Esta frase ha sido atribuida a D. L. Moody, un evangelista del siglo XIX. Refleja algo en lo que quisiera invitarte a reflexionar ahora que empezamos el año nuevo y es tan normal hacer resoluciones de todo tipo: «Resuelvo bajar de peso»; «Resuelvo ir de vacaciones a la playa»; «Resuelvo comprar un auto»; «Resuelvo terminar la universidad»; «Resuelvo dejar crecer mi barba de teólogo reformado» (¿Qué? ¿Nadie más hizo esta resolución?) y un largo etcétera.
Ninguna de esas cosas son malas, aunque hacemos bien en examinar nuestras motivaciones para nuestras resoluciones. Es sabio orar como David, quien entendía que no podía confiar en sí mismo para evaluar su corazón: «Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno» (Sal 139:23-24).
Sin embargo, a pesar de lo buenas o inofensivas que pueden ser muchas resoluciones como las que mencionamos, podemos estar seguros de algo: no son la resolución más importante que podemos hacer.
De nuevo, David nos ayuda a entender esta verdad. Él tenía una resolución muy clara como mayor deseo y objetivo en su vida: «Una cosa he pedido al SEÑOR, y esa buscaré: que habite yo en la casa del SEÑOR todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del SEÑOR y para meditar en Su templo» (Sal 27:4).
¿Por qué no hacer de esta resolución nuestra mayor resolución para el año nuevo?
Una resolución que lo cambia todo
Tan solo piensa por un momento: ¿Cómo serían nuestras vidas si conociéramos más a Dios? ¿Si en medio de las dificultades pudiéramos confiar más en Él luego de conocerlo más en Su presencia? ¿Si nos gozamos en Él de tal forma que podamos vivir con más gratitud? ¿Si estamos satisfechos en Él de tal forma que podamos amar más a las personas a nuestro alrededor y necesitarlas menos?
Jamás seremos felices si no vivimos satisfechos en Dios y caminando en adoración a Él
El propósito del ser humano, como bien expresó el Catecismo de Westminster, es disfrutar de Dios y gozar de Él por siempre (Ro 11:36; 1 Co 10:31; Sal 73:24-28). Vivir en primer lugar para algo menos sería conformarnos con algo infinitamente inferior a lo que Dios realmente nos llama.
Jamás seremos felices si no vivimos satisfechos en Dios y caminando en adoración a Él. Agustín de Hipona lo escribió así en una oración: «Fuimos hechos para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti» (Confesiones, I.I). O como también enseñó Jonathan Edwards: «Dios es el bien supremo de la criatura razonable. Disfrutar de Él es nuestra propia felicidad, y es la única felicidad con la que nuestras almas pueden estar satisfechas» (Works, vol. 17,437).
Ahora bien, no podemos disfrutar de un Dios al que no conocemos. No podemos amar a Dios y descansar en Él, como nuestros corazones necesitan hacerlo, si nos distraemos de darle nuestra atención. Tampoco podemos atesorar a Dios si nos conformamos con lo que otros nos dicen sobre Él —en libros, conversaciones, redes sociales, e incluso en la iglesia— en vez de conocerlo de manera personal e íntima. Buscar este conocimiento de Dios lo cambia todo en nuestras vidas porque nos cambia a nosotros (cp. 2 Co 3:18). No hay resolución más necesaria que la de conocer a Dios.
Una resolución basada en la gracia
Lo más glorioso en todo esto es que no necesitamos conocer a Dios para que Él nos ame. Más bien, saber que Él nos ama con una gracia asombrosa es lo que mueve al corazón del creyente para desear conocer más a Dios. Es lo que vemos también en el ejemplo de David, quién expresa la resolución que ya citamos, en un salmo en que alaba a Dios por Su fidelidad y bondad (Sal 27).
Saber que Dios nos ama con una gracia asombrosa es lo que mueve al corazón del creyente para desear conocerlo más
David, al igual que nosotros, necesitaba crecer en su conocimiento de Dios, pero sabía lo suficiente como para poder decir: «El SEÑOR es mi luz y mi salvación… El SEÑOR es la fortaleza de mi vida» (vv. 1.2). Este conocimiento básico de Dios como nuestra luz, salvación y fortaleza a pesar de nuestro pecado es lo que movía al corazón de David hacia un mayor conocimiento de Él.
En otras palabras, cuando entendemos que el corazón de Dios hacia nosotros está lleno de gracia, nuestros corazones son movidos a conocer más a Dios. Así es como podemos hacer realidad la resolución de conocerlo más sin caer en legalismos, sino en humildad ante Su grandeza.
De hecho, el evangelio trata de que hoy tenemos una revelación más grande del amor de Dios que la que David conoció. Tenemos la revelación suprema: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3:16). Esta vida eterna consiste en conocer al Padre por siempre, y a Su Hijo Jesucristo (17:3).
Esto es algo que podemos empezar a disfrutar en esta vida, ahora mismo, cuando vamos a la Escritura en donde Él se nos revela, cuando respondemos a ella en oración íntima y cuando como iglesia nos reunimos para escuchar Su voz predicada y respondemos con adoración. Podemos ver la hermosura del Señor, en donde sea que estemos y en cualquier etapa de nuestra vida, cuando vivimos con los ojos puestos en Jesús (2 Co 3:18). Somos llamados a hacerlo mientras descansamos en la gracia de Dios, no para que Él nos ame, sino porque Él nos amó primero.
Una resolución que demanda intencionalidad
Buscar conocer más a Dios en intimidad requiere ser intencionales para vencer las distracciones, tanto digitales como análogas, que compiten por nuestra atención. Librar esta batalla no tiene que ser complicado. Puedes empezar simplemente al buscar tener tu tiempo devocional a solas con Dios antes de usar tu teléfono y tomar diez minutos todas las noches para memorizar algún pasaje de la Biblia que puedas meditar día a día, solo por dar un par de ejemplos.
Buscar conocer más a Dios en intimidad requiere ser intencionales para vencer las distracciones que compiten por nuestra atención
Al mismo tiempo, podemos convertir el contenido cristiano edificante, que gracias a Dios tenemos en nuestras vidas, en una trampa para nosotros cuando lo priorizamos más que la intimidad con Él. Necesitamos entender que la Biblia es mucho más que versículos aislados en imágenes en Instagram y que nuestra mayor necesidad no es ver el último video que nuestro predicador favorito comparte en redes sociales, por más edificante que pueda ser.
Aunque muchos recursos cristianos en nuestros días pueden ser útiles para nuestro crecimiento espiritual (libros, videos, podcasts, artículos como este, etc), y es un privilegio contar con tantos de ellos en nuestros días, ninguno importa tanto como escuchar a Dios hablando a nuestras vidas cuando estamos a solas con Él, frente a nuestra Biblia y en oración. Más bien, todos esos recursos tienen el propósito de animarte a conocer a Dios en lo íntimo. Él quiere que escuchemos de cerca Su voz, no que nos conformemos con ecos de ella en Internet y a nuestro alrededor.
Con esto en mente, te animo a ser intencional en buscar vivir este año enfocado para lo eterno en medio de tantas otras metas que podemos perseguir. Como escribió John Newton en una de sus cartas:
Esto incluye todo lo que puedo desear para ti: que crezcas en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús. Conocerlo, es la descripción más breve de la gracia verdadera; conocerlo mejor, es la marca más segura de crecimiento en gracia; conocerlo perfectamente, ¡es la vida eterna!1
Sin duda, debería causarnos temor ser exitosos en nuestras resoluciones de año nuevo y fracasar en crecer en el conocimiento del Dios que satisface nuestras vidas.