El 31 de diciembre no es solo el final de un año, sino también una oportunidad divina para reflexionar sobre el camino recorrido y proyectarnos hacia el propósito eterno que Dios tiene para nuestras vidas. Este día tan especial puede convertirse en un altar de adoración, donde cada alabanza sea una semilla de evangelización y cada cántico, una invitación a conocer más de Jesús.
La adoración nos conecta directamente con el corazón de Dios. En ella, nuestras palabras y melodías se transforman en un perfume grato al Señor, pero también en un puente que lleva a otros a experimentar Su presencia. ¿Qué mejor manera de cerrar el año que proclamando Su nombre y dejando que Su gloria inunde los corazones?
Quiero invitarte a unirnos en un acto de adoración profunda este 31 de diciembre, donde nuestras y corazones se eleven como un solo pueblo. Que cada alabanza sea una luz en la oscuridad, un mensaje de esperanza para el cansado, y una declaración de que Jesús es el Señor, no sólo de un año que se va, sino de toda nuestra eternidad.
Que esta celebración sea un giro diferente: un tiempo no solo para dar gracias, sino para sembrar fe, amor y vida en los corazones que necesitan escuchar el mensaje de salvación. Dejemos que la adoración sea nuestra bandera y que el cierre del año sea un preludio de una vida rendida al Rey.
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