Durante nuestra existencia en este mundo, se nos presentan serios problemas casi insolubles, no sabemos que hacer, y nos desesperados al sentirnos imposibilitados, quizás por ignorancia, de encontrar una salida. Ante situaciones adversas y dolorosas, queremos salir de este mundo y volar, sin esperar que en nuestra vida se produzca algún cambio o un proceso de renovación, por lo que urge buscar el Socorro de Dios.
Lo mismo sentía el rey David, pero él estaba consciente que Dios estaba con él y en un momentó, quizás difícil, elevó su mirada al cielo y oró diciendo: «Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra», Salmos 121:1-2.
Cuando David oró a Dios, y recibió la respuesta: «Jehová te guardará de todo mal, el guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre», Salmos 121:7.
A veces sentimos la necesidad, ante los problemas que nos agobian, de pasar por un proceso, como ocurre con las águilas, para recobrar y renovar fuerzas y afrontar, con la ayuda de Dios, los retos que nos presenta la vida, no importando la intensidad de los mismos y alzar los ojos a los montes de donde, sin lugar a dudas, vendrá nuestro socorro.
Ese proceso, del águila, consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí en un nido cercano a un paredón donde no tenga la necesidad de volar, después de encontrar ese lugar, empieza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancarlo.
Luego el águila debe esperar el crecimiento de uno nuevo, con el que desprenderá una a una sus uñas, hasta que estas vuelvan a nacer, comenzará a desplumar cada una de sus viejas plumas y después de ese tiempo sale para su vuelo de renovación a vivir aproximadamente 30 años más.
El salmista elevó sus ojos a los montes, es decir a las alturas, como lo hace el águila, para encontrar de Dios su favor y bendiciones, conscientes de que el Creador le dará la respuesta que el necesitaba.
En nuestras vidas muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación para continuar un vuelo de victoria.
Debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor. Romper paradigmas, que nos mantienen atados.
Solamente libres del peso del pasado, con el perdón a flor de labios, podremos aprovechar el resultado valioso que siempre trae una renovación.
Dejemos de alardear respecto a que no necesitamos renovarnos, cambiemos primero nuestra manera de pensar y entonces comprenderemos que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta para nuestra vida, como lo entendió el salmista David.
Ensayemos a buscar el vuelo alto de las águilas para remontar otros cielos y no el vuelo rastrero de los loros que no hacen sino repetir todo lo que el mundo quiere que repitan. Es un problema de visión.
Debemos vernos como Dios nos ve… El que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila.