Todo el que experimenta una conversión a Cristo siente un deseo profundo de cambiar sus hábitos de vida. La conversión más radical que se nos presenta en la Biblia es la de Saulo de Tarso. Él fue el más fanático perseguidor del cristianismo en los primeros tiempos. Él mismo dijo en una ocasión que perseguía este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres (Hechos 22:4). Durante un buen tiempo, perseguir a los cristianos fue la obsesión de su vida. Sin embargo, después de conocer a Cristo sus primeras palabras fueron:
—Señor, ¿qué quieres que haga? (Hechos 9:6).
Me emociona descubrir que la única respuesta que Dios dio a Saulo fue que se levantara y fuera a la ciudad, donde se le diría lo que tendría que hacer. Allí después de tres días y tres noches en las que debe haber meditado profundamente en su vida anterior, llegó Ananías, el enviado de Dios para instruirle.
Es interesante que Saulo conocía la ley de Dios por su condición de fariseo, probablemente, mucho más que Ananías. ¡Él podía enseñar a Ananías acerca de los mandamientos de Dios! Pero necesitaba que un creyente común, con una relación vital con Dios, le hablara, le instruyera y le bendijera.
Lo más importante después de la conversión de alguien siempre será su disposición para aprender de otros, que tal vez con menos preparación intelectual o aun religiosa, sí tienen conocimiento de lo que es una relación con Dios. El gran Saulo de Tarso se volvió un niño indefenso delante de Ananías, quien no tenía su misma preparación, pero hablaba con Dios y le conocía mucho antes que él.
Cuando el Espíritu de Dios entra en un corazón que ha recibido el perdón de Dios, siempre sucede lo mismo. La persona se siente humillada, reconoce los errores de su vida anterior y experimenta una tremenda necesidad de aprender a vivir de forma diferente. El mismo Saulo de Tarso, antes de llegar a ser el gran apóstol que después fue, transitó un largo camino y muchas experiencias que le permitieron llegar a ser un instrumento útil. Dios perdona nuestros pecados en el mismo momento en que pedimos su perdón. ¡Nadie dude de ello! Su perdón es instantáneo y produce una paz inefable. Pero tras esa paz, vendrá también un deseo ardiente de hacer la voluntad de Dios y una disposición siempre presente para cambiar nuestra conducta.
Es totalmente imposible decir que uno es cristiano o cristiana sin que esos cambios estén ocurriendo de manera paulatina. Una vida nueva es la única evidencia de que verdaderamente somos de Cristo.
Salmos 25:8[/quote_center] [quote_center]Saulo, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?
Hechos 9:6[/quote_center]
¡Dios les bendiga!