Mientras más conoces a Dios más entenderás sus pensamientos. Dice la Palabra que tenemos la mente de Cristo para poder caminar en la vida cristiana. No por nosotros mismos, sino dependiendo de Él. El Espíritu Santo nos pone en sintonía con sus pensamientos, entendemos sus propósitos, concebimos que su voluntad es buena para con sus hijos. Sus caminos no son nuestros caminos, pero podemos entender que en su soberanía, Él nos ha dibujado un mapa para que no haya extravíos, porque en su bondad y amor ha dispuesto todas las cosas para que nos vaya bien, aun cuando no entendamos ciertas situaciones y circunstancias difíciles que habremos de afrontar. Cristo jamás nos dijo que el camino iba a estar desbrozado de espinas y cizaña, más bien que es angosto y difícil.
Necesitamos abortar de nuestras mentes todo lo que sea contrario a esta realidad. La mente de Cristo nos imparte sabiduría divina, nos conduce por caminos seguros y, esencialmente, nos permite entender la verdad de las cosas. Si decimos que somos espirituales es porque caminamos según el Espíritu. El Espíritu nos recuerda a cada instante que debemos afrontar la vida siendo conscientes de que vivimos con la mente del Señor. Solo que a veces lo ignoramos.
Somos hijos de Dios, pero somos vulnerables. Cuando dejamos de enfocamos en la información que proviene de Dios, el mundo nos atrapa en sus redes de miseria. La información que viene del mundo reniega totalmente los preceptos de Dios, nos desenfoca de lo esencial, nos hace ver a Dios como el proveedor casual, la “tablita” de salvación sólo para momentos de dificultad y flaqueza de nuestra fe. Pero cuando vivimos enfocados en Cristo – en los pensamientos que vienen de su mente – nos sentiremos aceptados, sin sentimientos de culpabilidad, no habrá espacio para la depresión y el stress y sentiremos que verdaderamente podemos vivir una vida abundante. Es muy difícil escuchar la voz de Dios cuando la mente del cristiano se centra en las sutilezas y las propuestas que constantemente el mundo no se cansa de hacernos.
Dice la Palabra: “Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido” (1Cor 2:10)
Somos seres espirituales y Dios nos ha dado la potestad para poder entender su voluntad a través de su Espíritu. Ese es nuestro gran privilegio. La mente espiritual permite discernir la santidad de Dios, la belleza del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, el significado de la Salvación; nos capacita para dar frutos que glorifiquen a Dios. El hombre natural no puede entender esto porque no tiene la mente de Cristo.
Tenemos que aprender a discernir entre la mente de Cristo y la mente del mundo. Vivimos en un constante y permanente ataque del mundo y esto lo percibimos a través de los sentidos. Somos muchas veces tentados a hacerle caso al mundo porque es más fácil creer lo que oímos, lo que vemos, lo que sentimos, que lo que nos dice el Espíritu de Dios. Es guerra espiritual y nosotros tenemos la inigualable armadura para ganarla: la mente de Cristo, revelada a través de su Espíritu. La mente de Cristo es fe, es la sabiduría que proviene de la misma esencia de Dios. Es la confianza en que Él mismo peleará nuestras batallas. A esa sabiduría todo cristiano debiera aspirar. Dios no espera que enfrentemos al mundo con nuestras habilidades y estrategias propias, pues sería un comportamiento según la carne, más bien nos dice que nuestra capacidad viene de Él, por tanto debemos depender de Él, enfocados sólo en Él.
El señor nos recuerda: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2)
Así las cosas; tenemos el poder del Espíritu, la Palabra de verdad y como si fuera poco, la propia mente del Señor. ¡Estamos completos en Cristo!
¡Dios te bendiga!