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Analisis de la bachata como patrimonio inmaterial de la humanidad desde una perspectiva evangélica

El hecho de que la bachata, música que tuvo su cultivo esencial en los patios y callejones de nuestros barrios citadinos, fuera nombrado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ha suscitado un llamativo debate sobre sus orígenes y la designación de los principales protagonistas del surgimiento de este género. Por fortuna, la controversia gira en torno a la mayoría de sus iniciadores, los cuales están vivos y se mantienen en los escenarios con notable vigencia.

En lo que no hay discusión es que la bachata surgió en medio de las más deplorables condiciones de marginalidad y abandono en que vivía y aún vive una gran mayoría de nuestra población. El surgimiento de esta música marcaba una palpable tensión clasista. La bachata era la línea gruesa que delimitaba a una élite económica de elevada educación y refinamiento cultural, de una clase que con escasa instrumentación (guitarras, güiras, bongó…) se revolcaba en el polvo de la pobreza para expresar sus infortunios y penas con una lírica toscamente acompañada que se entendía como rastrera, vulgar y despreciable, propia de gente que se consideraba plebe y de baja ralea.

Sin embargo, con su pobre instrumentación, con su lírica rústica y callejera, la bachata era un respiro, un desahogo social que se abrió paso en los pocos medios masivos que facilitaron su difusión. El auge de la bachata, su raigambre popular está íntimamente ligado al traumático proceso de urbanización que experimentó la ciudad de Santo Domingo a partir de la década del 70.

Hombres y mujeres del campo se trasladaron a la ciudad capital en busca de mejores condiciones de vida, poblaron sus entornos y levantaron viviendas donde le fue posible. Estos hombres y mujeres del campo desarraigados de sus costumbres y estilos de vida se agregaban a cualquier expresión que compensara no solo su vacío cultural sino también las precariedades y carencias de bienes y servicios que le imponía una nueva forma de vida signada por la improvisación y la supervivencia en todos los sentidos.

Radio Guarachita fue la respuesta a esta necesidad. Esta conocida emisora se convirtió en un vínculo emocional y de identidad entre el campesino que emigraba y su hábitat original. El recién llegado a la ciudad vivía el imaginario simbólico que definía su identidad y su ser, ahora desajustado por una realidad que lo dejaba en la anomia social y el desconcierto generado por esta nueva forma de vida que lo extrañaba de los suyos.

Radio Guarachita fue un verdadero fenómeno social. No se puede concebir el auge de la bachata sin considerar el papel que jugó este medio en su promoción, consolidación, comercialización y ascenso social. Esta emisora tocaba con frecuencia rancheras mexicanas, boleros acompañados de guitarras y más luego, con un sentido más mercadeable e industrial, esa música pedestre y callejera que resultó de esas condiciones socio-económicas en las que vivían los habitantes de la periferia de la ciudad de Santo Domingo y que terminó nombrándose como bachata.

Esta popular emisora con su música era la réplica de las añoranzas melancólicas que permanecían en la memoria identitaria de los citadinos recién llegados a la urbe capitalina. Las penas, el distanciamiento familiar, el recuerdo, los saludos, la vida con toda la pasión dejada atrás, incluso, la muerte de familiares y cercanos como anuncio público, vinculaba al emigrante con los que se quedaron en el campo.

Originalmente el término bachata no estaba asociado a ningún género de música. Una bachata estaba referida a una fiesta informal, a una juntadera poco planificada de familiares, amigos y vecinos que se hacía en cualquier espacio y por cualquier motivo. Tragos, enamoramientos, cuentos orales de colores diversos, chismes y comentarios de todo tipo era parte de los improvisados elementos que componían estos juntes. Incluso, desavenencias y hasta pleitos. Pero, quien tuviera una guitarra y  supiera  rasguearla, al tiempo que fuera capaz de entonar un tema musical conocido o compuesto en la marcha, era el centro de la fiesta, de la bachata.

Se trata de un nombre que sugería vida arrastrada, de cuneta asquerosa, de olores fétidos y locales de mala muerte, donde se sobrevivía al desprecio y el oprobioso desdén de una clase refinada y elegante que repelía y se burlaba del sonido tosco y de los plañideros quejidos conque los   intérpretes de esta música gritaban sus lagunas de pesares.

