Un día comencé queriendo cambiar al mundo y comencé por intentarlo. Al cabo de un tiempo me di cuenta que me era imposible, por lo que pensé mejor en cambiar a mi nación.
Después de intentarlo me di cuenta que no pude, por lo que decidí cambiar a mi comunidad. Después de un tiempo de intentarlo no pude, por lo que decidí cambiar a mi familia.
Pero al cabo de un tiempo me di cuenta que no pude y ahora en mi lecho de muerte he llegado a la conclusión de que debí de haber cambiado yo primero, ya que de esa manera y con mi ejemplo mi familia cambiaría, a su vez mi familia con su ejemplo cambiaría a mi comunidad, la cual cambiaría a mi nación, la cual lograría cambiar por fin al mundo.
1 Timoteo 4:12: Ninguno tenga en poco tu juventud; pero sé ejemplo de los fieles en palabra, en conversación, en caridad, en espíritu, en fe, en limpieza.
Lo que ocurre es que para cambiar el mundo, los primeros que tenemos que cambiar somos nosotros y que seamos ejemplos de una vida transformada por el poder del Espíritu Santo. Si no damos testimonio de nuestra fe en Cristo es imposible que influyamos en los demás. La vida transformada de nosotros es lo primero que tenemos que mostrar al mundo, que incluye a nuestros familiares, esposo, esposa, hijos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, con doce discípulos, que fueron adiestrados con su sabia y poderosa palabra, se encargaron de transformar el mundo al cumplir la misión de «id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda Criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado», Marcos 16:15-16).
Los gobernantes, incluyendo reyes, césares, faraones, primeros ministros, presidentes y dictadores, son hombres y mujeres que han influido en el progreso material del mundo, pero también sus ambiciones provocan los conflictos bélicos, son potestades que ignoran, que están siendo manipulados por el maligno. El apóstol Juan dice que «el mundo entero está bajo el maligno», 1 Juan 5:19.
«No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo», 1 Juan 2:15-16.
Para el cristiano poder cambiar el mundo, tiene primero que transformar su vida, haciendo la voluntad de Dios , y siendo la luz del mundo, alumbrando con la obediencia de la Palabra de Dios, que es el deseo ardiente de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
El que no es capaz de transformar a su familia, a su entorno, y a todos con los que mantiene contacto, no tiene la capacidad para cambiar al mundo, que está bajo el maligno. Por eso el cristiano tienen una gran responsabilidad, porque somos la boca, las manos y los pies de Cristo, es decir, los instrumentos para llevar la palabra de vida a un mundo que perece.
Jesucristo, en Juan 3:16 nos revela que «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el mundo que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.», Juan 3:16.
Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, descendió del cielo a la tierra e hizo lo que tuvo que hacer, morir en la cruz del Calvario para redimir al hombre de sus pecados, pero somos nosotros los creyentes, que hemos recibido el Poder del Espíritu Santo, los encargados de cumplir el mandato divino para que los hombres y mujeres del mundo se arrepientan y lo reciban como Señor y Salvador. Y el que no se arrepiente y tome la decisión de seguir a Cristo, ese es su problema. Su sangre, no caerá sobre nuestra cabeza.
Si tomamos en nuestras manos cualquier diccionario especializado de la lengua española podríamos encontrar diversas y variada definiciones de la palabra mundo. Esta palabra de apenas cinco letras encierra en su significado todo un mundo de opciones dependiendo del uso o intención que pretendamos darle. Existe el mundo material, en el que vivimos, y el mundo espiritual que está en una dimensión celestial en la que mora nuestro Dios y Padre, y el Señor Jesucristo, con sus santos ángeles.
Muchas personas intentan vivir como si no fueran parte de este mundo. La indiferencia e indolencia de la humanidad ante situaciones y sucesos tan reales como nuestra propia existencia ha provocado que cada día vivamos en un mundo con mayor desesperanza. El hambre aumenta, nuevas enfermedades atacan al hombre, guerras que nunca terminan y crece el número de personas pobres en el mundo. Aún aquellos a los que, según sus propias palabras, les importa el mundo, se muestran a menudo cansados de luchar, frustrados o hasta perdidos en un mundo cada vez más complicado.
Pero, gracias a Dios que queda en la tierra un remanente de hombres y mujeres fieles, genuinos, puros, llenos del amor de Dios, que no conoce el cansancio, el desánimo, la envidia, los celos, personas pertenecientes a un linaje escogido, que no anida en su mente la palabra frustración, y que nunca se encuentran perdidas, porque tenemos en Jesucristo un faro de luz eterna que siempre nos guía.
En Juan 8:12; leemos que Jesús, hablando sobre si mismo expresó “yo soy la luz del mundo, él que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Por eso nunca debemos sentirnos perdidos aquí en la tierra, no importa cuán oscuro y tenebroso se presente el futuro, siempre tendremos la luz de la vida de nuestro lado.
Es muy importante que entendamos que el Mesías nos dejó la enseñanza de que él mismo está interesado en iluminarnos a cada instante. Somos precisamente nosotros, los seguidores de Cristo, los llamados a crear la diferencia, a continuar expandiendo la luz divina de nuestro salvador, a incentivar la elevación de la conciencia humana.
Este es el único modo que el mundo podrá despertar de su letargo y darse cuenta que todas nuestras necesidades, las de toda la humanidad, están cubiertas por Dios. Aunque la mayoría de las riquezas naturales de la tierra estén en manos de unos pocos.
Debemos tener presente que el mismo Señor Jesucristo nos advirtió acerca de las situaciones difíciles que se nos presentarían en el mundo cuando dijo a sus discípulos en Juan 16:33, que en el mundo tendréis aflicciones, pero tengan valor, pues yo he vencido al mundo.
Jesucristo pasó por este mundo para mostrarnos que aún a pesar de las aflicciones, de los malos ratos y sinsabores, este mundo ya fue vencido por él y nosotros mismos somos más que vencedores, gracias a su amor.
Efesios 5:1: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.
Tito 2:7: Mostrándote en todo por ejemplo de buenas obras; haciendo ver integridad, gravedad.
1 Pedro 2:21: Porque para esto sois llamados; pues que también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas.