Cuando Dios hace planes lo hace consciente de que habrá quienes reciban su visión de llevarlos adelante. La visión es siempre de Dios. El Espíritu habla a los creyentes y les revela los planes del Padre. Lo demás es cuestión de obediencia, si se ha sabido escuchar claramente la voz de Dios;
o desobediencia, si sus propósitos han sido malinterpretando o peor, ignorados. Muchas veces los enemigos de los planes de Dios están entre nosotros. Pero Dios es un Dios de orden y disciplina a los que ama.
Volvamos a Nehemías. Mientras el pueblo más humilde reconstruía los muros de Jerusalén, otros, ricos y poderosos en posesiones y tierras que también eran judíos venidos de la cautividad, explotaban a sus hermanos pobres y hambrientos, se convertían en prestamistas que endeudaban a las familias hebreas con elevados intereses. Los pobres empeñaban hasta sus tierras, los más humildes eran sometidos a servidumbre por sus propios hermanos. (Neh 5.1-6). La protesta del pueblo al nuevo gobernador Nehemías no se hizo esperar y Dios empoderó a su siervo para disciplinar moralmente a los nobles. La amonestación fue aceptada y les fue devuelto a los humildes todo cuanto habían perdido y empeñado.
La oposición a hacer la voluntad de Dios también puede venir desde adentro. Es importante saberlo para estar alertas. En un mundo arruinado moralmente el diablo siempre va a tratar de confundirnos. Nuestra confianza está en Cristo, la piedra del ángulo desechada por los constructores, devenida en Roca sobre la que se erige y establece su iglesia, por eso “…las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. (Mt 16.18). La iglesia de Cristo tendrá que padecer de los mismos sufrimientos de su Arquitecto, pero a pesar de la resistencia de sus enemigos, de los modernos Sanbalats y Tobías contemporáneos (enemigos de Nehemías), continuará levantándose ante toda oposición, venga de adentro o venga de afuera.
Es por eso que la disciplina del pueblo de Dios tiene un valor innegable. Podemos equivocarnos, pero Dios no se equivoca; podemos resbalar, pero Dios nos levanta. Debemos ser conscientes de que la disciplina de Dios trae bendición. El autor de Hebreos nos recuerda: “Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Heb 12.11). Y nuestro hermano Job, casi con júbilo, declara: “¡Cuán dichoso es el hombre a quien Dios corrige! No menosprecies la disciplina del Todopoderoso” (Job 5.17).
Los hijos de Dios debemos sentir la corrección de Dios como necesaria para continuar bregando en las lides espirituales y glorificar a Dios. Debemos estar dispuestos a dejar que el dedo de Dios nos “formatee” de vez en cuando para volver a un estado de mente renovada y asumir así nuevos retos con nuevos bríos para continuar haciendo su obra. En un mundo en ruina espiritual y moral la disciplina de Dios es un valor poderoso contra los valores de la oposición y la desobediencia. Salomón lo entendió así y nos legó esta tremenda ilustración: “El mandamiento es una lámpara, la enseñanza es una luz y la disciplina es el camino a la vida” (Proverbio 6.23 NVI)
¡Dios te bendiga