Ni Moisés ni Salomón lograron lo que David logró; Salomón llevó a la nación al tiempo de mayor esplendor, pero el único en la Biblia que logró que el pueblo tuviera una experiencia con Dios, fue David. Y lo hizo porque él sentía un vivo celo, pasión por la presencia de Dios.
David deseaba realmente tener a Dios cerca. Cuando uno encuentra algo bueno, lo quiere para todo el mundo. No que uno lo imponga a otros, pero sí lo comparte. Además, David no pudo encontrar en su familia, amor. No encontró amor de padre, amor de hermanos; tuvo que aprender a refugiarse solo en Dios. Y lo que parecía una tragedia, se convirtió en su mayor bendición; porque Dios pudo llenar el vacío de la vida de David que los demás provocaron; y esto provocó que David deseara a Dios más que nadie.
“No entraré en la morada de mi casa, Ni subiré sobre el lecho de mi estrado; No daré sueño a mis ojos, Ni a mis párpados adormecimiento, Hasta que halle lugar para Jehová, Morada para el Fuerte de Jacob. He aquí en Efrata lo oímos; Lo hallamos en los campos del bosque. Entraremos en su tabernáculo; Nos postraremos ante el estrado de sus pies. Levántate, oh Jehová, al lugar de tu reposo, Tú y el arca de tu poder.” Salmos 132:3-8
David decía: Yo no voy a descansar hasta que tú tengas morada, hasta que hagas residencia fija en mi vida, hasta que yo tenga esa experiencia. Y eso es lo que David deseaba, traer esa presencia delante del pueblo.
En 1 Crónicas 13, David se dispone a llevar el arca del pacto, pero tomó consejo de la gente equivocada, gente que no sabía cómo traer la presencia de Dios; militares que sabían estructurar una caravana, la guerra, pero no sabían cómo traer la presencia de Dios, cómo Dios quería ser tratado, qué era lo que Dios esperaba. Aquellos hombres construyeron un carruaje, pusieron bueyes; y el arca iba tropezando porque la gloria de Dios nunca fue hecha para ser cargada en bueyes, sino en los hombres. Era el deseo de Dios siempre que el hombre cargara Su presencia. Tú no puedes poner bueyes, animales, a cargar la presencia de Dios. Uza, uno solo, trata de cargar la gloria de Dios; pero la gloria de Dios la cargamos todos; tú cargas un pedazo, y cada quien carga un pedazo, y todos juntos caminamos hacia el lugar correcto.
David tuvo que entonces dejar de buscar consejo con los hombres, y buscó qué era lo que Dios quería, porque lo más grande no es lo que tú quieres, sino lo que Dios quiere y cómo Él lo quiere. Y te vas a dar cuenta que lo importante para Él siempre ha sido que sea el hombre quien lleve su presencia.
Dios le dijo a David: No es con bueyes; es con hombres. David mandó a preparar entonces unos sacerdotes que se vistieran con ropas reales, y que cargaran el arca en sus hombros. Uza murió, simplemente, porque él solo trató de llevar el peso de la gloria de Dios. Alguien tiene que estar en el altar, pero lo que pasa en la iglesia no pasa solo por quien esté en el altar. El día que tú creas que tú llevas todo el peso de la gloria, ese día caes muerto. La presencia de Dios la traemos todos, colectivamente. Nadie diezma más que nadie. Es la combinación de nuestra autoridad lo que nos lleva a cargar la gloria de Dios; por esa razón es que muchas veces Dios rompe los patrones, las estructuras, y comienza a levantar gente nueva, posicionando gente que tenga la actitud correcta, porque hay quienes, aunque son gente, se han vuelto bueyes, siguiendo órdenes de hombres, pero no las de Aquel que quiere llegar a vivir en medio nuestro. Esa es la diferencia.
Como iglesia, hay reglas, pero esto no es una milicia; Dios rompe las reglas para que nadie crea tener la franquicia del evangelio. Mejor te quitas tú, antes que te quite Dios; mejor que pongan a otro, ayudas a otros a levantarse, pones a otros a cargar un pedazo de la gloria de Dios. Si pretendes entronarte tú, Dios te va a quitar, Él va a romper las reglas, porque no es a tu manera, sino a la de Dios; es como Él quiere llegar. Solo la gente madura hace ese balance.
Sí hay normas, hay reglas; y podemos hacer los mejores carruajes; pero Dios lo que quiere es usar a gente. Podemos tener el mejor templo, y la presencia de Dios no estar, porque no son los bueyes los que cargan la presencia. Ahora, si tenemos la mejor gente, preparada, a la orden de Dios, con templo o sin templo, en carpa o sin carpa, en la calle, sin edificio, sin estructura, sin micrófono o con micrófono, la presencia de Dios se manifiesta y la gente es transformada, el perdido se convierte, la gente se sana y se salva, porque no son los carruajes lo que a Él lo impresionan, sino la gente dispuesta a cargar con la gloria de Dios. Dios quiere que lo carguemos tú y yo.
En medio de estos dos extremos: El tabernáculo de Moisés, un lugar lujoso, bonito, pero movible y en el desierto; y el tabernáculo de David, que era todo lujo; y Dios estuvo en ambos; pero lo que Dios deseó fue como David lo trataba. Por eso, en el Nuevo Testamento, lo que Dios quiere restaurar es el tabernáculo de David, porque no era lo lujoso del tabernáculo, sino cómo Él era tratado en ese tabernáculo; porque David aprendió a tratarlo a Él, y no a la gente. David tenía pasión por hacer algo grande para Dios. Tu amor por Dios te hace tener la mejor Biblia, dar la mejor ofrenda. David amaba tanto a Dios que quería darle lo mejor, pero lo que impresionó a Dios fue ese corazón.
Ojalá, hoy, tú desees amar tanto a Dios, que decidas cargar el pedacito de gloria que tú llevas dentro de ti. Todos fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, sin embargo, somos todos diferentes. Y es que cada uno carga un pedacito de la gloria de Dios; y, si tú no cargas tu pedacito, otros nunca podrán ver ese pedacito de Dios. El que quiera ver a Dios, que no mire hacia arriba, que no busque ángeles; que no te impresionen los ángeles, que te impresione ver a Dios en los demás, verlo en ti; ver cómo Dios te puede usar a ti, cómo tú puedes poner las manos sobre los enfermos y que la gente se sane, cómo tú puedes llegar a un lugar y traer paz. No les robes a otros la oportunidad de ver eso de Dios que solo pueden ver en ti.