Ser dejado sin corrección sería un signo fatal: demostraría que el Señor habría dicho: «Es dado a ídolos; déjalo.» ¡Que Dios nos conceda que esa no sea nunca nuestra porción! La prosperidad ininterrumpida es algo que debe causarnos miedo y temblor. Dios reprende y disciplina a todos aquellos a quienes ama tiernamente, pero permite que aquellos por los que no tiene estima se engorden sin temor, como novillos destinados al matadero. Es en amor que nuestro Padre celestial usa la vara para con Sus hijos.
Sin embargo, es preciso ver que la corrección es «con justicia»: Él nos da amor sin medida, pero el castigo es «con justicia.» Igual que bajo la antigua ley ningún israelita podía recibir más de «cuarenta azotes menos uno», que garantizaba un conteo cuidadoso y un sufrimiento limitado, así sucede con cada miembro afligido de la casa de la fe: cada golpe es contado. Nuestro castigo es regulado según la medida de la sabiduría, de la simpatía y del amor. Lejos esté de nosotros rebelarnos contra esas estipulaciones tan divinas. Señor, si Tú estás a mi lado para medir las amargas gotas para mi copa, me corresponde tomarla alegremente de Tu mano, y beberla de acuerdo a tus instrucciones, diciendo: «Hágase tu voluntad.»