
«Ansiedad» es una palabra que de una manera u otra todos conocemos. Quizás no podamos dar una definición exacta de qué es, pero sí sabemos cómo describir lo que sentimos y lo que hacemos cuando la experimentamos:
Los pensamientos recurrentes, la creación de escenarios imaginarios, esa sensación de presión en el pecho, dejar de comer o comer como medio de escape, sentir cómo nuestros miedos aumentan y sin lugar a dudas cómo nos falta la paz.
De alguna manera, en algún momento, todos experimentamos ansiedad.
Gracias a Dios, Su Palabra no calla ante esta realidad, sino que nos enseña qué hacer cuando la ansiedad llega:
Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús (Fil 4:6-7).
Por nada estén afanosos
«Por nada estén afanosos». Este es el tipo de declaración que pensamos que es más fácil decir que hacer, pero no son escritas a la ligera. Pablo no da esta instrucción en medio de situaciones placenteras o a personas con todos sus anhelos cumplidos, sino que trae estas palabras en medio de situaciones de sufrimiento (Fil 1:27-30). Sus palabras tienen peso, primero, porque son inspiradas por el Espíritu de Dios y, segundo, porque él conocía lo que es estar en sufrimiento (Fil 1:12-14).
En medio de la ansiedad, la provisión divina que el Señor nos da es la oración
Pablo comienza esta instrucción diciéndonos que no estemos ansiosos; esta es una verdad que hace eco de las enseñanzas de Jesús. En el Sermón del monte, el Señor dice a Sus oídores que no se preocupen por su vida ni por las cosas comunes como el vestido o el alimento. En cambio, los llama a considerar las aves del cielo que no hacen nada para producir comida porque el Padre las alimenta. Entonces pregunta: «¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?» (Mt 6:26).
El llamado cristiano a desechar la ansiedad no sucede en el vacío. Tiene una razón detrás y es ese Dios «que cuida». Pablo sabe que Jesús tiene cuidado de nosotros. Sabe que Jesús no cambia y, aunque las cosas se pongan difíciles aquí, el Dios de los cielos y la tierra sigue siendo el mismo. Sabe que podemos desechar la ansiedad porque Jesús es poderoso para hacer todo cuanto quiera.
No desechamos la ansiedad porque tenemos la esperanza de que las cosas van a salir como deseamos, sino porque nuestro Padre tiene cuidado de nosotros.
La oración como sustituto de la ansiedad
Sin lugar a dudas, Dios conoce nuestra debilidad y no solo nos dice que no estemos afanosos, sino que también nos dirige cuando la ansiedad toca nuestra puerta. Este mandato no significa que la ansiedad nunca va a llegar, sino que nos enseña la provisión divina de qué hacer cuando llegue:
…antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús (v. 6-7).
La gratitud nos obliga a quitar nuestra mirada de nosotros mismos y de nuestros miedos y nos lleva a ponerla en Jesús, al recordar Su fidelidad
En medio de la ansiedad, la provisión divina que el Señor nos da es la oración.
La oración dirige nuestra atención, de todos los pensamientos que nos consumen, hacia nuestro Dios todopoderoso. En vez de darle cabida a la ansiedad, Dios nos invita a ir a Él.
Entonces, ¿cómo lo hacemos?
Con súplica
Aquello que nos causa ansiedad, ese pensamiento que nos preocupa, en lugar de dejarlo hacer morada en nuestra mente, debemos convertirlo en una oración suplicante. Dios nos dice que, en lugar de aferrarnos a la preocupación —que nunca nos trae nada bueno y tampoco hace que lo que queremos ocurra—, vayamos a Él que todo lo puede y le llevemos nuestros deseos para descansar en Su cuidado.
Con acción de gracias
No solo llevamos nuestros pensamientos ansiosos a Dios con súplica, sino que lo hacemos también con acción de gracias. La gratitud es un ingrediente necesario en medio de nuestra ansiedad, porque la ansiedad es experta en cegarnos. Nos mantiene enfocados en nuestros temores y no nos permite ver las tantas formas en que el Señor nos ha bendecido. En contraste, la gratitud nos obliga a quitar nuestra mirada de nosotros mismos y de nuestros miedos y nos lleva a ponerla en Jesús, al recordar Su fidelidad.
En lugar de darle riendas sueltas a cada pensamiento ansioso, lo convertimos en oración con súplica y acción de gracias
Así, el sustituto de la ansiedad es la oración. En lugar de darle riendas sueltas a cada pensamiento ansioso, lo convertimos en oración con súplica y acción de gracias.
El resultado
Llevar nuestras ansiedades al Señor resultará en una paz que sobrepasa todo entendimiento y que guarda nuestros corazones en Cristo Jesús (v. 7). Así, este pasaje nos deja ver que esa paz que guarda nuestra mente y corazón es en Cristo Jesús. Es una paz que sobrepasa nuestro entendimiento porque no depende de nuestras circunstancias, sino de Cristo: el ancla de nuestra alma.
La paz que nos guarda no depende de que recibamos o no lo que deseamos, sino que está fundamentada en la mayor dádiva que nos fue dada, Cristo Jesús. Ese Jesús en quien recayó el castigo por nuestra paz y quien controla en amor y sabiduría cada una de las circunstancias de nuestras vidas.
Cuando nuestras mentes se conviertan en un campo de batalla, cuando a nuestro corazón lo envuelva el temor y sintamos que no hay más esperanza, levantemos nuestro clamor a Él con acción de gracias, y abracemos la paz que recibiremos en Cristo Jesús y que guardará nuestra mente y corazón en Él.
Fuente: Patricia Namnún