Cómo discernir la verdad, una reflexión en la que todo cristiano debe pensar.
«No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad.» 1 Juan 2.21
Estoy de acuerdo. Toda la verdad se impone contra el error. Cuando habla la Escritura, lo hace con autoridad. Habla definitivamente. Habla decisivamente. Llama a la absoluta convicción.
Demanda que nos sometamos a Dios y resistamos al diablo (Santiago 4.7). Nos impulsa a discernir entre el espíritu de verdad y el espíritu del error (1 Juan 4.6). Nos ordena a separarnos de la maldad y hacer el bien (1 Pedro 3.11). Nos invita a rechazar el camino amplio que parece ser correcto para la mente humana (Proverbios 14.12; 16.25) y seguir el camino angosto prescrito por Dios (Mateo 7.13–14).
Nos dice que nuestros caminos no son los caminos de Dios ni nuestros pensamientos sus pensamientos (Isaías 55.8). Nos ordena a proteger la verdad y rechazar las mentiras (Romanos 1.25). Declara que ninguna mentira pertenece a la verdad (1 Juan 2.21).
Nos garantiza que los justos serán bendecidos y los malvados perecerán (Salmos 1.1, 6). Y nos recuerda que «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4.4).
El discernimiento demanda que donde la Escritura habla con claridad, debe trazarse una línea dura. Cristo está en contra de la filosofía humana, en contra de la superchería vacía, en contra de la tradición humana, en contra de los principios elementales de este mundo (Colosenses 2.8).
Esas cosas no se pueden integrar con la creencia cristiana verdadera; deben ser repudiadas y firmemente resistidas. La Escritura demanda que hagamos una elección definitiva: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra» (1 Reyes 18.21).