Tenemos que aprender a mantener la esperanza cuando estamos en medio de circunstancias difíciles y frustrantes. Los tiempos malos pasan. Normalmente, casi todo en la vida es pasajero y no siempre estaremos en la misma condición. Sea que estemos enfermos, o enfrentando dificultades económicas, o problemas familiares, es bueno agarrarse a la esperanza de que las condiciones actuales de alguna manera un día desaparecerán o mejorarán. Es bueno tener ese espíritu porque así nos ayudamos a nosotros mismos y desarrollamos las energías que nos permiten afrontar los problemas con sabiduría y sensatez.
Lo contrario es decir: no puedo más, siempre será igual, no tiene remedio. Algunas personas gustan de expresar criterios así, pero la verdad es que no siempre son ciertos y lo peor de todo es que son paralizantes. Lo más negativo en medio de cualquier aflicción es cruzarse de brazos y dedicarse a pensar en la magnitud del problema que nos abate, regodeándonos en nuestra incapacidad de hacer algo sin dar lugar o espacio a la esperanza o a la fe.
Cuando estás afligido o afligida y lógicamente asumes que no siempre será igual disponiéndote a esperar y trabajar por mejores tiempos, liberas una fuerza que te ayuda a levantarte a ti mismo e increíblemente le resta poder a lo que constituye tu aflicción, permitiéndote ver otras posibilidades y nuevas alternativas.
El mismo Señor Jesús, poco antes de morir y cuando sus discípulos percibían que vendrían momentos muy difíciles para todos, dijo: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Con esas palabras les mostró a ellos y a nosotros cuál actitud tomar cuando las aflicciones tomen nuestra vida por asalto. Enfrentemos los males de la vida con naturalidad cuando llegan, pero además, confiemos en el Señor. Siempre detrás de la tormenta viene la calma, detrás de la noche oscura llega el amanecer. El apóstol Juan también nos lo recuerda: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4-5).
¡Dios les bendiga!