
Los cristianos solemos afirmar con seguridad y confianza lo que creemos, hasta que nuestra fe es probada y, entonces, nos cuestionamos si creemos tanto como decimos hacerlo. Quizá es una enfermedad, condiciones económicas desfavorables u oraciones que no parecen ser contestadas. Tarde o temprano, como diría un amigo: «El Señor probará lo que afirmamos creer».
Esto le sucedió a una hermana madura de mi iglesia, cuando su padre y madre murieron con solo dos semanas de diferencia. Recuerdo su respuesta tras preguntarle cómo sobrellevaba la situación: «Estoy orando y le digo a Dios: “Sé que Tus promesas son ciertas, pero ahora me está costando creerlo… ¡Ayúdame!”».
Aunque han pasado casi ocho años de esa conversación, su respuesta se quedó conmigo, porque a pesar de su contexto, sus conocimientos y sus propias experiencias viendo la fidelidad de Dios, no temió reconocer su dificultad para creer que lo que el Señor hacía tenía sentido.
Una batalla antigua
La dificultad para creer no es nada nuevo. Esta ha sido la experiencia desde que el hombre y la mujer salieron del Edén. Por generaciones, hasta este día, la humanidad batalla para creer lo que Dios le ha revelado.
Abraham, un pagano, fue llamado por Dios para ser «padre de naciones». Sus circunstancias y las de su esposa Sara —siendo ya viejos, y sin entender cómo Dios cumpliría Sus propósitos—, le llevaron a querer tomar el control de la promesa divina, y entonces nació Ismael, quien no era el hijo prometido. Pero no solo eso, creo que también por incredulidad en la protección del Señor, Abraham mintió a Faraón sobre su relación con Sara, atribuyendo más poder a Faraón sobre su destino que a Dios (Gn 12).
El pueblo de Israel también, tras ser libertado de la esclavitud en Egipto, luchó continuamente por creer que Dios haría lo que había prometido hacer: llevarlos a la tierra que fluye leche y miel, al acabar con sus enemigos. Es así como vemos que, vez tras vez, la queja fue una respuesta casi natural para ellos: tenían hambre, Dios proveyó el maná, pero se cansaron de su sabor; Dios decidió habitar en medio de ellos en el tabernáculo, pero ellos prefirieron escuchar a dioses falsos.
Unos siglos más adelante, cuando Jesús caminó en esta tierra, Sus discípulos también lucharon por entender la misión de su Señor. Por ejemplo, Pedro con convicción afirmó: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente» (Mt 16:16), para justo después reprender al Maestro por decir que moriría (v. 22). También Tomás, quien exigió ver las marcas de los clavos y el costado abierto de Jesús, fue reprendido por su incredulidad (Jn 20:24-29).
En estos ejemplos, y en otros tantos registrados en la Biblia, vemos que hay una línea delgada entre luchar por seguir creyendo y ceder ante la incredulidad.
La tentación de la incredulidad
Creer o dudar, me parece, depende de una cuestión de reputación, pues creemos en la palabra de aquellos que nos ofrecen confianza. Como cristianos, sabemos que la reputación de Dios es confiable, pero nuestro error es ceder ante la tentación de escuchar otras voces que cuestionan la confiabilidad de Su Palabra.
Entre más tiempo pasemos en comunión con Dios y disfrutemos de Su presencia, será más difícil dudar, aún si no entendemos todo por completo
Eso fue lo que sucedió en el Edén. Satanás no pretendió ser una voz creíble, sino que cuestionó la credibilidad de Dios. La serpiente sabía que era una desconocida para Adán y Eva, así que lo único que le quedaba era socavar la confianza que tenían en la palabra del Creador. Y la tentación al comienzo ni siquiera fue frontal, la serpiente no cuestionó a Dios directamente, sino que agregó palabras a lo que había dicho y, además, puso en duda el amor que Dios les había mostrado al crearlos y colocarlos como mayordomos del resto de Su creación.
Sin embargo, después de que comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, Dios hizo dos preguntas: «¿Dónde estás?» y «¿Quién te dijo?» (Gn 3:9, 11). En estas interrogantes veo algunas características del carácter inmutable de Dios. Primero, Él es quién nos busca y, en segundo lugar, Él atrae la atención hacia Su reputación. Estas verdades deberían fortalecernos cuando tenemos la tentación de dudar de lo que Dios ha declarado en Su Palabra. Como cristianos, sabemos que Cristo es la máxima expresión de Dios buscándonos y que Su evangelio tiene esperanza para nosotros también cuando hemos fallado.
¿Qué hacer cuando somos débiles para creer?
