Todos somos intérpretes. Cuando nos creó, Dios nos hizo con inteligencia y con la capacidad de poder darle sentido y significado a lo que sucede a nuestro alrededor (cp. Pr 23:6-7; Gn 3:6).
He escuchado al pastor Miguel Núñez decir con frecuencia que nosotros no vemos las cosas como son, sino como nosotros somos. Cada circunstancia que atravesamos, cada palabra que escuchamos, y aun el actuar de los demás, termina con una interpretación de nuestra parte.
Estas interpretaciones no se quedan solo en nuestra mente, sino que nos llevan a actuar de acuerdo con ellas. Te comparto un ejemplo sencillo: si mi esposo y yo estamos sentados en la sala de nuestra casa y escuchamos un grito de uno de nuestros hijos, podemos tener dos respuestas distintas:
Mi esposo se queda tranquilo y sigue en lo que estaba haciendo, porque interpretó ese grito como parte de la manera en la que jugaban nuestros hijos.
Yo me pongo de pie y voy rápido hacia ellos, porque interpreté que su grito se debió a algo malo que sucedió.
Dos interpretaciones diferentes de una misma situación nos llevaron a dos respuestas distintas. Esto es así porque nuestras interpretaciones no son hechas en el vacío. La manera en la que somos —nuestra personalidad, crianza, circunstancias pasadas, información que tenemos, madurez y nuestro pecado— influyen en la manera en la que interpretamos.
¿Cómo podemos, entonces, tener cuidado de la forma en que interpretamos lo que ocurre en nuestras vidas? Si aun nuestro pecado influye en nuestras interpretaciones, ¿qué filtro necesitamos para tratar de interpretar de manera correcta?
El problema detrás
Como mencioné al inicio, el que seamos intérpretes no es malo en sí mismo. Dios nos creó con esa capacidad. Sin embargo, Paul Tripp nos ayuda a ver lo determinante que son nuestras interpretaciones:
Cuando decimos que Dios diseñó a los seres humanos para ser intérpretes, estamos llegando a la esencia de porqué los seres humanos hacen lo que hacen. Nuestros pensamientos condicionan nuestras emociones, nuestro sentido de identidad, nuestro punto de vista de los demás, nuestra agenda para la solución de nuestros problemas, y nuestra disposición para recibir consejo de otros (Instrumentos en las manos del Redentor, p. 49).
En lugar de descansar en nosotros mismos, nuestras interpretaciones deben descansar en el Señor, en Su Palabra que es perfecta y en Sus promesas
El problema con nuestras interpretaciones es que muchas veces nosotros mismos, y no la Palabra y la realidad del evangelio, somos el filtro a través del cual interpretamos todo lo que nos sucede. Entonces, dada nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro limitado conocimiento e incapacidad de interpretar todo justamente, terminamos con interpretaciones incorrectas que asumimos como verdad. Permíteme ilustrarlo:
Imagina a una persona que tiene la tendencia a verse a sí misma sin valor, llena de vergüenza y que se siente continuamente despreciada. Si el filtro para interpretar las cosas que le ocurren es ella misma, percibirá rechazó en todas sus relaciones y verá a Dios como alguien que se avergüenza de ella y que la ha dejado de lado. Estas interpretaciones llevan a esta persona a tomar decisiones de acuerdo a esta forma de entender su vida. Si percibe a los demás como aquellos que la rechazan, terminará alejándose. Si ve a Dios como quien se avergüenza y la ha olvidado, se esconderá de Él.
Por causa de nuestro problema como intérpretes, necesitamos un filtro diferente que nos permita ver las cosas de la manera correcta, a pesar de lo que digan nuestros sentimientos y aun nuestros pensamientos.El filtro perfecto
Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propio entendimiento.
Reconócelo en todos tus caminos, Y Él enderezará tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos;
Teme al SEÑOR y apártate del mal (Pr 3:5-7).
El llamado de la Palabra es a confiar en el Señor y no en nuestro propio entendimiento.
Es interesante la expresión que se usa en este pasaje que he citado, cuando nos habla de qué no hacer con nuestro entendimiento: no apoyarnos. La idea es que nuestro entendimiento no debería ser en lo que encontremos descanso, no debería ser de lo que dependamos o lo que determine aquello que vamos a creer.
Necesitamos la Palabra de Dios y la verdad del evangelio de Cristo para darle un sentido real a cualquier situación
En lugar de descansar en nosotros mismos, las interpretaciones de nuestras circunstancias deben descansar en el Señor, en Su Palabra que es perfecta y en Sus promesas que son fieles. Si yo soy el centro de mis interpretaciones es porque estoy en el centro de mi vida, pero quien debe estar ahí es Cristo y nadie más.
Si siento que Dios se avergüenza de mí, no debo apoyarme en ese sentimiento sino en Su Palabra que dice que Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos (He 2:11).
Si siento que otros no me responden de la manera en la que quisiera y me aflijo por eso, me aferro al llamado del evangelio de no buscar mis propios intereses, sino el de los demás (Fil 2:3).
El evangelio nos endereza.
Necesitamos la Palabra de Dios y el recordatorio continuo de la verdad del evangelio de Cristo para poder darle un sentido real a cualquier situación y encontrar esperanza en medio de ella. Solo la voz de Jesús puede penetrar y transformar nuestras percepciones equivocadas. Solo la verdad del evangelio nos permite apoyarnos en Sus promesas, cuando todo a nuestro alrededor apunta a lo contrario. Al hacerlo, Dios endereza nuestros caminos.
Que en medio de las interpretaciones de nuestras vidas sea siempre Cristo nuestra visión.