
Los cristianos no somos de este mundo, somos peregrinos de paso hacia la ciudad celestial. Aunque sabemos que esto es así en todo tiempo, hay momentos en la vida en que experimentamos una fuerte nostalgia por nuestro verdadero hogar. Nos sentimos incómodos en este mundo, repugnados por sus valores y ajenos a su modo de vida.
Este sentimiento de «vivir en el exilio» suele ser más fuerte en medio de los sufrimientos de esta vida. El dolor nos hace gemir por el cielo, por Dios. Pero a muchos aún nos queda un largo camino de peregrinación. ¿Cómo recobrar la esperanza cuando nos sentimos así?
El apóstol Pedro escribió su primera carta a unos cristianos que habían sido exiliados de sus hogares y dispersados hacia lo incierto. Desde las primeras palabras, Pedro quiere dar ánimo a sus lectores:
Pedro, apóstol de Jesucristo: A los expatriados… elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con Su sangre: Que la gracia y la paz les sean multiplicadas a ustedes (1 P 1:1-2).
Quisiera meditar apenas en el saludo de Pedro, como una muestra del consuelo que esta carta tan bella nos brinda. Espero que esto reavive nuestra esperanza en Dios y anime a muchos a seguir leyendo e indagando en 1 Pedro.
Elegidos según el previo conocimiento del Padre
Lo primero que aquellos cristianos expatriados debían recordar era que, a pesar de las circunstancias dolorosas que atravesaban, en realidad disfrutaban de un gran privilegio: ser del pueblo elegido por el Dios todopoderoso, a quien podían llamar Padre. Este es el tipo de verdad que consuela los corazones atribulados por las adversidades de este mundo. Los cristianos somos el especial tesoro de nuestro Padre celestial (1 P 2:9).
Pero ¿de acuerdo a qué fuimos elegidos? Según Su prognosis, es decir, Su presciencia, conocimiento previo o anticipado. Se ha intentado utilizar este término para argumentar que Dios vio, desde la eternidad, quiénes habrían de elegir Su salvación si se les fuese ofrecida y, entonces, Dios eligió a esas personas. Esto no cuadra bien en el resto de la enseñanza bíblica, que de manera consistente enseña que fuimos elegidos «según el puro afecto de Su voluntad» (Ef 1:4-6; cp. Ro 9:14-18; Jn 15:16; Dt 7:6-8), porque nadie busca a Dios (Ro 3:10-11).
El término prognosis resalta la infinita sabiduría del Padre amoroso que tiene bajo Su control todo lo que sucede a Su especial tesoro. Así lo utiliza Pedro en su primer sermón, cuando le aclara al pueblo de Israel que aunque ellos eran responsables de haber matado a Jesús, el Mesías, todo siempre estuvo bajo el control de Dios y se desarrolló de acuerdo a Su plan predeterminado (Hch 2:23).
En la cruz, la prognosis de Dios brilla con toda claridad: los hombres pensaban que estaban ganando, pero Dios demostró que Él es más sabio y que todo era parte de Su plan redentor. Esa misma sabiduría infinita y soberana cuida de los creyentes, aún cuando deban atravesar pruebas dolorosas.
Si te encuentras en circunstancias de gran dolor o desanimado por un mundo adverso, recuerda que Dios no te ha abandonado. Confía en la sabiduría de tu Padre que permite tu sufrimiento por un tiempo, porque nada podrá frustrar Sus planes de bien para Su pueblo (Ro 8:28). Esta verdad trae un consuelo incalculable a nuestro peregrinaje en este mundo hostil.
Elegidos por la santificación del Espíritu
En segundo lugar, los creyentes fuimos elegidos por la santificación del Espíritu Santo. Esto quiere decir al menos dos cosas: que la obra del Espíritu hizo efectiva la elección eterna del Padre y que, por lo tanto, nuestra elección se vive en el contexto de la santificación.
Pedro quería dar esperanza y ánimo a aquellos cristianos dispersos, al ayudarles a entender que los insultos y la discriminación que soportaban eran parte de su elección, pues eran diferentes al resto. Dios no los había abandonado, sino todo lo contrario: estaba obrando crecimiento en sus vidas a través de las pruebas.
Para el pueblo de Dios es necesario que seamos afligidos por un tiempo, para que nuestra fe sea perfeccionada y nuestro gozo aumentado (1 P 1:6-7). De esto se trata la santificación, un proceso con altibajos que fortalece nuestra confianza y vivifica nuestra esperanza.
Nuestra elección amorosa se hace evidente cuando vemos nuestra fe en Jesús creciendo a pesar y a través de los sufrimientos. Saber que estamos en un proceso de santificación pensado y controlado por Dios debe llenar nuestros corazones de seguridad en medio de la incertidumbre de nuestro peregrinaje.
Todos los sufrimientos que atravesamos en esta vida cooperan para que alcancemos el propósito que Dios nos ha dado. Nuestro presente, tan duro como pueda llegar a ser, forma parte del plan de Dios para nuestras vidas; esa era la convicción de Jesús la noche antes de morir. Y cuando nuestra fe crece en condiciones adversas es una evidencia de nuestra elección en Dios.
Así que no debemos desanimarnos por el sufrimiento, sino interpretarlo a la luz de la voluntad de Dios, para recuperar la esperanza (1 P 1:13), comprometernos con una vida santa (v. 14) y cumplir nuestra misión en la tierra (2:9). No bajes los brazos, ¡estamos en el camino de la santificación!