Los cristianos debemos ejercitarnos y crecer en la confianza de Dios, pero no podemos ser ingenuos respecto a esta debilidad humana con la que aún luchamos. Por eso, cuando nos sintamos tentados a ceder a la incredulidad, estas son tres acciones que podemos tomar:
Ser honestos.
Dios conoce nuestros corazones, así que es inútil tratar de esconder lo que sucede realmente ahí. Al mismo tiempo, Dios sabe quién es Él, así que no se sentirá amenazado por nuestras inquietudes.
Reconocer esto nos da la libertad para hablar con Dios sobre nuestras luchas. Es más, Dios mismo nos regaló oraciones crudas y sinceras en Su Palabra. Una lectura por los Salmos nos deja claro que muchos de nuestros «¿Por qué?» y «¿Hasta cuándo?» son válidos cuando nacen de un corazón sincero y humilde, y Él los escucha.
Traer la confusión a Dios.
Hay una diferencia entre hablar de alguien y hablar con alguien. Al principio parece obvio, pero muchas veces estamos solo hablando de Dios, pero no con Dios. Mencionamos cómo Él está haciendo cosas que no entendemos o que nos parecen injustas, pero no dirigimos nuestra confusión en oración a Él. Un ejemplo de esto lo encontramos en la declaración pública de Noemí: «el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor» (Rut 1:20-21).
Del lado opuesto, nos encontramos a Job, quién a pesar de todas las cosas que experimentó, incluyendo la muerte de sus seres queridos, devastación económica, enfermedades dolorosas y acusaciones de sus supuestos amigos, no habló de Dios «a Sus espaldas», sino que trajo sus quejas delante de Él. Job hizo declaraciones tan fuertes en contra de la voluntad de Dios que recibió su justa exhortación, pero al final declaró:
Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ninguno de Tus propósitos puede ser frustrado. ¿Quién es este que oculta el consejo sin entendimiento? Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. Escucha ahora, y hablaré; te preguntaré y Tú me instruirás. He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza (Job 42:2-6).
Así como el patrón de conducta que da a luz a la incredulidad está en cuestionar el carácter de Dios, la solución para ganar la batalla contra la tentación de la incredulidad está en conocer más y mejor Su carácter.
Conocer mejor a Dios.
No digo que solo leas más tu Biblia o que participes en más actividades de la iglesia; tampoco que necesitas estudiar formalmente teología o convertirte en misionero. Aunque estas cosas forman parte de la vida cristiana y son necesarias, debemos entender que la clave para superar la lucha por creer está en buscar experimentar relacionalmente el carácter de Dios (Fil 3:10-11).
Jackie Hill Perry, en su libro, El Dios Santo, escribe: «Dios es Santo, y si es Santo, entonces no puede pecar. Si no puede pecar, entonces no puede pecar contra mí». Entre más tiempo pasemos en comunión con Dios y más disfrutemos de Su presencia, será más difícil dudar de lo que está haciendo, aún si no lo entendemos por completo.
Cristo intercede por ti
La incredulidad será una tentación constante en nuestra vida como creyentes, pero no te desanimes: Dios lo sabe y por eso nos da esperanza en uno de los encuentros en la Biblia que considero más significativos para la vida cristiana. Justo antes de morir, en la última cena con Sus discípulos, Jesús le dice a Pedro: «Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos» (Lc 22:31-32).
Nuestra fe está firme no por algo que estamos esperando, sino por Su obra consumada por nosotros en la cruz
En este encuentro, Jesús advierte a Sus discípulos que serían puestos a prueba. A veces somos probados por Satanás, a veces por nuestro corazón. Pero Cristo nos da seguridad en medio de la incredulidad, por Su trabajo intercesor.
Hermanos, si amamos el evangelio de nuestro Señor Jesús, nuestra fe no va a fallar porque Jesús la ha garantizado. Su promesa está basada en Su carácter y sacrificio. Lo mejor es que nuestra fe está firme no por algo que estamos esperando, sino por Su obra consumada por nosotros en la cruz. Entonces, nuestra seguridad no se basa en la calidad de nuestra fe, sino en la calidad de Su sacrificio y carácter inmutable.
Entonces, sabiendo que a todos nos cuesta creer a veces, ¿cuál es la instrucción de Jesús cuando somos bendecidos por Su intercesión con fe? Fortalecer a los hermanos.
Ya sea que estés viviendo un momento abrumador o que alguien cercano esté luchando contra la incredulidad, recordémonos unos a otros que podemos ser honestos ante Dios y decirle, como aquel hombre en Marcos 5 y como mi amiga: «Creo; ayúdanos en nuestra incredulidad».