De todas las veces en que vemos las rodillas de Jesús dobladas, ninguna es más preciosa que cuando se arrodilló frente a sus discípulos y les lavó los pies.
Fue justo antes de la Pascua. Jesús sabía que su hora había llegado para dejar este mundo e ir al Padre. Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les mostró el alcance pleno de su amor.
Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido (Juan 13.1–5).
Había sido un día largo. Jerusalén estaba atiborrada con los que habían venido para celebrar la Pascua, la mayoría de los cuales anhelaban echar por lo menos un vistazo al Maestro. El sol de la primavera era cálido. Las calles estaban secas. Los discípulos se hallaban lejos de casa. Una buena rociada de agua fría sería refrescante.
Los discípulos entraron, uno por uno, y tomaron sus lugares alrededor de la mesa. En la pared cuelga una toalla, y en el suelo hay una jarra y una palangana. Cualquiera de los discípulos pudiera ofrecerse voluntariamente para hacer el trabajo, pero ninguno se ofrece.
Después de pocos momentos Jesús se levanta y se quita su túnica exterior. Se envuelve en la cintura el cinto del siervo, toma la palangana y se arrodilla frente a uno de los discípulos. Desata la correa de la sandalia, y con suavidad levanta el pie y lo coloca sobre la palangana, cubriéndolo con agua y empieza a lavarlo. Uno por uno, un pie sucio tras otro, Jesús avanza por la hilera.
En los días de Jesús lavar los pies era una tarea reservada no para los criados sino para el más bajo de los criados. Todo círculo tiene su propio orden, y el círculo de trabajadores domésticos no era la excepción. El siervo que se hallaba en el punto más bajo en la escala era el que tenía que arrodillarse con la toalla y la palangana.
En este caso el que estaba con la toalla y la palangana era el Rey del universo. Las manos que formaron las estrellas ahora lavaban la suciedad. Los dedos que formaron las montañas daban masajes a los dedos de los pies. Aquel ante quien todas las naciones un día doblarán las rodillas se arrodilla frente a sus discípulos. Horas antes de su muerte, la preocupación de Jesús es singular. Quiere que sus discípulos sepan cuánto los ama. Más que quitando suciedad, Jesús está quitando duda.
Jesús sabe lo que ocurrirá con sus manos en la crucifixión. En veinticuatro horas serán perforadas y quedarán sin vida. De todas las veces que esperaríamos que pidiera la atención de sus discípulos, sería esta. Pero no lo hace así.
Usted puede estar seguro de que Jesús conoce el futuro de los pies que está lavando.
Estos veinticuatro pies no estarán al día siguiente siguiendo a su maestro, defendiendo su causa. Estos pies saldrán despavoridos buscando refugio a la vista de la espada romana. Solo un par de pies no lo abandonarán en el huerto. Solo un discípulo no lo abandonará en el Getsemaní: ¡Judas ni siquiera llegaría a ese punto! Abandonaría a Jesús esa misma noche en la mesa.
Busqué una traducción de la Biblia que dijera: «Jesús les lavó los pies a todos los discípulos, excepto a Judas», pero no la encontré. ¡Qué momento más apasionado cuando Jesús en silencio levantó los pies del traidor y los lavó en la palangana! A las pocas horas los pies de Judas, limpios por la bondad de aquel a quien traiciona, estarían en el patio de Caifás.
¡Observe lo que Jesús les da a sus seguidores! Sabe lo que estos hombres están a punto de hacer. Sabe que están a punto de realizar uno de los actos más viles de sus vidas. A la mañana hundirán sus cabezas en vergüenza y mirarán a sus pies con disgusto. Cuando lo hagan, Él quiere que recuerden cómo se arrodilló ante ellos y les lavó los pies. Quiere que se den cuenta de que sus pies están limpios: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después» (Juan 13.7).
Asombroso. Les perdonó su pecado antes de que lo hubieran cometido. Les ofreció misericordia incluso antes de que ellos la buscaran.