Imagina una iglesia cualquiera. La llamaremos Comunidad Bíblica. Ciertas personas de la congregación son respetadas, aunque por diferentes razones. Andrés es el hombre de negocios más exitoso. Esteban es el que más da. Kevin puede arreglar cualquier cosa. Carlos lleva cuarenta años aquí. Miguel espera llegar a ser pastor.
¿Reúne alguno de ellos los requisitos para ser diácono?
Una de las tragedias de la vida en la iglesia hoy en día es la falta de atención que se presta a lo que son, y no son, los diáconos bíblicos. Muchas iglesias parecen contentarse con seguir operando desde la costumbre y la tradición sobre este tema, con las biblias cerradas.
Sin embargo, todos debemos afrontar el incómodo hecho de que Jesús se dirige sin rodeos a los líderes que se aferran a la tradición en relación a asuntos sobre los que Dios ha hablado (p. ej., Mt 15:1-9). El carácter de un diácono es algo sobre lo que Dios ha hablado.
El carácter es primordial
Después de enumerar los requisitos para el oficio de pastor/anciano en 1 Timoteo 3:1-7, el apóstol Pablo centra su atención en el oficio de diácono:
De la misma manera, también los diáconos deben ser dignos, de una sola palabra, no dados al mucho vino, ni amantes de ganancias deshonestas, sino guardando el misterio de la fe con limpia conciencia. Que también estos sean sometidos a prueba primero, y si son irreprensibles, que entonces sirvan como diáconos. De igual manera, las mujeres deben ser dignas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. Que los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus propias casas. Pues los que han servido bien como diáconos obtienen para sí una posición honrosa y gran confianza en la fe que es en Cristo Jesús (1 Ti 3:8-13).
Resulta fascinante que Pablo no parezca demasiado interesado en lo que los posibles diáconos pueden hacer. Su atención se centra en quiénes deben ser. (No te pierdas esta lección fácil de olvidar: a Dios le importa más el carácter que los dones).
Ahora volvamos a Andrés, Esteban, Kevin, Carlos y Miguel. ¿Debería alguno de ellos ser instalado como diácono en la iglesia Comunidad Bíblica? Tal vez. La respuesta, sin embargo, no descansa en sus atributos previamente mencionados, sino en si sus vidas encarnan este importante párrafo bíblico.
¿Qué es lo más extraordinario de esta lista de virtudes? Lo ordinaria que es. Los diáconos deben encarnar el tipo de carácter que se espera de todos los cristianos. Pero deben ser ejemplares en lo ordinario. Los diáconos son las personas de las que se debería poder decir: «¿Deseas crecer como siervo? ¿Deseas fomentar la unidad? Mira a estos hombres».
El carácter no lo es todo
Según la Biblia, el carácter es primordial. Pero no lo es todo. Los diáconos no son instalados para tener tiempos tranquilos, después de todo. Están encargados de realizar tareas.
El trabajo de los diáconos a lo largo de los siglos se ha centrado principalmente en las necesidades tangibles, en particular en el cuidado de los pobres y vulnerables. Su trabajo nunca debe implicar menos que ese «ministerio de misericordia». El principio más amplio de la función del diácono, sin embargo, incluye cualquier cosa en la vida de una iglesia que amenace con distraer y desviar a los pastores de sus responsabilidades principales (ver Hch 6:2-4).
Todo diácono debe ser capaz de detectar las necesidades prácticas y tomar la iniciativa para satisfacerlas eficazmente. Pero los mejores diáconos no se limitan a reaccionar ante los problemas presentes, sino que también se anticipan a los futuros. Les encanta aportar soluciones creativas a todo lo que pueda obstaculizar el trabajo de los pastores y el florecimiento de la Palabra.
Los diáconos bíblicos, por lo tanto, son como los defensores en el equipo de fútbol. Rara vez reciben atención, mucho menos crédito, pero sus labores son absolutamente indispensables para proteger y hacer avanzar el ministerio de la Palabra. Sin diáconos eficaces, los pastores sufrirán una distracción incesante y se verían abrumados por una avalancha de exigencias prácticas.
Por lo tanto, si buscas futuros diáconos, busca santos piadosos que vean y cubran las necesidades con discreción (no necesitan ni quieren crédito), a sus propias expensas (se sacrifican) y sin que se les pida (toman la iniciativa para resolver problemas). Las señales de alarma en un candidato, por tanto, incluirán no solo una tendencia a ser conflictivo, sino también una tendencia a ser desorganizado o poco confiable. Alguien que se ausenta con regularidad, que nunca devuelve los correos electrónicos o que siempre necesita que le digan lo que tiene que hacer no es una buena persona para el cargo. Un diácono debe ser confiable, sin ansias de autoridad ni necesidad de que lo vigilen.
Muéstrame una iglesia con pastores distraídos y una misión desviada, y te mostraré una iglesia sin diáconos eficaces.
Se busca: personas que amortigüen las ondas de choque
En Hechos 6:1-7, se estaba gestando una crisis en la iglesia de Jerusalén. Mientras que las viudas hebreas comían bien, las viudas helenísticas estaban siendo desatendidas en la distribución diaria de alimentos. Así que los apóstoles entraron en acción y ordenaron a la congregación que identificara a siete hombres, precursores de los diáconos, para resolver el problema.
No se trataba de una mera discusión culinaria. Los apóstoles se enfrentaban a una falla natural que amenazaba con fracturar la unidad por la que Cristo murió. El evangelio insiste, después de todo, en que nuestra unidad en Cristo supera cualquier diferencia mundana. Así que no nos equivoquemos: los apóstoles no delegaron el problema en otros porque no fuera importante, sino porque lo era. Podrían haber impuesto una solución rápida y superficial y seguir adelante. En lugar de ello, sentaron las bases para una solución permanente y un oficio eclesiástico permanente.
Teniendo en cuenta el problema fundamental de desunión al que se enfrentan los siete, podemos concluir que los diáconos deben ser los que amortigüen las ondas de choque, no los que las hagan resonar aún más. Las personas contenciosas son malos diáconos, porque solo agravan los dolores de cabeza que los diáconos deben aliviar.
Aquí radica la razón fundamental por la que los diáconos deben saber resolver problemas: para preservar la unidad. Además de un carácter piadoso y sabiduría práctica (Hch 6:3), un diácono ideal tendrá un historial de encarnar y fomentar este ciclo:
ve un problema → quiere preservar la unidad → piensa de forma creativa → resuelve el problema
Los mejores diáconos, insisten las Escrituras, son mucho más que magos de la hoja de cálculo o los que saben moverse por la ferretería. Son creyentes maduros con un «radar de conflictos» bien afinado. Están donde la sospecha y el chisme mueren. Les gustan más las soluciones que el drama. Se levantan para responder, de forma creativa y constructiva, a fin de promover la armonía de toda la iglesia, para alabanza del más grande Siervo (Mr 10:45).