Era la música del arrabal, del burdel concupiscente y de la perdición moral. Sus letras reflejan desamor, traición, desengaño y se sentía el fatalismo, el revuelo trágico propio de las rancheras mexicanas. “Música de amargue” fue uno de los motes ensayados para buscarle nombre y definición a un estilo musical que, aunque tiene raíces muy profundas en el alma dominicana, como expresión cultural y fenómeno social nos había sorprendido a todos.

Pero, y esto no se puede obviar, la bachata era también expresión resultante de las inequidades sociales, de las inestabilidades políticas, de atenciones ciudadanas insatisfechas y sobre todo de la ambición y el arrebato con que históricamente una clase minoritaria con ínfulas de superioridad   había impuesto su dominio sobre las grandes mayorías.

A partir de finales de la década del 80 la bachata comenzó a dar visos de que era buen negocio, de que podía ser rentable a gran escala. Parte del impacto socio cultural que produjo la bachata en Santo Domingo, aunque no con la misma intensidad y características, también lo produjo en sectores de emigrantes dominicanos que fueron a vivir a la ciudad de Nueva York.

Entre las personas que ascendieron social y económicamente por la vía de negocios ilícitos estaban aquellos que hacían sonar las bachatas al más alto volumen en sus lujosos vehículos. El ascenso de una nueva casta por diversas vías favoreció el auge de la bachata, que nunca ha dejado de ser música preferida de guagüeros, guachimanes, obreros, trabajadores informales, choferes públicos y personas de ambos sexos con horizontes sociales inciertos e indefinidos.

Los car wash (pasarelas de carros lujosos y prendas extravagantes) se convirtieron en los primeros centros de cierto poder e influencia económica donde los bachateros encontraron la aceptación que le negaba la sociedad considerada más culta, prestigiosa y de mayor posición económica.

Como ha sucedido en otras culturas, algún avezado notó la potencialidad de un ritmo popular y volcó su talento para darle un giro que lo prestigiara y elevara su categoría. Juan Luis Guerra, con educación superior en ciencias sociales y lector inspirado   de los grandes poetas españoles y latinos, además de músico con extraordinario talento, sin restarle su sabor popular, y conservando los rasgos característicos de la bachata, incluso con metáforas cargadas de intención carnal y sensualidad, le dio su vuelo lírico y musical a este ritmo hasta elevarlo a niveles de universalidad nunca soñado.

Nombres de precursores y protagonistas de este género musical que nunca deben dejar de mencionarse son José Manuel Calderón, Rafael  Encarnacion, Mérida Rodriguez, “la sufrida”; Leonardo Paniagua, Aridia Ventura, Anthony Santos, Raulin Rodriguez, el grupo Aventura, y particularmente Romeo Santos, Luis Vargas, Victor Victor y Sonia Silvetre, entre otros.

Es interesante destacar, que en   un proceso de democratización de la cultura a través de los medios de comunicación, la bachata que solo se escuchaba en AM pasó a escucharse, con gran profusión, también en FM. Así la bachata fue aceptada en la clase alta al tiempo que se convirtió en un medio para mover recursos económicos que resultaron rentable para quienes tienen el poder.

Aunque  cambió su fachada,  desde sus orígenes la bachata es medio de expresión de una subcultura, de una manera de ser y vivir de personas oprimidas en la que se reflejan vicios y carencias. No hay que esforzarse mucho para encontrar en esta música un machismo irónico y desdeñoso, motivador de conductas familiarmente irresponsable. Aquí se le canta al vicio y se celebra la vida bohemia y licenciosa. Indiscutiblemente, mucho del contenido de nuestra bachata tiene una zurrapa ideológica negativa que no favorece la autocrítica y la promoción social y personal de los individuos.

Una simple observación de este fenómeno permite deducir que la bachata  conforma,  estanca y limita en su  repetición machacada y condicionante a sus oyentes habituales. Aquellos que carecen de capacidad reflexiva  y no han desarrollado un juicio  autocrítico son proclives a los  vicios y tienden a desarrollar conductas intemperantes y permisivas. En este sentido, mucha de nuestra bachata sigue siendo cultura de muerte y atraso que no apunta a una recreación crítica y liberadora.

Alrededor de esta danza de muerte sobreviven familias marginadas atrapadas dentro de círculos de violencia, de arrebatos, de desconsideración y desprecio por la mujer. La música de bachata es un opio con el que viven y amortiguan su estado de opresión, grupos víctimas  del oprobio social y el olvido. Allí,  en esta  festiva condición se multiplica una serie de antivalores que la bachata con frecuencia magnifica y  celebra.

