la serpiente se apartó de la fidelidad a la palabra de Dios, claramente se ve que el principio de la caída fue la desobediencia, y así lo confirma también san Pablo, diciendo que “por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Rom. 5, 19). Además de esto hay que notar que el primer hombre se apartó de la obediencia de Dios, no solamente por haber sido engañado con los embaucamientos de Satanás, sino porque despreciando la verdad siguió la mentira. De hecho, cuando no se tiene en cuenta la palabra de Dios se pierde todo el temor que se le debe. Pues no es posible que su majestad subsista entre nosotros, ni puede permanecer su culto en su perfección si no estamos pendientes de su palabra y somos regidos por ella. Concluyamos, pues, diciendo que la infidelidad fue la causa de esta caída.

Consecuencia de la incredulidad. De ahí procedió la ambición y soberbia, a las que se juntó la ingratitud, con que Adán, apeteciendo ‘más de lo que se le había concedido, vilmente menospreció la gran liberalidad de Dios, por la que había sido tan enriquecido. Ciertamente fue una impiedad monstruosa que el que acababa de ser formado de la tierra no le contentase con ser hecho a semejanza de Dios, sino que también pretendiese ser igual a Él. Si la apostasía por la que el hombre se apartó de la sujeción de su Creador, o por mejor decir, desvergonzadamente desechó su yugo, es una cosa abominable y vil, es vano querer excusar el pecado de Adán.

Pues no fue una mera apostasía, sino que estuvo acompañada de abominables injurias contra Dios, poniéndose de acuerdo con Satanás, que calumniosamente acusaba a Dios de mentiroso, envidioso y malvado. En fin, la infidelidad abrió la puerta a la ambición, y la ambición fue madre de la contumacia y la obstinación, de tal manera que Adán y Eva, dejando a un lado todo temor de Dios, se precipitasen y diesen consigo en todo aquello hacia lo que su desenfrenado apetito los llevaba. Por tanto, muy bien dice san Bernardo que la puerta de nuestra salvación se nos abre cuando oímos la doctrina evangélica con nuestros oídos, igual que ellos, escuchando a Satanás, fueron las ventanas por donde se nos metió la muerte. Porque nunca se hubiera atrevido Adán a resistir al mandato de Dios, si no hubiera sido incrédulo a su palabra. En verdad no había mejor freno para dominar y regir todos los afectos, que saber que lo mejor era obedecer al mandato de Dios y cumplir con el deber, y que lo sumo de la bienaventuranza consiste en ser amados por Dios. Al dejarse, pues, arrebatar por las blasfemias del diablo, deshizo y aniquiló, en cuanto pudo, toda la gloria de Dios.

Consecuencias de la incredulidad

La incredulidad llevó al hombre a la desobediencia.

Romanos 5:19  “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,  así también por la obediencia de uno,  los muchos serán constituidos justos”.

Dios no puede habitar entre el mal, el hombre caído había sido transformado de tal manera que ya no se parecía al hombre creado por Dios. Aquella imagen de Dios se había convertido en una sombra nada más. Encontramos tantos cambios a causa  de la caída, pero solo mencionaremos unas pocas.

Infidelidad, el hombre le falló a su Creador.

Menosprecio, vilmente menospreció la gran liberalidad de Dios

Impiedad, acabando de ser formado se mostró impío.

Inconformidad, quería ser igual a Dios.

Apostata, fue por su apostasía que el hombre se separó de Dios.

Desecha el yugo, como cosa abominable desechó el yugo.

Injuriaron contra Dios, poniéndose de acuerdo con Satanás, que calumniosamente acusaban a Dios de mentiroso.

Le creyeron más a Satanás, la ambición fue madre de la contumacia y la obstinación, de tal manera que Adán y Eva, dejando a un lado todo temor de Dios, se precipitasen y diesen consigo en todo a un lado todo temor de Dios.

¿Qué podía hacer el hombre en esta situación?

Solo abrir las puertas a cosa peores cosas, como son:

La ambición.

La ambición fue la madre de la contumacia y la obstinación.

Dejar a un lado todo temor de Dios

Se apresuraron a todo apetito carnal.

