Hay una terrible carencia de sanos modelos varoniles hoy en día en nuestra sociedad, y una abundancia de modelos destructivos y negativos. La sociedad moderna necesita hombres nutridos por la Palabra del Señor, formados, esculpidos golpe a golpe por la obra del Espíritu Santo; hombres saturados con los principios del Reino de Dios, que bendigan a alguien con su comportamiento sano y balanceado. Por ejemplo: a un jovencito tímido, ambivalente acerca de su sexualidad, inseguro acerca de su masculinidad, porque no ha tenido modelos varoniles sanos en el pasado.
Se requiere urgentemente hombres que modelen una masculinidad balanceada. Los modelos que muchas veces ofrece el mundo moderno son de deportistas, músicos de rock, actores de cine, que muchas veces no encarnan la realidad de ser hombre, y sobre todo los valores de la Palabra de Dios.
Nosotros los hombres cristianos tenemos el privilegio de estar continuamente sazonándonos en la Palabra del Señor, cociéndonos lentamente en los valores del evangelio. Espero que esa Palabra esté penetrando en nuestra vida, nuestra sensibilidad. Tenemos un gran tesoro dentro de nosotros, y debemos ser buenos mayordomos de ese tesoro. Debemos compartirlo con nuestros hijos, con nuestra Iglesia.
Pero más allá de nuestro círculo inmediato también hay otros jóvenes que necesitan de nuestro calor y nuestro modelaje. Quizás en el mismo edificio donde tú vives, en tu vecindario, o en la calle también; un niño de tu familia extendida que no tiene papá o cuya familia no está completa. Tú puedes ser ese hombre ejemplar que le provea calor y respaldo de padre. Abre tus ojos, mantente atento a las necesidades alrededor de ti, y vas a encontrar a alguien para quien tú puedas ser un tutor, un mentor, un padre espiritual.
Aun si tú no eres padre biológico, no tienes hijos físicos todavía o ya pasó el tiempo de tenerlos, aun así puedes ser un mentor para alguien, un tutor, un modelo, una fuente de buen consejo para un niño o un joven desorientado. Dios nos ha dado tanto, nos ha bendecido tanto, que no podemos ser menos que padres espirituales de alguien, y ante todo ser padres de nuestros hijos, de nuestras familias, la familia extendida de nuestra iglesia, y también en nuestra comunidad.