Podemos hablar de feminicidios y de bachata. Los hechos no se dan en el vacío. Se dan en condiciones culturales específicas y alentados por nociones particulares que predominan en los contextos. La bachata celebra al hombre mujeriego, y con frecuencia denigra a la mujer, la lleva a verla como objeto de su capricho y antojo.

No niego que hay ahora muchas bachatas recatadas y “decentes”, pero la bachata que escucha el guagüero, el chiripero, el obrero, el hombre y la mujer de barrio, la que moldea y condiciona su vida, la que pone el mensaje que influye e impacta su conducta sigue siendo una bachata que menoscaba los valores que unen y exaltan a la familia, que en más de un sentido tienen motivaciones que degradan la vida y la trivializan.

La realidad hoy nos viene a demostrar que el desdén por la bachata era solo un prejuicio clasista, que la élite que la descalificaba adolece de los mismos vicios, y que tras un refinamiento cultural con otras forma y presentación están las mismas taras morales y humanas que contiene la lírica de la bachata. Hoy la bachata con su historia y vigencia es un reflejo social y cultural de lo que somos los dominicanos. El encumbre patrimonial y universalista no libra a esta música de la crítica, del discernimiento que reclama de un enfoque liberador en dirección hacia una mejor convivencia para los dominicanos que hemos creado este ritmo y esta nueva forma cultural de recrearnos.

Ahora tenemos una bachata que anuncia con glamuroso despliegue y espectacularidad la presentación de sus figuras estelares en plazas exclusivas y salones de lujo.  Hoy la bachata está al servicio de una clase poderosa que la ha hecho rentable. Es una música   maquillada y puesta al servicio del poder social y la rentabilidad, ya no es considerada vulgar ni soez, propia de gente baja, ahora es premiada, reconocida y engalanada y todos (políticos, empresarios, profesionales destacados y hasta narcotraficantes) quieren ser amigos y canchanchanes de músicos y vocalistas bachateros.

Nadie examina ni cuestiona hasta donde la bachata influye en nuestra tasa de feminicidios, en los embarazos de adolescentes, en el celebrado y exhibido ascenso social que por vías espurias y cuestionables exhiben muchos hoy.

Nosotros los evangélicos aportamos poco al análisis de nuestra realidad social. Tenemos que rescatar y poner al servicio del reino de Dios las herramientas del análisis social para darle consistencia a las denuncias constructivas que favorecen la promoción de la vida plena a la que el Señor nos ha llamado a todos, y más al servicio de aquellos que viven en opresión y oprobio.

Llama la atención que la música evangélica en sus manifestaciones y orígenes en nuestro pueblo corrió una suerte parecida a la bachata. La música evangélica,  para la mayoría  predominantemente católica,   no tenía gran valor.  Para la clase adinerada se trataba de una manifestación   de fanáticos enajenados que se dejaron engañar por un protestantismo extranjerizante, herético y conspirador; pero, además, etiquetado para gentes pobres y carente de prestancia social. Sin embargo, igual que la bachata, el evangelio en un período coincidente también con el ascenso de esta música de arrabal alcanzó diversos grupos de clase media y alta.

La instrumentación de la música evangélica era marginal y limitada, igual que la de los primeros bachateros. Guitarra, güira, maracas, el tradicional pandero y en algunas ocasiones la marimba.

La diferencia con la bachata era que la música evangélica portaba el poder transformador de la Palabra, era y es una música llena de vitalidad y valores que exalta la vida y cambia la perspectiva de las personas, no importa cuál sea su condición.

En este proceso de transición social esta música ha sufrido también transformaciones estéticas en su instrumentalización, su ejecución y en su lírica, pero ha conservado su fuerza viva y liberadora. Una fuerza que une a la familia, que rescata gente de los vicios, los redime y los pone en la ruta del ascenso a una vida digna y plena.

El paralelismo histórico y social entre la bachata y la música evangélica local es mucho más interesante y extenso de lo que expongo aquí, pero por su vitalidad y poder transformador la música evangélica debe ser declarada patrimonio de la vida, y ya lo es, y por ser don de Dios es y se manifestará de manera plena un día como patrimonio eterno no solo de la tierra sino también del cielo donde continuaremos cantando y alabando a nuestro Dios por los siglos de los siglos.

Fuente:
Tomás Gómez Bueno

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