Elegidos para obedecer a Jesús y ser rociados por Su sangre
Ya hemos meditado en que fuimos elegidos por nuestro Padre sabio desde antes de la fundación del mundo. Esta elección se hizo efectiva cuando el Espíritu nos salvó y la confirmamos cada día que estamos creciendo y madurando en la fe. Ahora llegamos al propósito de nuestra elección: «para obedecer a Jesús y ser rociados por Su sangre».
En primer lugar, somos elegidos para obedecer a Jesús. Tal como enseña el apóstol Pablo: no somos salvos por obras, sino para buenas obras (Ef 2:9-10); tampoco somos salvos por obedecer, sino para obedecer. Pedro quiere dejar claro que nuestra elección y santificación tienen implicaciones prácticas. Nuestra elección fue de pura gracia y amor, y nos mueve a la obediencia y la santidad. Es difícil hacer más énfasis a una expresión tan clara, pero nunca está de más recordar que la fe sin obras es en realidad una fe muerta (Stg 2:14-17).
La segunda parte de la expresión de Pedro es un poco más compleja de entender. Sin duda que la combinación de «obediencia» y «rociamiento» es una alusión al pacto mosaico, cuando Israel se comprometió en Sinaí: «Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos y obedeceremos» (Éx 24:7). Luego ofrecieron sacrificios y Moisés tomó la mitad de la sangre de los animales y la roció sobre el pueblo diciendo: «Esta es la sangre del pacto que el SEÑOR ha hecho con ustedes» (v. 8).
El propósito de nuestra elección es entrar en una relación de pacto con Dios gracias al sacrificio de Cristo. Este es un pacto seguro y eterno, por lo que no importa lo sombrío que luzca el presente ni los sentimientos de abandono que se agolpen en nuestros corazones, nada podrá romper este vínculo ni podrá separarnos del amor de Dios (Ro 8:38-39).
Sin embargo, debemos reconocer, siguiendo la observación del teólogo Wayne Grudem, que resulta difícil que Pedro se esté refiriendo a una experiencia inicial de la vida cristiana (entrar al pacto con Dios), luego de haber hablado de la santificación por el Espíritu y la obediencia de Cristo. Este rociamiento de sangre parece referirse más a una experiencia de aquellos que ya están dentro del pacto de redención.
Desde esta perspectiva, la expresión puede aludir más bien a la purificación de los leprosos en el Antiguo Testamento (Lv 14). La lepra impedía a una persona presentarse ante Dios y también dañaba su relación con el pueblo del pacto. Sin embargo, si su infección sanaba, debía ser examinado y declarado limpio por un sacerdote, mediante el rociamiento de sangre de una avecilla (v. 7). Este ritual es «un excelente pasaje para representar la limpieza de cualquier impureza que pudiera perturbar la comunión con Dios y con Su pueblo» (1 Peter [1 Pedro], pos. 738). Los cristianos necesitamos también ser limpios cada día de nuestras impurezas espirituales que afectan nuestra relación con Dios y con Su pueblo.
No es que necesitamos un nuevo sacrificio, porque cuando Cristo se entregó en la cruz fue suficiente para salvar a Su pueblo una vez y para siempre. Sin embargo, los cristianos solemos fallar en nuestro propósito de vivir en obediencia, por lo que necesitamos ir una y otra vez a Cristo para limpiarnos del pecado remanente que aún cargamos.
En un sentido similar, el autor de Hebreos nos anima a acercarnos «con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura» (He 10:22) para perseverar en la fe.
El apóstol Juan también nos recuerda que los cristianos tenemos pecados aún, pero si los confesamos, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos. Si andamos en luz es gracias a la sangre de Cristo que nos limpia (tiempo presente) de toda maldad (1 Jn 1:7-9).
Entonces podemos decir que el propósito de nuestra elección es la obediencia a la imagen de Cristo, con miras a una santidad perfecta en imitación de nuestro Padre celestial (1 P 1:15). Alcanzaremos este propósito en la eternidad futura. Mientras tanto, si fallamos durante nuestro peregrinaje terrenal, sabemos que la sangre derramada de Jesús limpia nuestras conciencias y nuestras malas obras. Nuestro objetivo de obediencia a la semejanza de Cristo solo será posible porque Su sangre nos limpia cada día, cuando nos acercamos en arrepentimiento ante el trono de Dios (cp. 1 P 1:15-16).
Los cristianos que sufren necesitan recordar el propósito seguro de su elección. Aunque es fácil sentirse derrotado en medio de las pruebas, el objetivo de nuestra vida es el triunfo en y con Cristo. Aunque el presente no luzca triunfal, la victoria está asegurada: seremos como Jesús y estaremos con Él por la eternidad.
Desde la eternidad y hasta la eternidad
¿Te sientes decaído por los ataques de una cultura hostil? ¿Te sientes ajeno a los valores de este mundo? ¿Sientes que tu peregrinaje en este mundo es duro y tu corazón está perdiendo la esperanza? Necesitas recordar tu identidad: eres un elegido de Dios y estás bajo Su cuidado. Desde la eternidad y hasta la eternidad, el Dios trino cuida de tu vida.
El Padre te conoce desde antes de la fundación del mundo y te eligió por puro amor. El Espíritu está contigo a cada paso, ayudándote a crecer en medio de las adversidades. Y Cristo ha logrado un perdón que ninguna de tus caídas podrá agotar, hasta el día que seas perfecto a Su imagen.
Cuando te sientas desanimado por el sufrimiento en este mundo y te inunde la nostalgia por el cielo, recuerda que estás bajo el cuidado eterno del Dios trino. ¡Que la gracia y la paz del Señor se multipliquen en tu vida!