
La Escritura en Cantares 2-1-7 nos presenta una imagen poderosa: “Como el lirio entre los espinos, así es mi amada entre las doncellas.” Esta metáfora no solo resalta la belleza y el valor del amado, sino que nos recuerda que la vida cristiana florece en medio de las dificultades.
Los espinos representan las pruebas, las angustias y los desafíos de este mundo. Sin embargo, el lirio no deja de ser lirio por estar rodeado de espinos. Su identidad no cambia, su esencia sigue intacta, porque su belleza no proviene de su entorno, sino de su naturaleza dada por Dios. Así es el creyente en este mundo, rodeado de dificultades, pero sostenido por el Señor.
Dios está por encima de las tormentas y de las circunstancias. Aunque el suelo se mueve bajo nuestros pies y los tiempos sean inciertos, Su fidelidad sigue siendo nuestra roca firme. En un mundo donde abundan los cardos y los espinos—símbolos de aflicción, pecado y adversidad—la Iglesia está llamada a reflejar la Belleza de Cristo.
El Pastor Luis Reyes, exhortaba en unos de sus mensajes divinos y difíciles de olvidar,donde decía que no podemos permitir que las circunstancias nos definan. Nuestra fe no es como la del mundo, que se desmorona ante la incertidumbre. Nuestra confianza está en un Dios que permanece inmutable. Aunque las pruebas vengan, nuestra fe sigue firme porque no está sola.
El lirio es un símbolo de restauración y esperanza. Nos recuerda que Dios nos ha llamado a ser luz, a reflejar la gloria de Cristo en un mundo que necesita ver Su belleza. La Iglesia debe mostrar que, aunque haya espinos, la gracia de Dios nos sostiene.
En cada prueba, en cada dolor, en cada momento de incertidumbre, recordemos: «Dios es fiel y es bueno.» Y si Él nos sostiene, nada podrá arrancarnos de Su amor. Gracia y Paz