Jesús se vio obligado a decirle al hombre:

Juan 8:44-47  “Vosotros sois de vuestro padre el diablo,  y los deseos de vuestro padre queréis hacer.  El ha sido homicida desde el principio,  y no ha permanecido en la verdad,  porque no hay verdad en él.  Cuando habla mentira,  de suyo habla;  porque es mentiroso,  y padre de mentira”. 45  Y a mí,  porque digo la verdad,  no me creéis. 46  ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?  Pues si digo la verdad,  ¿por qué vosotros no me creéis? 47  El que es de Dios,  las palabras de Dios oye;  por esto no las oís vosotros,  porque no sois de Dios”.

En verdad no había mejor freno para dominar y regir todos los afectos, que saber que lo mejor era obedecer al mandato de Dios y cumplir con el deber, y que lo sumo de la bienaventuranza consiste en ser amados por Dios. Al dejarse, pues, arrebatar por las blasfemias del diablo, deshizo y aniquiló, en cuanto pudo, toda la gloria de Dios.

Pero con un llamado y el redención de Cristo la justicia y la vida son restituidas.

 Romanos 5:12,18-21  “Por tanto,  como el pecado entró en el mundo por un hombre,  y por el pecado la muerte,  así la muerte pasó a todos los hombres,  por cuanto todos pecaron.  18  Así que,  como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres,  de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.19  Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,  así también por la obediencia de uno,  los muchos serán constituidos justos. 20  Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase;  mas cuando el pecado abundó,  sobreabundó la gracia; 21  para que así como el pecado reinó para muerte,  así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo,  Señor nuestro”.

La depravación original se nos comunica por propagación. Oímos que la mancha de los padres se comunica a los hijos de tal manera que todos, sin excepción alguna, están manchados desde que empezaron a existir. Pero no se podrá hallar el principio de esta mancha sI no ascendemos como a fuente y manantial hasta nuestro primer padre.

Hay, pues, que admitir como cierto que Adán no solamente ha sido el “progenitor del linaje humano ” sino que ha sido, además, su raíz, y por eso, con razón, con su corrupción ha corrompido a todo el linaje humano. Lo cual claramente muestra el Apóstol por la comparación que establece entre Adán y Cristo, diciendo: como por un hombre entró el pecado en todo el mundo, y por el pecado la muerte, la cual se extendió a todos los. Hombres porque todos pecaron, de la misma manera por la gracia de Cristo, la Justicia y la vida nos son restituidas (Rom. 5,12.18-21). ¿Qué dirán a esto los pelagianos? ¿Que el pecado de Adán se propaga por imitación? ¿.Entonces, el único provecho que obtenemos de la justicia de Cristo consiste en que nos es propuesto como dechado y ejemplo que imitar? ¿Quién puede aguantar tal blasfemia? Si es evidente que la justicia de Cristo es nuestra por comunicación y que por ella tenemos la vida siguiese por la misma razón que una y otra fueron perdidas en Adán recobrándose en Cristo; y que el pecado y la muerte han sido engendradas en nosotros por Adán, siendo abolidos por Cristo. No hay oscuridad alguna en estas palabras: muchos son justificados por la obediencia de Cristo, como fueron constituidos pecadores por la desobediencia de Adán: Luego como Adán fue causa de nuestra ruina envolviéndonos en su perdición, Cristo con su gracia volvió a darnos la vida. No creo que sean necesarias más pruebas para una verdad tan manifiesta y clara. De la misma manera también en la primera carta a los Corintios, queriendo confirmar a los piadosos con la esperanza de la resurrección, muestra qué en Cristo se recupera la vida que en Adán habíamos perdido:

1Co 15:22  “Porque así como en Adán todos mueren,  también en Cristo todos serán vivificados”.

Romanos 3:23-26  “Por cuanto todos pecaron,  y están destituidos de la gloria de Dios, 24  siendo justificados gratuitamente por su gracia,  mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25  a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,  para manifestar su justicia,  a causa de haber pasado por alto,  en su paciencia,  los pecados pasados, 26  con la mira de manifestar en este tiempo su justicia,  a fin de que él sea el justo,  y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

Si usted siente en su corazón la necesidad de recibir a Cristo para ser salvo, solo tiene que invitarlo a que entre a morar en su corazón. Solo tiene que arrepentirse de todos sus pecados pasados y estar dispuesto a seguirlo como su Señor.

Fuente:
José Alberto Vega

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